Cada vez que cuento que trabajo en la industria del vino siento una mirada inquisidora. Pareciera que, por un segundo, el hecho de ser mujer y ser una profesional del vino pusiera en tela de juicio todos los años de estudio y lo profesional de mi quehacer. Bromas, comentarios o hasta percepciones de mi persona, sobre las cuales con una paciente sonrisa he creado mis propios discursos para justificar y defender mi elección profesional pero, sobre todo, para alejarme de los prejuicios y de un fantasma castigador que pareciera acechar solamente las mujeres con una copa en la mano, el alcoholismo. Incluso en este momento me siento en la obligación de justificar esta columna con que mi ánimo siempre es y será promover el consumo responsable, pero no por eso dejar de exponer temáticas que son un claro ejemplo de la desigualdad que construimos a diario.
Sí, porque el alcoholismo, con toda su carga negativa, se vive distinto entre hombres y mujeres, siendo el mismo mal que afecta a ambos.
A diferencia de los hombres la relación alcohol-mujer avergüenza, se vive en privado, no se comparte. Un universo paralelo entre géneros: por un lado, hombres bebiendo como símbolo de estatus o una inyección de valentía al nivel de socializar su alcoholismo sin vergüenza alguna en la barra de un bar y, por otro, un silencio incómodo y del que nadie quiere hablar.
Oculto en las penumbras de lo privado, una cocina sin nadie en casa, donde imagino que muchas se sientan a beber y, como consecuencia, sin posibilidades de recibir ningún tipo de apoyo. Un motivo más por el cual la ayuda a veces llega tan tarde, o simplemente no llega. Sucede al punto que incluso la Organización Panamericana de la Salud (OPS) declara que ha aumentado la tasa de alcoholismo en mujeres los últimos 5 años de un 4,6% a un 13%. Es en las Américas la región del mundo donde las mujeres presentan más problemas relacionados al consumo de alcohol según informa ese mismo organismo.
Ya lo decía Leslie Jamison, la académica de la Universidad de Columbia y doctorada en Yale, que describe en su libro “La huella de los días” (2020), el estigma de la embriaguez “mientras el legendario borracho varón se las arregla para encarnar un envidiable abandono – la temeraria y autodestructiva búsqueda de la verdad-, su homóloga femenina es vista casi siempre como culpable de haber abandonado a los suyos, del delito de negligencia […] su alcoholismo la ha llevado a violar el primer mandamiento de su sexo: cuidar a los demás”.
La brecha entre hombres y mujeres ha llegado a tal nivel, que incluso el alcoholismo se ha justificado e inmortalizado reiteradamente en portadas de revistas o reportajes inspiradores sobre aquellos hombres cuya genialidad y creatividad generalmente explota luego de episodios de alcohol y penumbra, alcanzando ese tan deseado estado de flow. Se trata de esos momentos de inspiración necesarios para algunos escritores, artistas, genios, cuyas obras no sería la misma sin haber pasado por esa especial lucidez que pareciera generar el alcohol en algunos de ellos.
Lo anterior es preocupante si queremos una sociedad más justa para todos sus integrantes, justicia que no se logra por las diferentes percepciones sociales que tenemos de una adición de acuerdo al sexo. La relación alcohol y mujer pareciera tener una carga aún más negativa y con un sesgo de género tan potente que se revela como un “concentrado” de todo el machismo y desigualdad arrastrado a través de la historia. Ello no solamente influye en la percepción de las problemáticas sociales, sino más bien repercutirá en cómo se abordan estas problemáticas en las políticas públicas, sobre todo cuando se trata de un tema tabú y del que nadie quiere hablar.
No está demás recordar una de las tantas teorías del origen del beso en la boca… que surge con las prohibiciones de griegos y romanos hacia el consumo de vino en las mujeres, resultando en maridos intimidantes y castigadores con el derecho y poder de acercarse a la boca de su mujer incluso introduciendo su lengua, en búsqueda de cualquier rastro de alcohol en su boca.
Algo impensado para estos días, aunque de alguna forma disfrazado de todo un mercado de alcohol para mujeres, que obviamente siempre será, dulce, suave y rosado… no vaya a ser que una mujer sepa de vinos y menos que beba algo más fuerte, eso sigue siendo de hombres… y nadie quiere que entremos en ese terreno.
Claudia Gacitúa
Cocinera, Sommelier y Periodista
Mg en Ciencias de la Comunicación
Experta Hay Mujeres