“Todos somos culpables”. Esa fue la sentencia que el entrenador del Liverpool Jurgen Klopp dio en una conferencia de prensa que se ha hecho viral esta semana por las críticas que el alemán expresó en contra de la organización del Mundial Qatar 2022.
Conferencia que trascendió porque representa a gran parte de quienes nos declaramos fanáticos del fútbol, pero hemos visto con desazón cómo los dirigentes que encabezan esta actividad nos han empujado, durante años, a aceptar un Mundial organizado por uno de los países más cuestionados en materia de Derechos Humanos en el planeta.
¿Qué hacer frente a este Mundial? ¿Seré un inconsecuente si veo por el televisor el debut de Ecuador ante Qatar? ¿Hago mal al coleccionar las láminas de las 32 selecciones que participarán de la competencia? Lo cierto es que son preguntas que por más nimias o intrascendentes que puedan parecer arrastran un problema de fondo y que tiene que ver con la falta de control de una actividad que amamos pero que actualmente está en manos de un grupo de codiciosos que han visto en este deporte una fuente inagotable de recursos para sus bolsillos.
Pero así estamos todos quienes seguimos a este deporte y a la vez tenemos un mínimo de conciencia respecto de los derechos fundamentales de las personas. Arrastrados a un constante cuestionar respecto de si es prudente estar pendientes de las molestias musculares de Lionel Messi cuando al mismo tiempo surgen nuevos datos e informaciones acerca de la cantidad de muertes que rodean a la organización de este evento.
De acuerdo a datos que manejan diversas ONGs relacionadas con la defensa de los Derechos Humanos, desde el año 2010 en adelante, al menos 6 mil 500 trabajadores involucrados en la construcción de los recintos murieron producto de las peligrosas tareas a las cuales se vieron obligados a hacer y de las altas temperaturas que, de hecho, derivaron en que por primera vez en la historia el Mundial se dispute en el mes de noviembre.
Si bien el comité organizador y el gobierno qatarí han desmentido esta información y reconocen solo tres muertes relacionadas con la construcción de los recintos deportivos, cifras entregadas por la OIT sostienen que solo durante el año 2020, 50 trabajadores murieron en las faenas.
A esto hay que sumar que, sobre la base de diversos informes médicos, más de 37 mil operarios tuvieron uno o más accidentes. De hecho, desde la OIT acusan al emir Tamim bin Hamad Al Thani de contabilizar fallecimientos e incidentes de manera inadecuada además de no tomar ningún tipo de acción que pudiese evitar estas desgracias.
Pero como diría Klopp, hablar de esto ahora ya da un poco lo mismo, las cartas están echadas y el Mundial se jugará igual independiente de lo que se escriba. “Todos somos culpables” dijo el alemán a un periodista y agregó que “ustedes también son culpables porque no hablaron de esto antes” y en parte tiene razón.
Si bien hubo artículos que denunciaron la corrupción que rodeó la designación de Qatar y las violaciones a los Derechos Humanos a los trabajadores que participaron en la construcción de los recintos, estos fueron los menos en comparación a la gran cantidad de medios que hicieron vista gorda a todas estas situaciones y no es la primera vez. Lo mismo ocurrió en 1978 cuando el Mundial fue a parar a la Argentina de Videla o cuando también en medio de rumores de corrupción, la Rusia de Putin se hizo de la organización del último Mundial en 2018.
¿Qué hacer con el Mundial de Qatar? Es la pregunta que nos seguiremos haciendo y que probablemente tiene una respuesta: lo veremos igual. Lo veremos igual porque nos gusta tanto este deporte que estamos dispuestos a encontrar alguna excusa que aquiete nuestras conciencias y justifique lo injustificable.
A lo mejor daremos retuit a algún mensaje en contra de la organización o compartiremos la foto de algún futbolista que lleve algún tipo de símbolo que esboce una protesta, pero lo cierto es que todo eso será insuficiente. “Todos somos culpables” y la sentencia de Klopp es irrefutable, pero quedará en cada uno de nosotros el trabajo de evitar que la codicia y la falta de humanidad terminen de enturbiar una actividad que, pese a todo, sigue siendo la alegría del pueblo.