“Israel no es un estado de toda su ciudadanía. [..] sino el estado nación del pueblo judío y únicamente de este”. De esta forma comienza el lapidario informe de Amnistía Internacional, citando el mensaje abiertamente segregador y discriminador de Benjamín Netanyahu del año 2019, en ese entonces primer ministro israelí.
Los gritos desgarradores solicitando auxilio por parte de la población nativa palestina están siendo oídas: Human Rights Watch, Amnistía Internacional, B’tselem y relatores de las Naciones Unidas han sentenciado que en Israel y en los Territorios Palestinos Ocupados se comenten crímenes contra la humanidad como lo es el Apartheid, la tortura y la persecución. Antecedentes que se pueden incorporar a la investigación que lleva a cabo la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra y de lesa humanidad en contra de Israel.
El colonialismo sionista empleó el siguiente movimiento: Desterritorializar a los nativos, expulsándolos de sus hogares, y a la vez, territorializar a los colonos israelíes. Esta fórmula culminó en una limpieza étnica de los palestinos de su tierra. Hoy, el proyecto colonial se corona con el crimen de Apartheid, tratando a la población autóctona como ciudadanos de segunda categoría, discriminándolos sistemáticamente.
Así lo revela el reciente informe de Amnistía Internacional: “Desde su creación en 1948, Israel persigue una política expresa de establecer y mantener una hegemonía demográfica judía y maximizar su control sobre la tierra en beneficio de la población israelí judía, al mismo tiempo que minimiza el número de personas palestina, restringiendo sus derechos”.
Pero esta política israelí no es nueva. Ya Ben Gurion, tras la conquista de Jerusalén, que de acuerdo con Ilan Pappé tenían como misión establecer judíos en cada casa desalojada de los barrios semiárabes, advertía en esos años que “no toda Jerusalén es judía, pero ya hay un enorme bloque judío. En muchos barrios del oeste no es posible siquiera encontrar un árabe. Lo ocurrido en Jerusalén y Haifa, puede ocurrir en otras ciudades”. De ese modo se alentaba a profundizar el doble movimiento colonial: Expulsar a los nativos y asentar a los colonos.
Las intenciones racistas quedaron claramente evidenciadas en 1976, cuando se filtró el informe de Israel Koenig, comisionado del ministerio del interior israelí, que debía lidiar con los asuntos árabes. “Debemos utilizar el terror, el asesinato, la intimidación, la confiscación de tierras y el corte de todos los servicios sociales para liberar Galilea de su población árabe”.
En la misma línea, Human Rights Watch, evidenció el plan de gobierno municipal de Jerusalén, el cual se fijó como objetivo “mantener una amplia mayoría judía”. Así, la nueva normativa permitió expulsar a los palestinos de sus tierras, confiscar sus hogares, demoler sus viviendas, cursar ejecuciones sumarias y prohibir la reagrupación familiar de la población palestina, entre otros crímenes.
Ben Gurion en diciembre de 1947 -posterior a la resolución de la ONU que dividía palestina- pavimentaba con sus declaraciones el camino del Apartheid al afirmar que “hay un 40% de no judíos en las áreas asignadas al Estado judío. Esta composición no es una base sólida [..]Únicamente un Estado con al menos un 80% de población judía puede ser viable y estable’’. Es curioso que hoy la población palestina en Israel es de un 20%, tal como predecía Ben Gurion.
Como expresa el profesor judío, Ilan Pappé, la “democracia” israelí depende de la demografía, necesitaban reducir a los palestinos para poder tener un control y poder sobre los nativos. Acá reside el engaño. Los palestinos pueden votar porque los mantienen a raya demográficamente y así no generan cambios significativos. En Sudáfrica era al revés, la población nativa era de un 80%, por eso no votaban. De hacerlo, el Apartheid habría terminado de inmediato.
Israel ha aprendido mucho de viejas amistades para imponer el Apartheid. N. Kirschner, ex presidente de la federación sionista Sudáfricana, en su escrito “Sionismo y la unión de Sudáfrica: 50 años de amistad y entendimiento” manifiesta la identificación entre el movimiento sionista de Thedoro Herzl y Weizmann, con la concepción sudafricana de colonización basada en la discriminación racial. Y como no, si en el año 1902, Theodoro Herzl, le escribió una carta a Cecil Rhodes, quien dirigió la colonización de Sudáfrica, creando un país con su nombre, Rhodesia, que hoy en día es Zimbawe y Zambia, solicitando ayuda: “Si se pregunta por qué me dirijo a usted, señor Rhodes, es porque mi programa es un plan colonial’’. En el año 1934 se fundó la ‘’África-Israel investment’’ para poder adquirir tierras palestinas.
El régimen sudafricano tenía aliados. Israel era uno de sus principales socios, sosteniendo un amable intercambio político, militar y económico. La Asamblea General de las Naciones Unidas, el 9 de noviembre de 1976, en su resolución E, condena la activa cooperación de Israel con el apartheid sudafricano.
El informe de Amnistía Internacional sólo viene a ratificar los más de 75 años de discriminación y segregación, que sufre el pueblo palestino.
La comunidad internacional debe comenzar a actuar. En los próximos años, quizás décadas, miraremos hacia atrás y nos preguntaremos: ¿Por qué nos tardamos tanto?
El autor es director Juventudes Comunidad Palestina de Chile