Desinformación: ¿Qué hacemos con el jaque al periodismo?

  • 21-10-2022

Desde los estudios del periodismo se mira con mucha atención cualquier proceso disruptivo que pueda provocar cambios en las dinámicas informativas. Así también desde la opinión pública se mantiene cierto escrutinio sobre cómo los medios de comunicación representan la realidad social y los ejercicios de poder que en ella operan. En la historia de las comunicaciones se han producido desbalances en ese equilibrio; hoy es posible observar de primera mano cómo un actor aparentemente menor, como las redes sociales, han afectado al ecosistema informativo y las consecuencias que esto trae para la convivencia democrática.  

En octubre de 2019 era imposible imaginar el alcance de lo que vendría, pero el manejo mediático del estallido y de la represión, por parte de los medios tradicionales, removió a todas las capas del ecosistema de comunicación: se crearon colectivos de verificación y chequeo de datos, los medios alternativos se levantaron como portavoces de lo que las personas escuchaban y veían en las calles. Se tomó lo que estaba a la mano para hacer periodismo, porque había que contar, era urgente. 

Así como se reestructuró -al menos momentáneamente- el panorama informativo chileno, se hizo evidente un fenómeno al que se evitaba prestar atención. A la desinformación no se la suele llamar por su nombre. Se usa fake news o noticias falsas, el apodo que el expresidente Trump decidió diseminar para denostar la labor periodística responsable y fiscalizadora. Desde ese mandato de relevancia mundial, el periodismo debió pasar a jugar a la defensiva, porque según se ha transmitido incluso desde los mismos medios, una noticia podría contener elementos de ficción. 

Con el periodismo a la defensiva y las redes sociales repuntando en importancia y dinamismo, llegó la pandemia de COVID-19 y el escenario mediático se transformó en una pesadilla. La información falsa que circulaba a diestra y siniestra en las redes hacía eco en los medios tradicionales y se usaba tiempo de pantalla y espacio de publicación para desmentir las teorías negacionistas, a los grupos antivacunas y a quienes predicaban el uso de clorito de sodio para sanar el virus. La ciudadanía cayó de la sartén al fuego. 

La televisión y otros medios de comunicación se instalaron nuevamente como entes informativos confiables que podían -en parte- combatir la denominada infodemia. Lamentablemente, el periodismo y los medios en Chile tienden a resultar desestabilizadores del bienestar para ciertas comunidades, como constató el estudio Discursos Públicos Mediáticos y Juventudes en Chile, donde un grupo de jóvenes expresó su descontento con la forma en que los medios informaban sobre la pandemia: generando miedo y promoviendo un estado de alarma permanente, despojando a la muerte de sentido con el uso de cifras inabarcables y, por ende, provocando rechazo y malestar; lo cual puede resultar perjudicial si se busca que la población esté bien informada.

Estar bien informados permite tomar mejores decisiones. Estar bien informado significa escuchar argumentos con los que no estamos de acuerdo; implica conocer hechos puestos en contexto. También implica poder diferenciar una ficción populista: el estallido social es la manifestación de la delincuencia sin base socio-histórica, de un hecho: en octubre de 2019 en Chile hubo violaciones a los derechos humanos que han quedado impunes. 

Parte de la difícil definición de calidad de la información tiene que ver con cómo se construye el relato informativo y el papel que juega la personalización de contenidos en las redes sociales. Se acusa a las redes de provocar polarización, pero se obvia el diálogo multisectorial y el poder de los medios de comunicación como parte (a veces interesada) en dicha tensión. 

Esta tensión es de vital importancia para las instituciones formadoras de periodistas, pues la única manera de escapar al jaque mate parece ser más discusión sobre ética periodística; mejores periodistas que estén dispuestos a mostrar más caras de los problemas, más voces, más datos puestos en contexto, más hechos y menos interpretaciones de ellos. Más y mejor periodismo. 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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