La necesidad de que Chile empuje la integración regional

  • 27-12-2021

Persiste una paradoja desde la creación de los países de América Latina y el Caribe: comparten un lugar en el mundo, un idioma, una cultura, en general una situación económica y un historial de paz y, sin embargo, no han podido avanzar hacia estadios superiores de integración regional, salvo cuando ha sido funcional a los intereses de Estados Unidos, como ocurrió con la OEA. Más incomprensible si se compara con Europa, continente que ostenta una larga historia de enfrentamientos y matanzas, que tiene una gran diversidad idiomática y cultural, que solo en los últimos cien años se confrontó en la Segunda Guerra Mundial y en la Guerra Fría y que, sin embargo, hoy comparte una institucionalidad que garantiza una manera coordinada de actuar, incluyendo una moneda común y el libre tránsito entre sus fronteras.

En innumerables ocasiones nuestras cortoplacistas élites continentales no apreciaron las ventajas de trabajar en común por el bien de los habitantes del continente. O cuando lo hicieron, en alguna ocasión, fue para perseguir y reprimir, como sucedió con el Plan Cóndor. Sin embargo, las exigencias de esta época radicalmente globalizada no hacen recomendable andar solo por el mundo. Fenómenos como las crisis sanitarias o la migración plantean desafíos para los cuales no alcanzan las medidas nacionales. El masivo éxodo desde Venezuela es un ejemplo claro: se hace necesario que los gobiernos de la Región dialoguen por encima de sus diferencias para buscar soluciones que generen las mejores condiciones posibles, tanto allí donde se producen las partidas como donde ocurren las llegadas, poniendo siempre en el centro la protección de la dignidad y de los derechos de las personas.

El ideario de Simón Bolívar, quien planteaba que para contrarrestar cualquier pretensión imperial sobre estas tierras era necesaria una unión continental, llevó en un momento de nuestra historia reciente a la proliferación de mecanismos de integración regional. Bajo el argumento de que se trataba de esfuerzos de gobiernos de izquierda, el nuevo ciclo de administraciones de derecha decidió reemplazar esas instancias por otras como Prosur o el Grupo de Lima, las cuales con el tiempo demostraron su inutilidad por estar más bien al servicio de objetivos coyunturales. Adicionalmente, algunos de esos gobiernos han tenido un componente nacionalista que ve la migración como una amenaza y la frontera como una línea que hay que defender, lo cual es reaccionario a la integración. Es por eso que el gobierno chileno entrante haría bien en sobreponerse a lecturas superficiales que conciban los pasos a seguir según la mera opinión política que se tenga de otros mandatarios, tal como pensar que la tarea por acometer se reduce al libre comercio. Primero, porque no es el único mecanismo posible de integración económica y, segundo, porque los espacios posibles de acción conjunta entre países lo exceden y, muchas veces, son contradictorias con la prescindencia del Estado.

En un mundo globalizado donde cada día se fraguan orientaciones de mediano y largo plazo, sería deseable que nuestro país pudiera dirigir, a través de su política exterior, una mirada hacia el horizonte. Esto es mucho más importante que si el presidente entrante acompaña al presidente en ejercicio a su última gira, por muy legítimas que sean las opiniones al respecto.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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