Una de las características históricas de quienes han vivido en el corazón de los imperios es la ignorancia. La autorreferencia les impide mirar a su alrededor. Quienes viven afuera del muro son para ellos los bárbaros, o bien se ignora dónde queda todo lugar de afuera, como a veces muestran las encuestas con ciertos ciudadanos de Estados Unidos. Nuestro país no es un imperio, pero sí es el más centralizado de América Latina, por lo que se ha impuesto subliminalmente la idea de que Santiago es Chile. Una de sus consecuencias es la falta de conocimiento respecto a lo que ocurre en regiones, lo cual es especialmente delicado por la gran cantidad de atribuciones que tienen las autoridades del poder central.
Decimos esto introductoriamente para referirnos a la ignorancia, cuando no el dolo, con el que se han concebido y ejecutado las políticas migratorias en nuestro país. Ha habido, al menos, una negligencia en no acercarse a los territorios, especialmente en el norte, y dejar que los problemas se acumulen y exploten, con todas las consecuencias que eso tiene para las personas. Mientras, se ha levantado el mismo discurso comunicacional sobre los migrantes que respecto a los bárbaros -es decir, deshumanizarlos, atribuirles conductas delincuenciales y perseguirlos- en vez de acercarse y ver su realidad y sus motivos. Respecto a los campamentos en ciudades como Antofagasta, alguien me decía muy sabiamente: son iguales que los que aparecen en la película Machuca, pero 50 años después.
Acercarse al territorio es constatar, en primer lugar, la ridiculez que supone intentar perseguir la migración, como lo hace el Gobierno con su permanente alusión a los migrantes ilegales, o impedirla, como ha propuesto el candidato José Antonio Kast con la inaceptable idea de construir una zanja en Colchane, la cual lamentablemente no fue sometida a la resistencia que procedía en el último debate presidencial. La migración continuará y más aún en paisajes con fronteras de cientos de kilómetros de desierto, independientemente de lo que diga o haga un dirigente santiaguino.
La segunda ignorancia radica en no apreciar las condiciones casi inhumanas en las que viven esas personas, la gran mayoría migrantes. No quisiéramos jamás para nuestros seres queridos vivir en un desierto abrasador de día y gélido de noche, en viviendas minúsculas donde se cuela todo, con paisajes donde no crece una hoja de pasto, sin ningún servicio básico, con adultos expuestos al abuso del empleo precario, que no tienen acceso a beneficio alguno del Estado (porque oficialmente no existen) y con niños expuestos a la desnutrición, a la desescolarización a enfermedades, a las garrapatas de los perros y a otros flagelos. Todo aquello ocurre en el Chile actual.
No sería mucho pedir que el ministro Delgado, el subsrecretario Galli y el director de Migraciones Bellolio, entre otras autoridades que han ejecutado y reivindicado la política migratoria del actual gobierno, ocuparan un día de su vida en recorrer y mirar con sus propios ojos la situación de los campamentos del Norte. Si lo hicieran, seguramente les sería muy difícil desde la buena fe sostener las medidas y los discursos que les hemos conocido hasta ahora.