No son 20 árboles…

  • 03-11-2021

“El Ministerio acepta en todas sus partes y como una obra beneficiosa
de higiene y ornato para la capital, el proyecto de formar
un parque forestal en los terrenos situados al sur del canal
y entre las calles de las Claras por el poniente y el Camino de Cintura
por el Oriente, en conformidad al plano que por encargo de
la comisión ha levantado don Jorge Dubois”.
(Ministro de Obras Públicas, enero de 1901,
citado por Simón Castillo en El río Mapocho y sus riberas).

 

“Sí, es correcto”, respondió la médico-epidemióloga Ana Navas Acien cuando recientemente le consultaron si es preferible caminar por parques en vez de hacerlo por calles con mucho tráfico vehicular. Agregó la especialista que “Los gases de los vehículos como dióxido de nitrógeno, con alejarse 10-15 metros bajan muchísimo los niveles. Y eso es importante en el urbanismo”.

Muchas veces transité desde el barrio Dieciocho hasta Ñuñoa en la hora peak, tipo seis de la tarde. Entonces, en vez de tomar la saturada locomoción colectiva, prefería caminar, callejear, dando una larga vuelta que pasaba por la Plaza de Armas y luego llegaba a la altura del Museo Nacional de Bellas Artes, para enfilar enseguida por medio del parque Forestal. No tenía idea de los consejos de la epidemióloga citada más arriba, pero puedo asegurar que al cansancio de los pies lo contrarresta el agrado de la aproximación “cuerpo a cuerpo” con la ciudad y con esos oasis de senderos arbolados.

El parque Forestal debe ser uno de los rincones más entrañables que tiene nuestra ciudad capital. Levantado hace poco más de una centuria sobre los restos y basurales que dejó el encajonamiento (canalización) del río Mapocho (sus primeros árboles datan de 1895), imbuidos sus promotores de las posturas higienistas de la época y de la cultura afrancesada de la elite, hubo que disputar el proyecto a quienes vieron otros usos para esos sitios eriazos.

Con más de 17 hectáreas de terreno, el parque fue diseñado por el paisajista George Dubois, con jardines y senderos serpenteantes en medio de árboles que principalmente fueron llevados desde la Quinta Normal. En su interior se instalaron el Palacio de Bellas Artes, juegos infantiles, muchas piezas escultóricas y, en su momento, hasta una laguna con botes y su respectivo aparcadero. Ni qué decir de las numerosas fiestas públicas y de los inicios de la Feria del Libro en el parque. Por toda la historia y usos que contiene, en 1997 fue declarado Zona Típica por parte del Consejo de Monumentos Nacionales.

En su largo devenir, fuerza es recordarlo, ha sido objeto de comentarios y situaciones negativas. La misma laguna que allí existió, alimentada con aguas del Mapocho, fue secada por insalubridad, sobre todo en meses de verano. Hace unos pocos años, con criterio más represivo que educativo, una autoridad edilicia propuso poner rejas y horarios de visita al parque, a fin de restringir su acceso y uso.

Aunque está ubicado en la comuna de Santiago, el parque Forestal es un privilegio de verdor y frescura para todos quienes habitamos la ciudad. Más todavía; como señaló el pintor Juan Francisco González, en los meses fríos su alfombrado de hojas amarillentas es un “privilegio deleitoso de andar sobre ellas”.

La mejor calidad de vida urbana pasa, entre otros factores, por la cantidad de áreas verdes disponibles para los ciudadanos. La Organización Mundial de la Salud recomienda un umbral mínimo de 9 m2 por habitante. Y un estudio de 2017 del Centro de Políticas Públicas de la Universidad Católica indicó que, en el Gran Santiago, hay 3,7 metros cuadrados de áreas verdes accesibles por persona. O sea, en esta materia estamos bajo la mitad de lo mínimo.

Qué duda cabe que en esta gran y extendida ciudad capital el Metro es una buena herramienta (costosa igual) para el transporte de sus habitantes. Más allá de la necesaria discusión respecto a cómo desconcentramos Santiago y fortalecemos a las ciudades de regiones, la red del ferrocarril metropolitano nos ayuda a descongestionar y hacer más expeditos los viajes. Nadie está discutiendo eso en el debate por la futura línea 7. Tampoco la alcaldesa Hassler ni el pasado alcalde Alessandri ni los vecinos del entorno del parque. Ni siquiera se está solicitando que se cambie el trazado. Varios expertos han propuesto que tan sólo se modifique la ubicación de piques de ventilación y de obras, además de una boca de acceso.

¿Vale la pena resguardar 20 árboles (o los que sean) por apenas modificar algunas obras de la futura línea 7 del metro? ¿Cuántos metros cuadrados tienen la plaza Egaña y la plaza Chacabuco? ¿Han comparado lo que había en esos espacios antes y después de construir las respectivas estaciones de Metro? Quienes abogamos por la protección del Forestal, por la masificación de su uso público, no queremos ser parte de quienes después digan “no lo vimos venir”. Se trata de un parque, de un lugar privilegiado para los juegos, la contemplación, el ocio, la lectura, el amor, la caminata, la conversación. No se trata sólo de 20 árboles.

Vólker Gutiérrez Aravena
Periodista/Profesor
Fundador y presidente Cultura Mapocho
Director Letra Capital Ediciones

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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