Cuesta comprender cómo, a pesar de que ya en el siglo XVII, Juana de Asbaje (Sor Juana Inés de la Cruz) escribía un poema, ahora icónico, Hombres necios… en el cual criticaba a los varones con gran fuerza por culpar a las mujeres de los problemas que los aquejaban, sembrando los cimientos para el feminismo en América Latina, hayan tenido que pasar más de 3 siglos para que las latinoamericanas podamos admitir abiertamente ser feministas.
Sor Juana, tuvo que refugiarse en un convento para que se le permitiera escribir y estudiar matemáticas y astronomía; ella sufrió los embates del patriarcado promovido por la Santa Iglesia Católica que regía con más poder que ahora en un México todavía colonial, y, a pesar de publicar una obra poética invaluable, fue forzada a sacrificarse por sus hermanas en la fe y terminó muriendo contagiada por una epidemia que asolaba la Nueva España a fines del 1700. En la muy bien lograda película Yo, la peor de todas de la cineasta argentina María Luisa Bemberg, quien se basó en un ensayo escrito por el Nobel mexicano, Octavio Paz, se da cuenta de las vicisitudes por la que tuvo que atravesar Sor Juana para poder expresar libremente sus ideas y pensamientos filosóficos sobre la vida, el amor y también en torno a la situación de las mujeres de la época. Ella es, con justa razón, considerada no solo la primera gran poeta latinoamericana sino también una referente del feminismo en América Latina y una de sus principales precursoras.
Hasta hace solo muy poco la mayoría de las mujeres latinoamericanas temían admitir abiertamente ser feministas porque se les acusaba de ‘amachadas’ o eran sospechosas de esconder una vergonzosa homosexualidad, influenciadas por las siempre prevalentes creencias religiosas en el continente. Esta tendencia se daba incluso en mujeres con un alto nivel educacional y sociocultural incluso hasta fines del siglo XX. Es el caso de varias escritoras cuyas obras a pesar de proponer un ataque a la cultura patriarcal a través de sus protagonistas rupturistas y osadas, preferían no ser tildadas de ‘feministas’. A guisa de ejemplo: la gran cuentista y poeta argentina, Silvina Ocampo, quien en sus textos publicados entre los años 1940-1980, a pesar de poner en el centro de sus historias a mujeres que denotan una marcada tendencia a desmantelar la visión tradicional de lo femenino, se negaba a ser considerada feminista pues el término le incomodaba, como lo manifestó en varias entrevistas. Tampoco María Luisa Bombal, que escribía en la misma época en Chile (luego emigraría a Argentina y Estados Unidos) puso en el centro de sus bien valoradas novelas cortas, a protagonistas femeninas que, aunque en forma bastante solapada, manifestaban descontento por su condición femenina y de subyugación ante los hombres. Bombal nunca se atrevió a hablar abiertamente de feminismo.
A pesar de lo anterior, la hermana mayor de Silvina, Victoria Ocampo, fundadora de la importante revista literaria Sur, que fue la puerta de entrada de muchos escritores e intelectuales europeos y norteamericanos a América Latina desde los años 30, fue una figura relevante para la promoción de escritoras del continente y no le tuvo temor a ser considerada feminista ni tampoco ser de las primeras de su generación en desafiar las convenciones sociales de la época y divorciarse. Asimismo, su compatriota y pariente, la cineasta María Luisa Bemberg (antes mencionada) cuya carrera cinematográfica comenzó después de estar casada por varios años, tener hijos y también divorciarse, era una feminista acérrima; su compromiso con el feminismo fue evidente desde sus comienzos; militó por la igualdad de oportunidades de las mujeres y fue una de las fundadoras de la Unión Feminista Argentina. Bemberg fue consecuente con su posición feminista: en sus películas Camila y Señora de nadie (además de la de Sor Juana) la temática preponderante es la compleja e injusta posición de la mujer en la sociedad latinoamericana.
También en México, herederas de Sor Juana como Elena Poniatowska o Elena Garro y principalmente Rosario Castellanos, quien en 1973 publicó su estudio sobre escritoras latinoamericanas Mujer que sabe latín…, en el cual propone que ‘las mujeres expongan al ridículo las absurdas expectativas del orden patriarcal que las oprime’, han manifestado una clara reivindicación de la posición desaventajada de las mujeres en todas las esferas a través de sus obras literarias.
En nuestro país esta impronta la marcó la prolífica y exitosa escritora Isabel Allende, quien ya en sus columnas irreverentes y divertidas de la revista Paula de los años 60 se reía del machismo y enviaba dardos por doquier a hombres y mujeres que insistían en mantener las convenciones sociales ‘retrógradas’; estas fueron reunidas en el compendio Civilice a su troglodita. Aunque es imposible mencionar a tantas otras escritoras chilenas de generaciones más recientes cuyas producciones literarias han continuado desafiando el canon masculino, baste aquí destacar la excelente obra, aunque bastante hermética, de otro de nuestros Premios Nacionales de Literatura: Diamela Eltit. Estas creadoras chilenas marcaron la senda de jóvenes de hoy, como las integrantes del colectivo Las Tesis, que se atreven a enarbolar sin tapujos y con orgullo la bandera del feminismo, dejando atrás temores ancestrales que limitaban la libertad de expresión de las mujeres.
Sin la existencia de escritoras como Sor Juana Inés en el siglo XVII en México y 3 siglos después, Virginia Wolf en Inglaterra, Simone de Beauvoir en Francia o las antes mencionadas en América Latina, entre tantas otras figuras femeninas importantes a través de la Historia, no habríamos logrado visibilizar las problemáticas relacionadas con las injusticias que continúan sufriendo millones de mujeres en el mundo. No obstante, y a pesar de los logros obtenidos en la lucha por la reivindicación de los derechos femeninos, esta sigue siendo relevante y necesaria.
Marcia Espinoza Salas
Dra. en Literatura Latinoamericana (UQ)
Experta Hay mujeres