¿Qué es la historia? ¿qué es la memoria? ¿por qué reunirlos en un solo concepto como el de “memoria histórica”?
La historia como sostiene Enzo Traverso (2011), nace de la memoria, pero busca generar un espacio entre esta, en principio, al decidir poner distancia, y pensar al pasado “como un pasado en sí”. Esto no quiere decir, que las memorias no sean parte de su campo de investigación, pero bajo parámetros o reglas propias del oficio del historiador/a: construir una distancia crítica con una sensibilidad ética. Mientras que las memorias, están ancladas en cierta forma en la experiencia vivida, pueden quedar atrapadas en los traumas de acontecimientos disruptores que no les permiten poner en relato sus vivencias; es cualitativa, no le interesan comparaciones, no respeta unidades temporales y poco le importan las contextualizaciones:
“(…) no necesita pruebas para aquel que es portador de ella. El relato del pasado que un testigo nos brinda (…) siempre será su verdad, o sea, la imagen del pasado depositada en él. Debido a su carácter subjetivo, la memoria jamás está fijada; se parece más bien a una obra abierta, en transformación permanente” (Traverso, 2011, p. 22).
Tanto las memorias como la historia aprehenden el pasado, son formas de representación colectiva del mismo en el presente, pero a diferencia de la historia, las memorias capturan el pasado confiando mayormente en la subjetividad, en la cualidad de los hechos, en las sensaciones que se inscriben en los cuerpos individuales y sociales, de ahí que acontecimientos como un plebiscito para terminar una dictadura sean profundamente recordados. Sin embargo, hay cataclismos que hacen difícil que los mecanismos de transmisión y aprehensión de las memorias entre generaciones puedan actuar de forma natural. Sobre todo, cuando hay poderes facticos que buscan que no se sepa lo que ocurrió y, producto de ello, una sociedad que no está dispuesta a escuchar ni a los/sobrevivientes ni a los/as historiadores/as.
Al contrario de la historia, las memorias a menudo busca el olvido ya sea por interés individual o porque se instaura como filosofía de vida: “es mejor olvidar para seguir adelante”. Pero, no se incita a crear relatos coherentes que puedan servir de fuentes posibles de legitimar, debido al hecho indesmentible de que la memoria es afectiva, mientras que la historia tiene como interés ser objetiva, tomar distancia para trabajar con pasados que son difíciles por las pasiones o polarizaciones políticas que aun despiertan. Sin embargo, desde el inicio del Siglo XXI, la tensión entre los movimientos sociales y el Estado se ha hecho palpable en el ámbito de la construcción de la historia nacional contemporánea y cómo se ha construido y representado ese relato. La historiografía chilena ha logrado junto a profesionales de las Ciencias Sociales en general, sumado al trabajo con testigos y sobrevivientes, al trabajo pedagógico de sitios o lugares de memoria, así como a la actividad de los archivos de memoria y derechos humanos, transmitir lo qué pasó durante la Dictadura Cívico Militar, asociar responsabilidades institucionales y personales, al mismo tiempo, que disputa el espacio público a la historia oficial que ha buscado infructuosamente dar vuelta la página.
Este trabajo ha dado frutos, pese al negacionismo, al que en las últimas décadas se ha enfrentado y a la negación de enseñar en el currículo educacional masivamente estas temáticas. Dando cuenta de que la relación entre historia y memoria ha rendido frutos y a cuestionado constantemente las bases institucionales y las formas en las cuales se construyó el modelo constitucional chileno y el modelo económico: en base al despeje de Derechos Sociales, Económicos y Culturales.
En la práctica, esto significa que, junto a una historia escrita, se encuentra una historia viva que se perpetúa o se renueva a través del tiempo. Si no fuera así, ¿tendríamos derecho a hablar de memoria colectiva? ¿y qué servicio podrían hacernos unos marcos que sólo subsistirían en estado de nociones históricas, impersonales e inconsistentes?
El problema que surgió en Chile, al igual que en otros países, es que la memoria no puede dictar de una forma absoluta como una sociedad debe pensar y representar su historia. De ahí, que también surjan leyes e instituciones (museos o monumentos) que forman parte del discurso sobre “memoria histórica”. El pasado no puede ser, como indica el historiador italiano Enzo Traverso (2012), una cuestión solo de la memoria, y la Historia solo un marco explicativo o terminar viendo a la memoria como algo muerto por llevar el epígrafe de histórica (como algo que ya pasó). Por lo menos eso intentan este tipo de leyes de punto final, buscan decretar por ley lo que la sociedad aún no ha podido consensuar, el cierre o la puesta en relato de pasado difíciles. Por ejemplo, la ley de “reconocimiento y de reparación” votada en España el 2007, fue conocida como “ley de memoria histórica”, ante ello historiadores como Enzo Traverso plantearon sus reparos ante tal identificación. Esto debido a la dificultad de confundir ambos términos sin una discusión previa:
(…) la memoria es un conjunto de recuerdos individuales y de representaciones colectivas del pasado. La historia, por su parte, es un discurso crítico sobre el pasado: una reconstrucción de los hechos y los acontecimientos pasados tendiente a su examen contextual y a su interpretación” (Traverso, 2012, p. 282).
La utilización de este concepto sin una discusión también ha entrado en los Movimientos de Derechos Humanos y agrupaciones de sobrevivientes. Lo utilizan como estrategia para legitimar sus memorias, la veracidad de una experiencia vivida que busca legitimar su transmisión, sobre todo cuando no hay consenso oficial, y difícilmente lo habrá, en torno a lo que pasó y esas identidades, experiencias y lugares siguen siendo criminalizadas, negadas y avergonzadas por poderes facticos.
Dominick LaCapra, lo explica de la manera siguiente:
(…) La historia puede no capturar nunca algunos elementos de la memoria: el sentimiento de una experiencia, la intensidad de la alegría o del sufrimiento, la cualidad de lo que sucede. Pero la historia comprende elementos que no se agotan con la memoria, como los factores demográficos, ecológicos y económicos. Lo que tal vez es más importante es que pone a prueba la memoria e idealmente lleva al surgimiento de una memoria más exacta y a una evaluación más clara de lo que es o no fáctico en la rememoración (LaCapra, 2009, p. 34).
Si por memoria histórica se entiende la lista de los acontecimientos cuyo recuerdo conserva la historia nacional, no son sus marcos los que representan lo esencial de lo que llamamos memoria colectiva. Pero entre el individuo y la nación hay muchos otros grupos que, también tienen su memoria y cuyas transformaciones actúan mucho más directamente sobre la vida y el pensamiento de sus miembros.
De lo que precede resulta que la memoria colectiva no se confunde con la historia y que la expresión memoria histórica no ha sido una elección muy acertada, puesto que asocia dos términos que se oponen en más de un punto. La historia es, sin duda, la colección de los hechos que más espacio han ocupado en la memoria de los hombres. Pero leídos en los libros, enseñados y aprendidos en las escuelas, los acontecimientos pasados son elegidos, cotejados y clasificados siguiendo necesidades y reglas que no eran las de los grupos de hombres que han conservado largo tiempo su repositorio vivo.
Parafraseando a Maurice Halbwachs, iniciador de los trabajos de memoria y autor tanto de los Marcos Sociales de la Memoria y la Memoria Colectiva respectivamente, en general, la historia comienza en el punto en que se acaba la tradición, momento en que se apaga o se descompone la memoria social. Si la condición necesaria para que haya memoria es que el sujeto que recuerda, individuo o grupo, tenga la sensación de remontarse por sus recuerdos en un movimiento continuo, ¿cómo la historia sería una memoria, si hay una solución de continuidad entre la sociedad que lee esa historia y los grupos que en tiempos pasados fueron testigos o actores de los acontecimientos referidos?
Ciertamente, uno de los objetos de la historia puede ser precisamente tender un puente entre el pasado y el presente y restablecer la continuidad interrumpida. Pero ¿cómo recrear unas corrientes de pensamiento colectivo que tome su impulso en el pasado, cuando sólo hacemos hincapié en el presente?
La historia divide el tiempo en períodos, dejando la impresión que, de un período al otro, todo se ha renovado: modos de apreciación de los seres humanos y de los hechos, tradiciones y perspectivas de futuro. Y si, en apariencia, los mismos grupos reaparecen, es porque subsisten las divisiones exteriores resultantes de los lugares, los nombres y también de la naturaleza general de la sociedad.
No podemos dejar de citar a Pierre Nora a quién le debemos el concepto Sitios de Memoria, quién escribió: “todo lo que llamamos estallido de memoria es la culminación de su desaparición en el fuego de la historia. La necesidad de memoria es una necesidad de historia” (Les lieux de la mémoire (1984 y 1992, Gallimard).
Según este historiador e investigador, memoria e historia funcionan en dos registros radicalmente diferentes, aun cuando es evidente que ambas tienen relaciones estrechas y que la historia nace, de las memorias, las que siempre son vehiculizadas por grupos de seres vivos que experimentaron los hechos o creen haberlo hecho, es afectiva, emotiva, abierta a todas las transformaciones, inconsciente de sus sucesivas transformaciones, vulnerable a toda manipulación, susceptible de permanecer latente durante largos períodos y de bruscos despertares. Por el contrario, la historia es una construcción siempre problemática e incompleta de aquello que ha dejado de existir, pero que dejó rastros, a partir de los cuales ya sea entrecruzados y/o comparados, el historiador trata de reconstituir lo que pudo pasar y, sobre todo, integrar esos hechos en un conjunto explicativo.
Para concluir, la historia permanece; la memoria va demasiado rápido. La historia reúne; la memoria divide. Se trata de dos formas complementarias de relacionarnos con el pasado, pero con diferencias tales que no debieran permitir la unión de ambos conceptos.