Gonzalo Durán S.
Investigador Fundación SOL
Hace dos semanas, la Dirección del Trabajo publicó las últimas estadísticas sobre sindicalización, negociación colectiva y huelgas. En cuanto a la tasa de sindicación, el 20,1% de la población asalariada está sindicalizada. En cuanto a la tasa de negociación colectiva, la cifra es aún más baja (para más datos y una lectura más amplia de las estimaciones estadísticas, véase el estudio del que es coautor Sergio Gamonal aquí). Aunque estos resultados son relativamente “mejores” que en décadas anteriores, siguen siendo cifras preocupantes: significan que la mayoría de las trabajadoras y los trabajadores asalariados/as trabajan en un entorno sin sindicatos y sin negociación colectiva.
En un contexto de aumento de precios, de cambios en la composición del mundo del trabajo, de desaceleración económica y de inminente recesión para el año 2023, la negociación colectiva, tal como sucede en otros momentos – tendrá un papel clave. Para entender ello, se presentan a continuación 4 elementos.
Primero. En el modo de producción capitalista, aunque pueda ocurrir, las empresas no están obligadas a aumentar los salarios, ni siquiera a reajustarlos para mantener el poder adquisitivo ante el aumento del coste de la vida. La acción sindical y la negociación colectiva, en particular, funcionan como una salvaguardia. En Chile, es una práctica habitual pactar la reajustabilidad de los salarios según IPC a través de la negociación colectiva, lo que se considera casi un beneficio adquirido. Esa indexación se defiende en la propia práctica de la negociación, ya que la legislación no establece que sea la línea de base de los contratos. Actualmente el resultado del reajuste por IPC es resistido por los empresarios, y los sindicatos están dando la pelea. Por supuesto, está lejos de ser una panacea y no aborda la urgente necesidad de aumentos salariales reales, que son tan difíciles de lograr en el sistema de negociación colectiva de Chile. Pero para quienes ven cómo los salarios se diluyen por el aumento del coste de la vida, no es un asunto menor. La negociación colectiva inclusiva, a gran escala, puede aportar esos logros sindicales al conjunto de la clase trabajadora. Hoy, con una de las peores tasas de inflación en décadas, esto es más necesario que nunca.
Segundo. Chile ha experimentado una significativa ola migratoria durante los últimos años. Esta situación ha tensionado el mundo del trabajo. La evidencia internacional indica que, en aquellos sistemas donde existe negociación colectiva inclusiva, de escala masiva, los sindicatos tienen más margen de maniobra para difundir los derechos laborales y también para proteger a las y los trabajadores migrantes (ver, por ejemplo, Pries 2013). Esto es especialmente relevante en el contexto de las fricciones típicas entre las clases trabajadoras que habitan con anterioridad y las que vienen llegando a un país. Los sindicatos pueden facilitar la integración de las y los trabajadores inmigrantes y en conjunto, con perspectiva de clase, pueden defender el valor de la fuerza de trabajo frente a la pulsión empresarial por aprovecharse de la población migrante como mecanismo para deprimir los salarios y las condiciones de trabajo en general.
Tercero. La acción sindical juega un papel central para proteger a las y los trabajadores durante fases económicas complejas. Las experiencias de crisis económicas y respuestas sindicales muestran que la clase trabajadora de aquellos países con sistemas inclusivos de negociación colectiva, tiene un mayor margen de defensa frente a la unilateralidad de las empresas para ajustar sus procesos. Sin sindicatos fuertes y sin negociación colectiva de escala masiva, la probabilidad de que las empresas usen las crisis como una oportunidad para sacar ventaja, a expensas de las y los trabajadores, es mayor. Esto también es cierto para el proyecto de Ley que busca reducir la jornada laboral máxima de 45 a 40 horas: la acción sindical masiva es una herramienta de las y los trabajadores para cerrar posibles vías de escape que abrirá el empresariado para evitar reducir sus utilidades.
Cuarto, y relacionado con lo anterior, está la cuestión de la desigualdad. La evidencia internacional muestra que los países con sistemas de negociación colectiva como el nuestro, completamente descentralizado, fragmentado y con la mayoría de las trabajadoras y trabajadores excluidos de la negociación colectiva, tienden a tener mayores niveles de desigualdad de ingresos. En cambio, en los países con sistemas inclusivos con negociación colectiva multinivel y sectorial, dicha desigualdad tiende a ser menor (véase, por ejemplo, Hayter y Weinberg 2011). Y no es una coincidencia: más de 50 estudios econométricos revisados por Susan Hayter y Bradley Weinberg sugieren una relación causal.
Hay que promover la negociación colectiva y fomentar la acción sindical para contrarrestar la dinámica competitiva con el poder de la solidaridad. La situación actual no debe ser una excusa para dejar de hacerlo, sino al contrario, un motivo más para unirse en esta dirección. Como hemos dicho antes en Fundación SOL, la falta de negociación colectiva y de poder de negociación del trabajo es una de las principales bases de apoyo que sustentan las persistentes y enormes desigualdades que atraviesan la sociedad. Tras la revuelta de 2019, nada ha cambiado estructuralmente. Es hora de promover las condiciones para que pueda cambiar a través de la organización colectiva de todas y todos nosotros.