Gran parte de la atención mediática regional del último fin de semana se concentró en el balotaje presidencial colombiano. En dicho país, donde viven 50 millones de habitantes emplazados al centro del hemisferio y con costas al Pacífico y el Caribe, una conexión con el comercio del pasado y presente y los mercados del hoy del mañana, el del domingo pasado era un capítulo crucial en la historia nacional.
Y los resultados fueron históricos en unas votaciones con una participación de más del 58% del padrón electoral –el porcentaje más alto de los últimos años- dando cuenta la alta capacidad de convocatoria de la elección particularmente en la Colombia de las periferias (como Cauca y Nariño entre otras). Gustavo Petro alcanzó los 11.281.013 votos imponiéndose por más de 700 mil papeletas a su adversario Rodolfo Hernández. Casi todos son registros inéditos a continuación. Por primera vez la izquierda llega al poder de la Casa de Nariño, con un ex guerrillero de los ochentas que no es oriundo ni de Bogotá ni de Medellín sino que de la Costa. Francia Márquez primera vicepresidenta mujer y afrodescendiente, con una carrera asociada al activismo feminista de corte interseccional, esto es orientado a mujeres de condición socio económicas precarias, coincidentes con determinadas etnicidades.
El reclamo de cambio se escuchó mucho más fuerte precisamente en las costas Pacífico y Caribe y la Amazonía, áreas que concentran parte de las condiciones de privación comparativa, respecto al Centro Andino y espacio cafetero, mucho más conservadores. En los departamentos de Nariño, Cauca, Putumayo y el Chocó, Petro sencillamente arrasó, con contundentes resultados en Atlántico, Bolívar, La Guajira y Magdalena. Así al mapa de la pobreza se superpone cierta división política. En las ciudades también hubo un voto favorable a Petro: Bogotá, Calí, Barranquilla y Cartagena votaron por el Presidente colombiano electo, y sólo Medellín marcó la diferencia. A pesar que un 47% optó por el candidato que perdió lo que apunta a existencia de una reticencia minoritaria –aunque no menor- al cambio o al tipo de giro que signifique el nuevo liderazgo nacional. La fórmula que accedió al poder fue indiscutidamente una mejor interpretación de los dolores que parieron los estallidos colombianos de noviembre de 2019 y abril de 2021. Pero ¿Será suficiente? El discurso de triunfo de Petro fue bastante moderado, llamando a construir acuerdos –necesario si no se controla el Congreso- más un equipo económico de corte tradicional, y contando con una optimista proyección de crecimiento para 2022 y 2023. Sin embargo las sociedades latinoamericanas están más propensas a la impaciencia en sus demandas.
La noticia es que se afianza la llegada al poder de una novísima nueva izquierda latinoamericana –si consideramos que el apelativo de “Nueva Izquierda” ha sido utilizado por lo menos 2 veces más, en los sesenta del siglo pasado y al inicio de éste- en un nueva versión en que conviven diversas experiencias y sensibilidades: Desde regímenes iliberales hasta gobiernos nacidos de las urnas con izquierdas poco progresistas y bastantes tradicionalistas, hasta los que favorecen una postmodernidad que conjugue la superación de las desigualdades estructurales con la inclusión de la diversidad en todo el sentido de la palabra. En común tienen un anti neoliberalismo declarativo aunque no siempre las mismas fórmulas para su reemplazo. Lo anterior sin olvidar que subsisten gobiernos conservadores de distintos talante en Ecuador, El Salvador, Guatemala, Paraguay y Uruguay, y que en Brasil está pendiente una elección que revelara un verdadero choque de trenes entre Lula y Bolsonaro, con un potencial triunfo del primero. Unos y otros liderazgos no tienen nada fácil dirigir en época postpandémica en que la precariedad incrementada va seguida de cerca por una inflación de las expectativas que troca rápidamente en malestar, como ya se puede apreciar en los casos de Ecuador y Perú, no obstante haber celebrado comicios el año recién pasado. El expediente de vacar al Presidente en el Perú sigue no se ha neutralizado y la furia ciudadana puede encenderse rápido, mientras en Ecuador las protestas del 13 de junio último reivindican la relevancia de la Confederación de Nacionalidades Indígenas (CONAIE) para todo concierto político.
A la ebullición de América Latina se agregan otras 2 elecciones de resultados no menos sorprendentes –aunque se viera venir-. En la Francia del Presidente Macron, el oficialismo perdió la mayoría absoluta de la Asamblea Nacional francesa (obteniendo 234 diputados de los 577 totales) con el resultado de la segunda vuelta electoral, por lo que tendrá que alcanzar acuerdos con la recargada izquierda de la “Nueva Unión Popular Ecológica y Social” (141 asientos), liderada por Melénchon, una combinación de la formación “Francia Insumisa” con comunistas, ecologistas y socialistas -que han debido conformarse con ser los socios menores de una alianza-, descontando tratativas con la derecha radical de la Reagrupación Nacional en un cómodo tercer lugar (90 escaños), que confirma que ya es más que Marine Le Pen al sobrepasar con creces al neo-gaulismo y otros partidos de la derecha.
En tanto que en Andalucía, el tradicional feudo del socialismo español que gobernó la autonomía casi sin contrapesos hasta 2018, sufrió su peor debacle en la región (24% de los votos y 30 curules) frente al Partido Popular que ha absorbido a la centro derecha en torno a su programa (43% de los votos y 58 escaños), aunque sin evitar un mal resultado para la derecha radical de Vox (13% de los votos y 14 asientos). Los otros partidos de izquierda rozaron la insignificancia electoral.
Así la prospección que Chantal Mouffe hiciera respecto al agotamiento del estilo pospolítico de construcción tecnocrática del consenso político característico del cierre de siglo y comienzo de milenio, con su secuela de gradual desafección institucional, está siendo reemplazado por los giros de nuevas derechas y nuevas izquierdas en pugna, aunque ambas en contra del orden neoliberal precedente en algunos o todos sus aspectos. De esta manera lo que la politóloga y filósofa belga denomina “el eje de conflicto entre el populismo de izquierdas y populismos de derecha (2018: 18) –éste último concepto discutido por quienes prefieren hablar de “posfascismo” (Traverso, 2018)- es en definitiva un espacio agonista de temas que van desde la prioridad nacional, la lucha contra diversas formas de dominio (desde el sexismo hasta el racismo) o la defensa del medioambiente, en el que cada formación política bregará para constituir un sujeto colectivo de vocación hegemónica en el marco de la democracia liberal.