Pelé fue el mejor (a mi padre)

  • 30-12-2022

Aunque este comentario es personal, podría haber sido escrito por millones de personas en el mundo.

Un recuerdo nítido de mi infancia es el fanatismo de mi padre por Pelé. Para él no hay nada mejor en el mundo que el fútbol, por lo que no me habló de artistas ni políticos, pero sí de un jugador descomunal, sobrenatural, capaz de hacer cosas que resultaban imposibles para todos los demás. Decía mi papá que Pelé podía saltar a cabecear y quedarse suspendido en el aire como si no hubiera ley de gravedad, que podía hacer una finta sin tocar la pelota y dejar a los arqueros sentados en el suelo desorbitados, que parecía tener un ojo en la nuca porque daba pases sin mirar, que le pegaba a la pelota con la pierna izquierda tan bien como con la derecha, que había hecho cientos de goles pasándose a 7 u 8 rivales, que podía eludir jugadores y devolverse para pasárselos de nuevo, que saltaba entre un bosque de patadas asesinas y que sin embargo solía pasar. Y así sucesivamente.

Y a mí, que en esa época trataba de aprender a jugar a la pelota en el club del barrio, todo aquello me parecía imposible. Pero le creía a mi papá.

Digo que le creía porque entonces no era posible escribir “Pelé” en un buscador y ponerse a ver videos. Todo era más mítico y misterioso, lo cual tenía su lado bueno pero no es objeto por de pronto el tema de este comentario. En paralelo, mi padre compraba en las ferias libres viejas revistas Estadio donde los redactores estrella del periodismo deportivo de la época, Mister Huifa (alias de Renato González) y Jumar (abreviatura de Julio Martínez) secundaban con sus análisis lo que decía mi papá: la capacidad de Pelé de hacer cosas imposibles.

Hasta que un día el cine del barrio, convertido hoy en templo evangélico como la mayoría de los cines de los barrios, anunció la película “El Rey Pelé”. Debe haber sido una de muy bajo nivel como todas las que llegaban ahí, pero mi padre se empeñó en llevarme para que la viéramos juntos. Mi madre, por su parte, no estaba muy de acuerdo porque decía que ese cine estaba lleno de pulgas, por lo que me metió a la ducha apenas volví. Pero lo importante es que fuimos y aunque no recuerdo con claridad todo, sí conservo el impacto de haber visto a alguien hacer todo lo que podía llegar a hacer Pelé dentro de una cancha de fútbol.

Así, pasé de creerle a mi papá a encontrarle la razón.

Con el paso de los años pude comprobar que aquellas descripciones que mi padre hacía cuando yo era niño eran ciertas, especialmente viendo los videos del Mundial de 1970. En la final del torneo, su salto en el gol de cabeza donde no solo le sacó medio cuerpo de ventaja al defensa italiano, sino que se quedó suspendido en el aire como si no hubiera ley de gravedad. En el partido contra Uruguay, con esa finta sin tocar la pelota que dejó sentado en el suelo al arquero Ladislao Mazurkiewicz, quien miraba desesperado sin saber dónde estaban Pelé ni la pelota. Y, de vuelta a la final, con ese pase desde el centro a la derecha, cuando Carlos Alberto venía corriendo quince metros detrás de él, dónde quedó demostrado que efectivamente Pelé tenía un ojo en la nuca, porque de otro modo no se puede explicar.

Del placer de disfrutar de otros genios como Maradona y Messi quizás se haga innecesario elegir a uno para decir quién fue el mejor. Pero sí al menos se puede afirmar que entre los miles de millones de personas que hemos jugado fútbol alguna vez, este señor, el que acaba de fallecer ayer, no fue superado por nadie.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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