La apropiación cultural en la narrativa palestina

  • 17-02-2022

“La apropiación ocurre cuando el apropiador no es consciente del significado profundo de la cultura que está apropiando.” – Amandla Stenberg

La apropiación y el despojo cultural han estado presentes durante muchos siglos en nuestra historia. Más recientemente, las discusiones sobre la cultura patrimonial se han centrado en la apropiación en el contexto de la cultura popular dominante. Por ejemplo, la apropiación de diseños nativos americanos en la indumentaria de alta costura o la apropiación de formas musicales de grupos nativos y marginados.

El monumento del Arco de Tito en Roma es uno de los símbolos más antiguos de apropiación cultural. En él, se ilustra a los romanos llevándose una Menorá (candelabro judío) desde Judea como botín de guerra luego de derrotar a los judíos, conquistar Jerusalén y destruir su Segundo Templo, en el año 70 E.C.

Con esta victoria- y como manera de despojar a los judíos de su natividad y arraigo ancestral con la tierra de Israel- se destruyeron sus sinagogas, se cambió el nombre de su capital Jerusalén a “Aelia Capitolina” y se renombró la tierra de Judea a “Palestina”, en honor a los filisteos, quienes eran los enemigos de los judíos. “Palestinos” o Phlishtim es una palabra hebrea, derivado de palash, que significa “invasor”.

La historia y las disputas actuales han mostrado que la cultura y el patrimonio siempre están en mayor riesgo en tiempos de conflicto. Así, somos testigos de cómo la retórica palestina se apropia de manera desinformada y banal de los discursos y banderas de lucha que corresponden a grupos marginados y oprimidos, apalancándose en ellos para seducir con un revisionismo histórico dentro de su narrativa.

Así, por ejemplo, el “apartheid” es un término que proviene del idioma afrikáans y puede ser traducido, de forma literal, como “separación”, lo que implicaba una disgregación social en base a una jerarquía racial legislada. En los últimos años, la causa palestina ha utilizado esta etiqueta contra Israel, sin ningún rigor jurídico ni académico, lo que constituye una apropiación cultural ofensiva, falsa y un insulto para los millones de sudafricanos negros que han sufrido bajo un régimen de apartheid.

En este sentido, resulta esclarecedora la opinión de Nkululeko Nkosi, presidente de Wits Branch de la Liga Juvenil del Congreso Nacional Africano: “El apartheid… fue un proyecto que pretendía robarle a una raza específica su historia, cultura, dignidad y humanidad. Aquellos que aplican el término “apartheid” al conflicto palestino-israelí son culpables de perpetuar ese mismo robo, al negar la singularidad del racismo y el odio que enfrentamos y que hemos superado con mucha sangre y lágrimas”.

La utilización desvirtuada de este concepto es fácil de refutar. La democracia multiétnica y multirracial de Israel es auto explicativa. A modo de ejemplo, destaquemos que hay un partido árabe islamista en la coalición actual del gobierno que ayudó a derrotar a Netanyahu. Asimismo, hay árabes en el parlamento, en la Corte Suprema, en los escalones superiores de las fuerzas armadas, y esta minoría está plenamente integrada en la vida cotidiana, con igualdad de derechos civiles y políticos.

Otro ejemplo es la apropiación indebida de los términos “limpieza étnica” y “genocidio” por parte de los propagandistas palestinos. En efecto, las últimas décadas nos han dejado devastadoras campañas de éstos crímenes contra la humanidad, tales como la perpetuada por el gobierno turco contra los kurdos, la de Serbia en contra de musulmanes y croatas en Bosnia, la operada por el ejército de Birmania en contra de los Rohinyá y la masacre en contra de los Uigures en China, en donde casi dos millones de personas fueron sometidas a trabajos forzados, torturas y abusos sexuales.

Usurpar este sufrimiento ajeno de una manera inexacta y sensacionalista no solo banaliza los horrores vividos por estos grupos desplazados por su condición étnica, sino que desvía la verdadera discusión que se debería tener en torno al conflicto palestino-israelí. El conflicto entre los palestinos en Cisjordania e Israel es un conflicto entre dos naciones, no un conflicto sobre la igualdad de derechos dentro de una nación o sobre la dominación racial de un grupo sobre otro. Desconocer el liderazgo de tres décadas de la Autoridad Nacional Palestina sobre Cisjordania es tirar por la borda años de reivindicación nacional palestina y procesos de paz.

Preocupa particularmente la narrativa grotesca de algunos activistas palestinos, que intentan apropiarse del término “Holocausto”, equiparando una disputa internacional a una de las masacres más oscuras de nuestra humanidad. El Holocausto fue un plan sistemático y sofisticado de exterminio de más de 6.000.000 de judíos. La apropiación trivial de este concepto, como un esfuerzo por relativizar la vivencia de los judíos de uno de los episodios más trágicos de su historia, es una táctica no solo inapropiada, sino que abiertamente inmoral.

Según una encuesta de 2021[1], el 93% de los ciudadanos árabes en Jerusalén del Este dijeron que prefieren vivir bajo un gobierno israelí que uno palestino. Cuesta entender esta cifra dentro de un contexto de “apartheid” “limpieza étnica”, “genocidio” u “Holocausto”.

La utilización de eslóganes tendenciosos y burdos en la causa palestina no hace más que deslegitimar su discurso y cerrar los espacios de discusión real sobre los problemas fundamentales que viven los palestinos, perjudicando el debate crítico de la historia, las ideas y de las posibles soluciones.

La difamación y apropiación cultural de conceptos ajenos a la causa palestina es ofensiva, alienta a los extremistas de ambos bandos, desmoraliza a los moderados, provoca la polarización política y por sobre todo, daña la esperanza de construir una paz duradera a través de un camino fiable con reconocimiento mutuo y reconciliación.

[1]https://www.israelhayom.com/2021/12/15/93-of-east-jerusalem-arabs-prefer-israeli-rule-poll-shows/

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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