El conglomerado trasnacional, donde se agrupa el complejo industrial, militar y digital no conoce diferencias políticas, cuando se trata de acrecentar su poder. Hoy, parte de sus intereses se enquistan en el fascismo libertario. Su auge se reviste de un discurso nacionalista, homofóbico, racista, xenófobo y antiislamista. Bien es cierto, no todos comparten el ideario al cien por ciento. La Liga Norte, de Matteo Salvini en Italia o el Frente Nacional, rebautizado Reagrupamiento Nacional, encabezado por Marine Le Pen en Francia, marcan distancias con el ilegalizado Amanecer Dorado en Grecia o sus homónimos de la ex Europa del Este. Sin embargo, su presencia ha dejado de ser marginal. Hoy representan un porcentaje elevado de votantes. Se han constituido en imprescindibles para formar gobiernos y están presentes en ayuntamientos, el Congreso y comunidades autónomas. El ideario neofascista se recompone bajo un discurso libertario. Entre los nuevos nombres podemos citar a Éric Zemmour en Francia o Giorgia Meloni en Italia. La derecha se escora hacia posiciones totalitarias afincadas en un individualismo exacerbado. Su objetivo, poner las libertades individuales en la cima de sus reivindicaciones.
Sin embargo, tampoco hace falta crear nuevas organizaciones, el fascismo libertario anida en la derecha conservadora y los partidos liberales. Sus puntos de unión, hacen que se difumine por completo la diferencia entre derecha y fascismo libertario. Para comprobarlo, tomemos el ejemplo de la presidenta de la Comunidad de Madrid, la popular Isabel Díaz Ayuso. Entre sus frases para no olvidar su reivindicación libertaria podemos citar: ni estados de alarma, ni confinamientos. Hay que aprender a convivir con el virus; si apretáis demasiado a los restaurantes y bares, al final el contagio se va a las casas. Los ciudadanos al no poder fumar, al no entender las normas, acaban yéndose a las viviendas; es un delito, en Cataluña, con el clima que tenéis, tenerlo todo cerrado, tener a la gente en sus casas; libertad o comunismo.
El fascismo libertario no requiere ser mayoritario, ni siquiera convertirse en un partido a la vieja usanza hitleriana o fascista, su función es otra, inclinar la balanza y ser la llave para que las fuerzas conservadoras gobiernen sin contrapeso, prestando su apoyo a gobiernos en minoría. Los casos más llamativos: Estonia, Finlandia, Eslovaquia, Eslovenia, Austria, Rumania, Moldavia o Lituania. En España, Vox ha facilitado la gobernanza al Partido Popular en dos comunidades autónomas: Madrid y Andalucía. El llamado cordón sanitario es un eufemismo. Sólo en Alemania se mantiene y las razones son obvias.
En 2021, año de pandemia, 15 partidos neofascistas de 14 países firmaron un pacto en el cual subrayan su preocupación por el retroceso en la defensa de los valores familiares, la identidad nacional, la adopción de leyes LGTV y lo más destacado, el recorte de las libertades individuales bajo el decálogo sanitario del Covid-19. Entre sus firmantes Viktor Orban, Santiago Abascal, Giorgia Meloni, de la fascista Hermanos de Italia, Mateo Salvini, el polaco Jaroslav Kaczynski o Marine Le Penn. Su fuerza radica en un llamado espurio a proteger los derechos políticos supuestamente vulnerados tras la aplicación de los protocolos Covid. El ejemplo más destacado, el asalto, el pasado 9 de octubre, a la sede central de la Confederación General Italiana del Trabajo, protestando por exigir el certificado de vacunación para todas las actividades públicas.
Así, el fascismo libertario potencia, crea o se enquista en movimientos negacionistas, antivacunas, anticubrebocas, contra el pasaporte Covid, el 5G, provida, antiaborto, antifeministas, etcétera. Es decir, todo aquello que se considera, atenta y compete al individuo y no al Estado. La libertad se torna un campo de batalla de la cual emerge un discurso que cala en el imaginario colectivo, más allá de la distinción de clases. Las consignas son simples: ¡A mí no me dicen qué debo o no debo hacer! ¡Soy libre de ir a cualquier sitio! ¡No necesito que nadie controle mi vida! ¡Mis derechos no pueden ser pisoteados en nombre del Estado! ¡Con mi libertad no se negocia! ¡Los inmigrantes me quitan el trabajo! En este ambiente, se convocan manifestaciones y organizan actos donde se manifiesta el deseo de vivir sin ataduras. Los llamados botellones, concentraciones de cientos y miles de personas para beber en parques públicos, plazas o playas, bajo el lema: ¡Viva la libertad! se generalizan los fines de semana. Y las protestas de negacionistas en Italia, Francia, España, Gran Bretaña o Alemania aumentan bajo el mismo enunciado.
Un discurso, simple, pero contundente. El fascismo libertario se expande y eleva a la cima de las apetencias de satisfacción personal, al margen del bien común y el interés general. El nacimiento y auge del fascismo libertario en momentos de crisis pandémica y de un capitalismo que se retuerce para reinventarse en su forma digital, encuentra sus argumentos en el campo de las emociones, los sentimientos y el miedo. La mezcla explosiva de estos factores indica el peligro que nos acecha. Luchar contra el fascismo libertario se antoja unir fuerzas para combatir el capitalismo y sus máscaras.