Francia y el avance global de la ultra-derecha

  • 30-04-2022

Afirmar que un fantasma recorre el globo, el fantasma de la ultraderecha, en una forma de paráfrasis del célebre inicio de “El manifiesto comunista” publicado por Carlos Marx en el Reino Unido hacia 1848, y que remite inequívocamente a aquella emoción políticamente movilizadora: el miedo. Efectivamente lo que Marx intentó exponer en la ignición de su texto es que, aun cuando los comunistas representaban parte del espíritu de las revoluciones de 1848 -que sacudieron el restauracionismo pactado por el Antiguo Régimen en el Congreso de Viena (1814-1815)-, se oponía al mito espectral, por lo que pretendía presentar los objetivos y conceptos que defendía el movimiento obrero.

Hoy, aunque los resultados del balotaje francés tienen más de un sentido, entre los más relevantes que el mandatario francés se une a los Presidentes de la V República que han sido re-electos (Charles de Gaulle, François Mitterrand y Jacques Chirac) lo que significa la confirmación de un programa claramente europeísta, existen otras aristas no menos importante, como que la Agrupación Nacional dirigida por Marine Le Pen alcanzó el 41.46% de las preferencias y es un actor político que sencillamente no se puede ignorar, haciendo inviable la implementación de la estrategia de los “cordones sanitarios políticos” vigentes hasta principios del siglo XXI. Autores como Jan-Werner Müller (2017) sugiere que esta exclusión siempre estuvo destinada al fracaso dado que daría la impresión que ciertos referentes políticos tradicionales y los defensores de lo políticamente correcto evitan debatir ciertos temas. En cualquier caso hace cinco años atrás la Agrupación Nacional había obtenido el 33.90% de las papeletas y 3 millones de votos menos que en la elección de 2022, pero su resultado en las siguientes legislativas fueron mucho más modesto. En cambio, en los próximos comicios para llenar los escaños de la Asamblea Nacional francesa los días 12 y 19 de junio entrante pueden ser muy distintos, y aun cuando la fragmentación parlamentaria es el escenario más previsible –y una eventual cohabitación con la Presidencia de Macron- no se puede descartar un incremento sustancial del nacionalpopulismo, sobre todo si se atiende a que los populosos barrios de la periferia de las grandes ciudades –como el conurbado Saint-Denis de la capital francesa- y que hasta ayer votaban mayoritariamente por la izquierda, socialista o comunista, hoy se inclinan por el mensaje de Le Pen. Por el momento la Francia Insumisa de Mélenchon como Agrupación Nacional son favoritos para pasar a la segunda vuelta parlamentaria en múltiples distritos si logran acercarse a otros partidos tradicionales.

Por cierto, la narrativa maniquea de Le Pen ha hecho de las instituciones de la Unidad Europea –motejada de “Eurocracia de Bruselas”- y la masiva presencia de migrantes en suelo francés sus principales blancos, entendida por sus seguidores como dos caras de una globalización inadmisible, que debiera ser a lo menos limitada, constituyendo un desafío para la Unión Europea en momentos claves para decidir su autonomía geopolítica a propósito de la Guerra de Ucrania, al tiempo que un riesgo para los extranjeros afincados en la Patria que hacia fines del siglo XVIII proclamó la primacía de los derechos humanos. Efectivamente el incremento electoral de la derecha radical y populista constituye un fantasma de incerteza flotando sobre la certidumbre del futuro del Viejo Mundo. Lo anterior atendindo que el francés no es un caso aislado, sino que cada vez más generalizado en la Europa de los 27, con casos palmarios. Piénsese en la Italia que tuvo como Vicepresidente del Consejo de Ministros a Matteo Salvini entre junio de 2018 y septiembre de 2019, o la elección austriaca en la que el Norbert Hofer obtuvo el 46% de los votos en 2016. Aunque el más paradigmático ejemplo es el de Viktor Orban en Hungría quien hace un mes renovó su mandato desde 2010 por otros 4 años, apoyado por su partido Fidesz con el que ha construido un régimen que no tiene problemas en reconocer como iliberal.

Al fondo todos estos líderes impugnan al Orden Liberal de Pos Guerra Fría, en la que un nacionalismo exclusivista y su secuela xenofóbica se traduce en la promoción de actitudes negativas hacia los inmigrantes  y sobre determinados proceso de integración regional.

Adicionalmente, es útil distinguir entre la extrema derecha de la derecha radical y populista, ambas parte del universo de la ultraderecha (Mudde, 2021). Mientras la primera rechaza la esencia de la democracia, es decir la soberanía popular y el principio de mayoría, siendo su expresión más trágica –más no la única- el nazifascismo de Entreguerras que entendía los comicios como un instrumento alternativo para alcanzar el poder e implementar una violencia “regeneradora y expansiva”;  la derecha radical -a la que corresponde la Agrupación Nacional, VOX y Trump por citar algunos casos- acepta la democracia aunque oponiéndose a aspectos específicos: el pluralismo (liberal), la protección de las minoría, el Estado de Derecho, y la separación de poderes –un rasgo que comparte con otro tipo de populismos-, expresado en su nativismo, verticalismo autoritario y la clásica contraposición discursiva entre pueblo y elites. Solo que en esto último se dirige más que contra “los de arriba” a la denuncia de  “los del frente” no nacionales, por lo que hay considerarlo primero un populismo nacionalista y no un populismo protestatario, más bien típico de ciertas agrupaciones de izquierda (Taguieff, 2002). Así y todo hay que destacar que el estilo lepenista, su transgresión permanente de la nueva corrección política, decanta en un ataque a prácticamente todos los costados de la globalización, y no sólo a una parte de la misma, como ocurre con ciertos populismos neoliberales satisfechos con el orden económico sin óbices a un mercado onmnipresentes, aunque críticos acérrimos de otros facetas, en incluso con izquierdas posmodernas de vocación cosmopolitas en el reconocimiento de derechos humanos o de temáticas de la diferencias, aunque por cierto reacias a la supremacía de mercado. Es lo que se denomina “nacional soberanismo” y “social chauvinismo” de la Agrupación Nacional francesa que demanda un Estado de Bienestar aunque con prioridad para quienes nacieron en Francia. 

Desde la Academia además hay un debate abierto si acaso esta derecha se distingue por su carácter populista o en cambio es su posición posfascista la que prima sobre un determinado estilo (Traverso, 2018). Sin embargo, es evidente que su crecimiento supera los marcos europeos. El triunfo de Trump en 2016, y su recetario de como el nacionalismo bate al globalismo (Haidt, 2016) es compartido por el Primer Ministro de la India, Narendra Modi y su Partido Popular Indio, así como por varias derechas hemisféricas: Desde el populismo fujimorista de Fuerza Popular en Perú, el ultra-liberalismo de Javier Milei en Argentina, o el conservadurismo neoliberal cultivado por Bolsonaro en Brasil o Republicanos en Chile. En un espacio en que la polarización y agonismo político prevalecen permanentemente sobre el acuerdo es posible establecer que el universo de las derechas radicales ha llegado para quedarse.  

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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