Las cifras hablan por sí solas: el bloque de fuerzas derechista y religiosas que apoyaron al partido Likud sumarían hasta ahora 62 diputados, lo que resulta suficientes para formar gobierno. En tanto, la oposición de centro, encabezada por el actual jefe de gobierno en funciones, Yair Lapid, se queda con entre 54 y 55 escaños. Pero la verdadera novedad en las recientes elecciones es que la ultraderecha supremacista judía, aglutinada en el movimiento Sionismo Religioso, abiertamente racista, antiárabe y homófobo, se ha convertido ahora definitivamente en la tercera fuerza política en Israel. Y ellos aportan con entre 14 y 15 escaños. Pero eso no es todo, porque también están los partidos ultraortodoxos, naturalmente aliados de Netanyahu. Estos suman 17 escaños: 10 de Shas, que representa a los haredíes sefardíes y mizrajíes, y 7 de Judaísmo Unido de la Torá, partido de los asquenazíes ultraortodoxos.
En este complejo panorama político interno de Israel, la derecha liberal logró 12 escaños, a los que hay que sumar los 4 de los ultranacionalistas laicos Israel Nuestro Hogar. Por su parte, la izquierda laborista estaría consiguiendo tan sólo 5 diputados, en tanto que el Meretz, partido progresista-pacifista, se quedaría con 4 curules. Yendo más allá en el espectro político israelí, la comunidad árabe lograría asimismo estar representada en el Parlamento (o Knesét) con 5 escaños para el partido islamista Raam y la coalición Hadash-Tal, que no se alió con ninguna de las coaliciones, obtuvo 4 asientos.
Por quinta vez desde 2019, más de 6,7 millones de israelíes estaban llamados a las urnas este martes 1° de noviembre y la participación electoral de los ciudadanos resultó bastante alta, un 66,3%. Aunque no es menos cierto que, a la espera de que el escrutinio se siga ampliando, el bloque anti-Netanyahu liderado por Lapid está -por ahora al menos- muy por debajo del Likud y sus aliados, por lo que la amalgama de fuerzas de derecha, centro e izquierda que aglutina se quedaría con 46 escaños. De hecho, el propio partido centrista de Lapid, Yesh Atid, seguiría como segunda fuerza con unos 24 escaños, aunque algunas formaciones aliadas como el izquierdista Meretz o el islamista Raam no superan por ahora el umbral de 3,25% de los votos mínimo para obtener representación. En tanto, el partido árabe nacionalista Balad no superó el umbral electoral, como tampoco lo hizo Hogar Judío, partido ultranacionalista religioso más moderado que se vincula al ex primer ministro, Naftali Benet.
Esto dejaría a los dos partidos del bloque anti-Netanyahu sin cuatro diputados cada uno, lo que sería una desventaja clave para ellos, aunque la situación podría cambiar a medida que avance el recuento, girando la rueda de la fortuna en la correlación de fuerzas políticas internas de Israel. Los sondeos difundidos por los colegios electorales daban una mayoría mínima de entre 61 y 62 escaños al bloque pro-Netanyahu, mientras que los partidos que se oponen a que el ex jefe de Gobierno vuelva al poder se quedaban con entre 54 y 55 asientos.
Tal vez por eso, en declaraciones emitidas en la sede electoral de Yesh Atid tras conocerse los primeros resultados, Lapid se mostró muy cauto e instó a sus partidarios a esperar a “contar hasta la última papeleta” el viernes antes de sacar conclusiones. “Este recuento se prolongará durante dos días. Hasta que no se cuente la última papeleta nada está terminado ni cerrado, esperaremos, aunque no tengamos paciencia, los datos finales”, afirmó durante su discurso el jefe del Ejecutivo en funciones. En la sede del Likud de Netanyahu, en cambio, el ambiente era naturalmente más optimista y el ex premier celebró estar “al borde de una gran victoria”, aunque también pidió cautela hasta que las cifras sean definitivas.
Se cumplió así una nueva jornada electoral que no pareciera que vaya a sacar al país de su inestabilidad y parálisis política ante la falta de mayorías claras para los dos grandes bandos en que se divide el espectro político-ideológico de Israel. Estos fueron los quintos comicios en menos de cuatro años a la búsqueda de salir del estancamiento político y del círculo vicioso que le ha llevado elección tras elección desde 2019, unas que sin duda han puesto a prueba la resistencia a la fatiga política de un electorado que, con ese 66,3%, entregó no obstante la cifra más alta de participación desde 1999 y probablemente muy por encima de la registrada en las cuatro anteriores convocatorias electorales ocurridas entre 2019 y 2021.