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Proceso Constituyente

Plebiscito: ¿Mecanismos, politización o rechazo?

Columna de opinión por Rodolfo Quiroz
Miércoles 13 de julio 2022 13:35 hrs.


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Durante las últimas semanas el asedio a la Convención o “convencionales” en plural, de manera que golpeara a la toda la Convención, fue transversal y no dejó a nadie indiferente. Daniel Matamala, por ejemplo, dos días antes de la ceremonia sostenía: “Sí, muchos convencionales han sido los mejores promotores de la causa del Rechazo, y sus actitudes, junto con los aspectos más polémicos del texto, ya ponían cuesta arriba la campaña del Apruebo”[1]. Si bien en su tradicional columna no explica cuáles serían las “actitudes” ni “los aspectos más polémicos” o lo que inducían “muchos convencionales”, sutil y didácticamente demostraba el hastío generalizado de la élite respecto al proceso constituyente. Cony Santamaría, por su parte, con mucha alegría y tono de satisfacción, desde el interior del patio del ex Congreso Nacional, cada cinco minutos anunciaba la disolución de Convención Constituyente, en una mueca que rayaba lo burlesco. Un gesto festivo parecido, como cuando otra periodista abordaba a la convencional Giovanna Grandón –más conocida como Tía Pikachu- para preguntarle: “¿Y qué va hacer ahora?”.

Clasismo, colonialismo y narcisismo han sido parte de los principales subtextos contra la disuelta Convención. Para la ceremonia de cierre, por primera vez, después de un año, los y las convencionales de derecha se veían más aliviados, contentas, esperanzados. Las risas efusivas de Pollyana Rivera, Arturo Zuñiga, Cristián Monckeberg eran sintomáticas de un cambio de ánimo significativo. Al fin se había acabado la Convención. Ese lugar inhóspito y mal educado que, fundacionalmente, les hizo sentir que no controlaban las clavijas del país. Ahora por fin, esa “gente” escasamente preparada que se había atrevido a escribir una nueva Constitución o que había pasado por arriba de “nuestra Constitución”, como le gustaba decir a Jaime Guzmán, ya no tendría acceso a los micrófonos. ¿La nueva Constitución sería un insulto a las tradiciones de la República o un retroceso a las prerrogativas de siempre? Tal vez lo último sea más decisivo porque, a pesar de la grosera ayuda mediática, ni la derecha ni los partidos exconcertacionistas lograron hegemonizar el contenido constitucional. Así, desplazados de su lugar de institucionalidad, se dedicaron a boicotear y romper y se sintieron mejores por eso, como cuando el patrón elevaba la voz a los inquilinos que no cumplían sus tareas patronales. Siguiendo el ejemplo de Escalona y Longueira, pensaron que con el liderazgo de Fuad Chaín y Marcela Cubillos podrían menoscabar el proceso de participación popular que llegó a la Nueva Constitución. Pero se equivocaron radicalmente y, peor aún, perdieron una oportunidad histórica para legitimar su pasado autoritario y cómplice con las víctimas de la dictadura y el malestar de los últimos treinta años. También, implícitamente, clausuraron la posibilidad de conectarse medianamente con las demandas ciudadanas, en dos décadas de desatendidas y groseras desigualdades y profundos vacíos de representación política.

En este contexto se abren nuevas interrogantes. ¿Cuál es la mayor dificultad que enfrenta el plebiscito? ¿Hacia dónde dirigir la energía informativa considerando que ninguna de las elecciones anteriores responde a la lógica de esta nueva elección? ¿Cómo discutir contenidos constituyentes en medio de una crisis económica global y nacional que, además, tendrá un padrón electoral mayor producto del voto obligatorio? ¿Qué será más eficiente: defender los nuevos mecanismos constituyentes o aferrarse el proceso constitucional? ¿o ambas cosas? Evidentemente, el proceso histórico es lo más importante del punto de vista global del debate, la identidad desde donde se disputa. A su vez, los mecanismos y el proceso no pueden separarse porque se articulan, se desprenden recíprocamente. Sin embargo, lo que quisiera destacar es que para esta inédita etapa de deliberación popular -quizás los dos meses más intensos de campañas y disputas que habremos vivido en tres décadas-, la creatividad argumental debiese estar más centrada en los mecanismos y no tanto en el proceso. Ello porque el proceso ya está en movimiento y lo que viene en adelante debe ser más específico: politizar el debate constituyente. Y me explico. Primero, no se trata de clausurar el proceso sino de ampliarlo através de argumentos técnicos y políticos didácticos del porqué esta nueva Constitución genera mejores condiciones para el ciudadano común y no resguarda a los grandes conglomerados. Segundo, porque lo que viene en adelante significa defender un horizonte de transformaciones que, cualitativamente, no se va ganar con una suma de votos sino mediante comunidades y grupos que se identifique en su politización en ascenso, acorde a una correlación de fuerzas diferente capaz de defender y perfeccionar las demandas constitucionales. Tercero, porque lo relevante de cambiar la Constitución de Pinochet no es solo la monumental tarea de modificar el Estado extractivista y neoliberal, sino más materialmente, implica institucionalizar y ampliar el horizonte tradicional de los partidos políticos: constituir una agenda política móvil y convocante a las más diversas bases sociales, capaz de permanecer y no solo impugnar a las fuerzas hegemónicas.

Y sobre esto último me detengo porque me parece que será la pregunta fundamental. ¿Politización versus rechazo? Cuando se eligieron los convencionales en una clara tendencia progresista y de castigo a los partidos tradicionales y de derecha, asumimos automáticamente que la correlación de fuerzas cambió. Sin embargo, meses después se demostró que la apertura progresista era incipiente, movediza e, quizás, sobrerrepresentada. La gran diferencia entre la elección de convencionales (mayo 2021) versus congresistas (diciembre 2021) respondió cuantitativamente a una mayor competencia. Entraron a la cancha más personas desconocidas o independientes que junto a los partidos de izquierda, ampliaron efectivamente la oferta electoral. Si las próximas elecciones no movilizan mayores ofertas políticas de diferentes signos, difícilmente se podrá arrinconar a los partidos del orden y defender el proceso constitucional. Sería sumamente valioso entonces, que, de cara al plebiscito, se asuman las campañas como un ejercicio de politización de la sociedad chilena, que enfrente creativa y directamente la estrategia despolitizadora o la supuesta “polarización” que tanto beneficia a quién se desprende de los argumentos específicos y vuelve al proceso tradicional de “un país unido”, como decía la carta del Presidente Lagos. Por ello –insisto- entender los diferentes mecanismos constituyentes que alberga el nuevo texto constitucional es una tarea prioritaria y fundamental. Extender y compartir el catálogo de derechos, los sistemas de justicia, la plurinacionalidad, el sistema político, etc. Esta vez ya no en el horizonte largo de trasformaciones, sino concretamente en la vida cotidiana para no romantizar la idea de justicia.

La nueva Constitución será un nuevo punto de partida hacia la politización y la vuelta a debates políticos en serio. Esto porque la nueva carta magna, entre otras cosas, tensiona las formas de lucro en determinadas áreas sociales, reconoce derechos colectivos a naciones originarias y busca mecanismos territoriales con energía deliberante desde las unidades estatales históricamente subalternas. Cada uno de esos ámbitos es una amplitud de la negada soberanía popular vigente en la actual Constitución. De modo que el actual proceso constitucional ha sido el momento más cercano a la democracia sin tutelajes. Quienes lo critican y rechazan solo pueden ser representantes de privilegios, cómplices de la violencia y refractarios a los mecanismos deliberativos que, de una u otra manera, integran a los chilenos y chilenas que no tienen acceso e integralidad al bienestar material e inmaterial del país.

A pesar de los certeros ataques, mentiras y calumnias, por primera vez, Chile tiene a disposición un texto de primera jerarquía jurídica construido democrática y públicamente. Un catálogo de derechos y herramientas disponible para una deliberación popular. La tarea entonces es leerlos, discutirlos y politizarlos.

[1] https://www.latercera.com/la-tercera-domingo/noticia/columna-de-daniel-matamala-tormenta-perfecta/NG4WVZQGBVCH5JZ4OZEH3GPULU/

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.