Son innumerables los ejemplos en los cuales se ha visto al fútbol en general, y a las Copas del Mundo en particular, arrastrados por la política. Es probable que usted haya escuchado la frase de que el fútbol sería el pan y circo de nuestros tiempos. Otros se refieren a este deporte como una guerra sublimada y por eso las selecciones nacionales serían simbólicamente lo más parecido a los ejércitos. Se esté o no de acuerdo, es donde se canta el himno nacional con más fuerza. He ahí por qué tiende a convertirse en un asunto político de primera importancia.
Esta ampliamente documentado cómo para Benito Mussolini era fundamental organizar en Italia el Mundial en 1934 y que el país lo ganara. No le deseó éxito a la selección: simplemente les ordenó triunfar, sin que fuese necesario explicitar qué ocurriría en caso contrario. Aunque para tal propósito se valieran de contratar y luego de nacionalizar a algunos de los mejores jugadores sudamericanos de la época, el objetivo se cumplió y la bandera y la patria quedaron a buen resguardo.
De la misma importancia resultó para la Junta Militar argentina el Mundial de 1978. No quisiéramos desdeñar la brillantez de futbolistas como Mario Kempes, Daniel Passarella y Osvaldo Ardiles, pero algo oscuro quedó cuando el Régimen trató de capitalizar a su favor los logros deportivos, mientras se torturaba a apenas algunas cuadras del Estadio Monumental de River Plate. Esto, sin contar la vergonzosa derrota por 6-0 de Perú ante los albicelestes, donde según varios registros integrantes del alto mando de las fuerzas armadas locales bajaron al mismo camarín peruano para comprar el resultado.
Con este par de ejemplos, entre muchos otros, no es de extrañar que un mundial como el que se acaba de inaugurar en Qatar genere tantos cuestionamientos. Solo podría parecer cuestionable la aparición de preocupados por los derechos humanos de última hora, puesto que desde hace mucho tiempo son conocidos los abusos del régimen catarí, tal como el modo impúdico en que sus autoridades repartieron petrodólares por todo el mundo para comprar voluntades y quedarse con la organización de este torneo.
En las últimas semanas, informes de organizaciones como Amnistía Internacional y Human Right Watch han sistematizado las graves violaciones a los derechos laborales que se produjeron con la mano de obra migrante que construyó los estadios, al punto que se estima en más de 6 mil personas las que murieron durante las obras, así como si fueran esclavos en las pirámides de Egipto. Son conocidas también las políticas de persecución contra las mujeres, cuya posición es totalmente subordinada en la sociedad catarí, lo que se hace extensivo a las diversidades sexuales y otros grupos.
Hay quien podrá argumentar que se trata de su cultura y que corresponde respetarla, pero la convicción de que los derechos humanos son universales no puede ser sometida a ninguna relativización. Este mundial nunca debió haberse realizado en Qatar, pero el enorme poder corruptor del dinero hizo que así fuera.