La pregunta que da título a esta columna se la hacía hace cinco años la periodista y ensayista canadiense Naomi Klein en su contundente obra Esto lo cambia todo, donde analizó estructuralmente el fenómeno del cambio climático, que ya no es una amenaza inminente sino una apocalíptica realidad, luego de las lapidarios y angustiantes conclusiones del último informe del IPCC, sigla en inglés para referirse al Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático. En opinión de Naomi Klein, los gases de efecto invernadero, principal causante de este cataclismo global, no son la causa sino el síntoma de, dicho en sus palabras, un sistema económico que ha declarado la guerra contra la vida en el planeta Tierra.
A este respecto, el IPCC, habitualmente de redacción sobria, esta vez ha dado cuenta de cinco escenarios, todos los cuales, incluyendo el más optimista, son peores que los del Acuerdo de París, suscrito en 2015 y defenestrado luego por el negacionista climático y ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump. En palabras del secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, “el informe del IPCC es un código rojo para la Humanidad” y agregó que depende de los gobiernos, empresas y ciudadanos limitar el aumento de la temperatura a 1,5º, lo cual permitiría la viabilidad de la sociedad. “Las alarmas son ensordecedoras y la evidencia es irrefutable: las emisiones de gases de efecto invernadero por la quema de combustibles fósiles y la deforestación están asfixiando nuestro planeta y poniendo a miles de millones de personas en riesgo inmediato”, afirmó.
A la luz del informe, las reacciones han sido múltiples, incluyendo a Chile, pero si se quiere ser preciso habría que señalar que nuestro país ha sido un contribuyente marginal al calentamiento global. No lo decimos para que no pongamos nuestro grano de arena, de hecho es nuestro deber, pero solo para decir que es eso: un grano de arena, en una playa donde las rocas son las grandes potencias y corporaciones. Si lo queremos poner en términos de estados-nación, la evidencia es clara: solo entre China, Estados Unidos y, en menor medida, India, son responsables del 50 por ciento de los gases de efecto invernadero. Sabiéndose además de la posición hegemónica de los dos primeros, bastaría con su voluntad política para inducir el cambio de comportamiento de toda la Humanidad. Pero parece que para estos dos países es más importante ganar la competencia entre ellos, aunque el costo sea que la vida humana en el Planeta se vuelva inviable.
A nivel de empresas, y según un estudio publicado por The Guardian en 2019, 20 compañías aportan el 35 por ciento de los gases de efecto invernadero. Algunas son estatales y otras trasnacionales privadas, pero todas tienen algo en común: se dedican a la explotación de petróleo. Saudí Aranco, la rusa Gazprom, la estadounidense ExxonMobil, National Iranian Oil Co, British Petroleum y Shell son las principales responsables.
Dos conclusiones son las siguientes. Primero, la disputa por la hegemonía entre China y Estados Unidos está arrastrando a la Humanidad toda al despeñadero. Y, segundo, todas las compañías recién mencionadas existen porque el petróleo es uno de los pilares del capitalismo globalizado. La exorbitante circulación de objetos de todo tipo por el mundo, con los negocios multimillonarios que producen y promovido por un orden mundial tendiente a la liberalización del comercio, requiere combustibles fósiles. Nunca es triste la verdad: la pervivencia de la Humanidad no depende tanto de nuestros hábitos individuales, aunque son valiosos, sino de la capacidad de los seres humanos de colectivizar posiciones y organizarse a gran escala para corregir esta forma de acumular y ejercer el poder. Entendemos que decir esto hoy puede parecer una quimera, pero es la única a la que la nuestra especie se puede aferrar.