Hace un par de días, Cristian Warnken escribe una columna en El Mercurio donde ubica a los partidarios del rechazo casi a la altura de héroes, luchando y en resistencia contra un “Leviatán estatal de mil caras”. Ahora, más allá de la opción que promueve, llaman la atención algunas ideas que plantea. Nos referiremos acá a tres.
La primera de ellas es la forma en que blanquea la campaña mediática que se realiza, partiendo de una ingenua perspectiva en la que, toda la propaganda enarbolada en los medios y la calle, proviene de una pureza intrínseca de sujetos sin inclinaciones ni tendencias económicas o políticas. Así, parte hablándonos de una campaña en desiguales condiciones, pues éste Estado Leviatán estaría desbalanceando un tablero en perfecto equilibrio. Para él, es intervencionismo que las instituciones del Estado trabajen por la educación de la población en el marco de la votación más importante de las últimas décadas en chile; aun sabiendo que es una constitución democrática y sin parangones (escrita de forma paritaria y reconociendo a los pueblos indígenas desde el primer minuto).
Cuando se trata del ente público, Warnken pone el grito en el cielo, pero no pareciera encontrar tan importante las campañas de medios masivos en televisión, diarios, redes sociales. Si criticaremos que lo público intervenga el escenario político nacional, critiquemos a lo privado cuando entra a degradar la propuesta constitucional con mentiras y odio (como los casos de Mónica Pérez durante el noticiario que conduce; o como la polémica del programa “100 indecisos” de Mega, donde CADEM escoge y les paga a los asistentes al programa). Warnken conoce perfectamente la capacidad e influencia que tiene la prensa. No nos veamos la suerte entre gitanos; su crítica proviene de una convicción profunda por el rechazo y desde ahí enarbola opiniones.
Como segundo punto, y es lo que más nos molesta en tanto profesores, Warnken, para apoyar su idea del Leviatán intervencionista, prefiere que la población no lea la propuesta constitucional, no la estudie, no la converse a partir de su lectura, ni en las onces familiares, ni en el trabajo, ni en los almuerzos del domingo, porque posiblemente no entenderán lo que se les está planteando. No descubrirán las trampas, dice. Al parecer, él pudo leer, analizar, interpretar, pero el resto no tiene el derecho a hacerlo. Eso se desprende de sus palabras, sencillamente. Ha sido una columna poco pedagógica, sin imparcialidad. Mejor cerrar los colegios por fuera y olvidarnos de todo, vámonos para la casa. Bajemos los brazos, y para qué hablar de un rechazo con esperanza de cambios, en este planteamiento. Le falta el respeto a todo el pueblo de Chile; a esas 70.000 personas que compraron la edición de LOM, a todas las que compraron las copias y fotocopias, a los miles que la descargaron por internet, a todos quienes hicieron interminables filas en Maipú, Puente Alto, Ñuñoa y cuántas comunas más, para tener una guía explicativa, para toda la familia.
Y tercero, para cerrar, no podemos dejar de mencionar la burda comparación que realiza para rematar su columna, posicionando a los partidarios del rechazo como equiparables a la resistencia en dictadura. Aquella, sí, es otra grave falta de respeto, a quienes sufrieron en carne propia y a la memoria de los que no están, que entregaron sus vidas para acabar con los flagelos del tirano durante los ´70 y ´80. Resulta ridículo tener que repetirlo a estas alturas, pero parece necesario recordar que el rechazo estanca los cambios que la población necesita. Y conocemos de memoria a ciertos partidos y políticos chilenos, las reformas no llegarían, y menos con un rechazo respaldándolos tras el plebiscito.
Uno puede tener una opinión, pero denigrar a otros y faltarles el respeto por tener -potencialmente- otra perspectiva de las cosas, no es más que soberbia y fanatismo.
Aunque, a decir verdad, Warnken puede tener razón: rechazar es resistir. Resistirse al cambio y al Chile real. Rechazar es resistirse a aceptar el otro Chile, resistirse a aceptar la población dos siglos invisibilizada, práctica y jurídicamente.
José Manuel Vega
Profesor de Lenguaje, Universidad de Chile.