Comunicaciones para la comunidad

  • 07-11-2022

Hace aproximadamente 15 años, la masificación de algunas de las redes sociales más usadas hoy era recibida con optimismo, al menos para quienes se interesaban en la causa de la desconcentración mediática. Sostenían que cada persona iba a poder ser su propio medio de comunicación y que los comparativamente bajos costos de funcionamiento de los diarios digitales iban a ayudar a emparejar la cancha. La esperanza estaba basada en que un mero cambio de tecnología iba a modificar las relaciones de poder, pero la Historia demuestra porfiadamente que toda innovación termina siendo usada redobladamente a favor por los poderes hegemónicos.

Así estamos hoy: los algoritmos inciden en las elecciones presidenciales y en su lomo cabalgan alternativas políticas extremistas, cuyas banderas de lucha son la hostilidad contra las mujeres, los migrantes y la diversidad sexual, entre otros grupos. Adicionalmente, su desprecio por lo público es radical, al punto que se oponen de modo virulento a toda política que se inspire en lo colectivo.

A la concentración histórica de los medios se suma ahora el de las redes sociales, con sus algoritmos, sus bots y los gastos millonarios. Pero hay algo más: los analistas políticos que habíamos conocido tradicionalmente son reemplazados por individuos que publican de modo compulsivo cada día y todo el día, no para contribuir al debate sino por la necesidad de decir algo ingenioso que los mantenga en una perpetua notoriedad. Aquello solo puede lograrse a través de la descalificación y la odiosidad permanentes, de modo que este veneno que se inocula sin descanso termina por frivolizar y ensuciar la discusión política.

Siendo éstas las condiciones, no es de extrañar que tengamos dirigentes políticos que respondan y por lo tanto sean tales a imagen y semejanza de estos estímulos. Así, podemos tener diputados sheriff o que propongan la pena de muerte sin ningún otro fundamento que llamar la atención para tener una portada o un retuit más en un día cualquiera.

Así, todo tiende a perder trascendencia y el debate público solo resulta posible en el marco de las reivindicaciones individuales. Pareciera imposible proponer nada que ayude a los sectores más desvalidos, o a las próximas generaciones, que no pase por señalarle a las personas que no tendrán que hacer ningún sacrificio y que nadie afectará su propiedad, aun cuando ésta sea exigua o inexistente. Hace algunos años, causó escozor la desclasificación de las discusiones de la Junta Militar y José Piñera sobre el Plan Laboral, especialmente por una frase que parecía resumir lo discutido: no tenemos que sacrificarnos por los que vendrán. No se ve cuánta diferencia hay entre aquello y el discurso que se dice a las personas para que apoyen la reforma previsional: nadie tocará la propiedad de sus ahorros, así es que usted no tiene que sacrificarse por los que menos tienen.

Vivimos, así, tiempos en que las plataformas mediáticas y sociales, junto con la concentración de sus operaciones, promueven el individualismo extremo, lo cual es muy conveniente para quienes acumulan mayor poder. Al mismo tiempo, el marco mediático actual no está dando el ancho para canalizar la amplia gama de discursos legítimos que existen en la sociedad. La democracia seguirá severamente condicionada mientras no se enfrente este asunto.

Foto Referencial: Agencia Aton.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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