El 16 de febrero de 2022 será recordado como el día que Rusia no invadió Ucrania pese a los discursos catastrofistas de la inmensa mayoría de los medios de comunicación estadounidenses, europeos y latinoamericanos. La conjetura fallida sobre el asalto a Ucrania por parte de las fuerzas lideradas por Vladimir Putin no es el producto del yerro de las fuentes de inteligencia militares de la OTAN, ni un error de cálculo. Es parte de una estrategia bélica destinada a modelar una opinión pública global dispuesta para demonizar a Rusia.
El 11 de febrero, Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional del Presidente Joe Biden, informó que había solicitado a los estadounidenses radicados en Ucrania que debían abandonar dicho territorio ante la inminencia de la invasión. Aseguró, además, que la operación de Moscú incluiría “bombardeos aéreos y ataques con misiles que obviamente podrían matar a civiles”. Como respuesta, la delegación rusa en Washington divulgó un comunicado en el que se convocaba al “Departamento de Estado a que deje de alimentar la exaltación bélica de la prensa y se centre en la solución diplomática del conflicto en Ucrania”.
Las operaciones de prensa montadas directamente por el Departamento de Estado cuentan con la aquiescencia comunicacional de las más importantes corporaciones mediáticas, comprometidas con la continuidad del statu quo neoliberal. La mayoría de las usinas desde donde se imponen y amplifican los relatos proyectados por la comunidad de inteligencia con residencia en Washington son sostenidas por los fondos que financian el Complejo Militar Industrial. Tanto New York Times como el Washington Post –dos de los responsables originarios de promocionar la invasión que no fue– son controlados en términos accionarios por los mismos propietarios (Vanguard, BlackRock, State Street, entre otras) que digitan a los CEOs de las compañías de producción armamentista como como Norton Grumman, Raytheon Technologies y Boeing. Estas tres administradoras de activos en Wall Street tienen participación determinante en la propiedad del 50% de los medios de Estados Unidos y manejan activos por un monto similar al Producto Bruto anual de los Estados Unidos, cinco veces el de Alemania. La ex funcionaria corporativa de Goldman Sachs, Nomi Prins, subrayó –en una reciente reunión en la Comisión de Presupuesto del Senado, presidida por Bernie Sanders– que BlackRock “maneja más dinero que el tamaño del PIB de cualquier país que no sea China ni Estados Unidos”.
En el libro Los principales medios de comunicación occidentales y la crisis de Ucrania, de Oliver Boyd-Barrett, se detallan las acciones desarrolladas en la última década por las agencias de inteligencia en connivencia con los medios de comunicación de mayor audiencia dentro de los Estados Unidos. Los cuatro objetivos básicos planteados desde la OTAN consistieron en:
- Empoderar a los sectores ruso-fóbicos presentándolos como víctimas.
- Cuestionar a los grupos autonomistas e independentistas del sureste ucraniano, zona conocida como Donbas.
- Apoyar las narrativas neoliberales promovidas por Washington.
- Demonizar a Vladimir Putin, catalogándolo como un autócrata y violador de los derechos humanos de las minorías.
- Invisibilizar los debates relativos al cerco montado por la OTAN en torno de Rusia.
La combinación de alarmismo y amenaza bélica promovida por los países integrantes de la OTAN fue cuestionada incluso por el primer mandatario ucraniano, Volodymyr Zelensky, quien advirtió que “la histeria occidental” está debilitando la economía de su país en el marco de objetivos desconocidos. A su vez, uno de los referentes del oficialista Servidores del Pueblo, el diputado David Arakhamia, consideró que CNN, Bloomberg y el Wall Street Journal “parecieran ser vectores comunicacionales de una guerra híbrida”.
Los acontecimientos que se suceden en la frontera sudoccidental de Rusia reproducen las formas de conflictividad de las guerras de cuarta generación, en las que “no se traza una línea clara entre combatiente regular y población civil”, sino que la arena del enfrentamiento es total y se despliega en el mundo simbólico, cultural, mediático e informático. Estos nuevos modelos de disputa incluyen, de manera coordinada y yuxtapuesta, tácticas irregulares, sanciones financieras, castigos comerciales, amenazas extorsivas, terrorismo de Estado y de falsa bandera, contrainsurgencia, dispositivos de ciberguerra y –sobre todo– búsqueda por influir en la opinión pública para justificar determinadas acciones. En este tipo de conflagración no existe un teatro de operaciones específico. Tampoco acciones militares convencionales.