Año nuevo ¿Una nueva oportunidad para la integración regional?

  • 26-12-2022

En noviembre pasado, una serie de ex Presidentes, ex Cancilleres, ex parlamentarios, parlamentarios en ejercicio, funcionarios internacionales e intelectuales, dirigieron una carta a los doce Presidentes de la región, en la cual los impulsaban a reactivar la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), revivificando los debates en torno a las posibilidades de la integración regional. Sin embargo, lo cierto es que el año 2022 no fue de los mejores para la integración, en un marco global aquejado por las debilidades del multilateralismo.

Ya desde 2018 era evidente la aguda crisis que atraviesa este proceso regional, cuestión paradójica, si consideramos que América Latina es el espacio donde conviven más esquemas de integración: un verdadero spaghetti bowl, cuya complejidad es difícil de aprehender desde las Cancillerías. Un símbolo de esta crisis es la situación de la UNASUR, que de doce miembros pasó a estar actualmente compuesta por sólo cuatro países, luego del progresivo retiro de una serie de ellos. Por su parte, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) avanza a paso cansino, ante las notorias diferencias en los objetivos y preocupaciones de sus miembros. El Mercado Común del Sur (MERCOSUR) vive su propio trance, en medio de los temores ya crónicos sobre su eventual ruptura o irrelevancia, fuertemente atizados por el interés de Uruguay por negociar acuerdos con terceros países. En tal contexto, la región está marcada hoy por la fragmentación y, consecuentemente, por una notoria irrelevancia global, incitada por la pandemia, la guerra entre Rusia y Ucrania y la competencia estratégica entre China y Estados Unidos.

Desde luego, existen una serie de condicionantes estructurales para esta crisis. Por ejemplo, es evidente la carencia de un liderazgo sostenido que conduzca e impulse la integración. En el caso de la UNASUR, el liderazgo brasileño fue notable, pero no ha sido parte de un impulso constante, cuyos vaivenes han variado de acuerdo a los cambios de gobierno y a la predominancia de la agenda interna del gigante sudamericano. Junto a ello, habría que señalar la persistencia de los nacionalismos, especialmente notorios en países con fragilidad institucional y debilidades democráticas, donde los líderes populistas no dudan en asumir posturas nacionalistas en busca de enemigos externos, en medio de impugnaciones domésticas, con nefastos efectos en las relaciones con el entorno vecinal.

También podría señalarse la carencia de un enemigo externo, que eventualmente actúe como agente catalizador y aglutinador de los países de la región ante una amenaza común. El COVID-19 podría haber representado un riesgo común para enfrentar de manera colectiva, pero ciertamente actuó en sentido inverso, en tanto los países se volcaron hacia adentro, militarizaron sus fronteras y se jugaron el camino propio en la búsqueda de las vacunas. Igualmente habría que subrayar las dificultades derivadas del desarrollo exponencial que exhibe el crimen organizado, lo que ha favorecido miradas securitarias y pesimistas ante las consecuencias de la mayor interdependencia regional.

Asimismo, es necesario referirse a la histórica debilidad institucional de la integración en América Latina, lo que ha involucrado una notoria dependencia de los procesos de convergencia hacia los cambios de gobierno, por cuanto no ha existido una institucionalidad acabada, que permita a los mecanismos la permanencia en el tiempo, como sí ha sido el caso de la Unión Europea. Ello resulta esencial en una región marcada por la diplomacia presidencial, altamente dependiente de los mandatarios de turno.

Relacionado con lo anterior, está el hecho de que la toma de decisiones en tales mecanismos ha sido bajo la regla del consenso, lo que ha dañado las posibilidades de alcanzar resoluciones sustantivas y efectivas para la integración. Ciertamente, las decisiones adoptadas por consenso tienen alta legitimidad y fuerza política, pero, al mismo tiempo, al tener que contar con la anuencia de todos los actores, suelen abarcar temas con poca relevancia donde no existan mayores divergencias, por cuanto solo un miembro puede bloquear cualquier asunto de fondo. En consecuencia, repensar el consenso para la toma de decisiones resulta un asunto fundamental para mejorar las perspectivas y continuidad de la integración en la región.

Por último, en el plano político coyuntural, son evidentes últimamente las consecuencias que está teniendo la crisis política del Perú, que ha generado impugnaciones entre este país y Argentina, Bolivia, Colombia y México, ante un comunicado conjunto de los gobiernos de estos Estados en apoyo al ex Presidente Castillo. Esta crisis también afectó la celebración de la Cumbre de la Alianza del Pacífico, que se había planificado para el 12 de diciembre de 2022, pero que fue suspendida por el Gobierno de México, quien en la ocasión debería entregar la Presidencia Pro Témpore de ese esquema al país andino.

La región está revuelta y fragmentada, avizorando un complejo panorama para la integración regional. Ciertamente, la próxima llegada de Lula da Silva al poder en Brasil está siendo apreciada con optimismo en tal sentido, especialmente respecto al eventual relanzamiento de la UNASUR. Pero aún es pronto para albergar esperanzas, el camino es pedregoso y el pesimismo no deja de estar atado a los hechos. No obstante, se puede notar que la inclinación de varios países de la región por alcanzar acuerdos de libre comercio con actores extrarregionales de manera bilateral, parece demostrar que la integración política alberga más esperanzas que la comercial. El MERCOSUR y la UNASUR son un buen ejemplo al respecto.

Alcanzar una voz común, que otorgue peso a la región en un contexto global con tendencias superpuestas hacia el bipolarismo y el multipolarismo, así como marcado por la debilidad del multilateralismo, no parece un asunto fácil, especialmente considerando que las potencias foráneas, muy presentes en la región, tampoco evidencian muestras de apoyo a la cooperación e integración regional. Con todo, los actores regionales deben asumir con pragmatismo que, de manera autárquica, no serán escuchados en las grandes discusiones que se están llevando a cabo en la política global y que la integración, más que la cesión de soberanía, involucra el impulso de una nueva comunidad política que apunta a ganar atributos de poder e influencia, en un mundo altamente sobresaltado e interdependiente.

  • El autor es Doctor en Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de La Plata.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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