Mis padres nacieron en Ucrania. Vivían en aldeas pobladas mayoritariamente por familias de granjeros judíos al sur oeste del país, próximos a la frontera con Polonia. Bastaba cruzar el río Dniester para entrar a territorio polaco.
Tras el triunfo de la revolución de Octubre el año 1917, el poder del zar se desplomó en todo su imperio, pero al comienzo, los bolcheviques sólo estuvieron en condiciones de dominar el territorio comprendido entre San Petersburgo y Moscú.
En Ucrania se produjo un vacío de poder, situación que propició el surgimiento de las que se conocieron como Bandas Blancas, pandillas conformadas por aventureros de todo tipo, incluyendo a ex miembros de la Ojrana (la policía secreta del zar), que recorrían el país llevando a cabo asaltos contra aldeas como aquella donde vivían mis padres. La más famosa fue la encabezada por Simeón Petliura, de cuyas tropelías me hablaba mi madre con verdadero horror. Estos atentados son los que se identifican con la palabra rusa pogrom, que significa devastación.
Se trata de un término asociado al ataque dirigido contra comunidades judías y se origina en Ucrania, donde la persecución a los judíos comenzó desde fines del siglo IXX, después de acusar a los judíos, sin evidencia alguna, como culpables del asesinato del zar Alejandro II ocurrido en 1881.
Mis padres relataban como debieron establecer vigías en las copas de los árboles más altos, oteando el horizonte. En cuanto asomaba una polvareda a lo lejos, era señal que se aproximaba la caballería de Petliura y se apresuraban a bajar hacia los subterráneos, construidos expresamente para ponerlos a salvo junto con sus animales, los cuales eran anestesiados a fin de asegurar el más absoluto silencio. Angustiados escuchaban a los bandoleros golpeando el pavimento con sus armas, en busca de localizar el acceso a los subterráneos.
Según Solzenitzyn, de los 887 pogroms contabilizados en Ucrania entre 1918 y 1920, aproximadamente un 40% se atribuye a las bandas dirigidas por Petliura La vida de los judíos se hizo imposible tras cuatro años expuestos a tanta inseguridad. La familia de mi padre compuesta por 8 hermanos y sus padres, resolvieron emigrar hacia América. Abandonaron todo y cruzaron hacia Polonia el año 1921, embarcándose en el puerto de Gdansk rumbo a Buenos Aires, para establecerse finalmente en Chile un año más tarde.
La familia de mi madre, integrada por otras dos hermanas y dos hermanos permaneció en Ucrania. Cuando sobrevino la invasión de Hitler a la Unión Soviética en Junio de 1941, el gobierno soviético ordenó la evacuación total de las ciudades próximas a la frontera. Las dos hermanas de mi madre obedecieron esta orden, e iniciaron un recorrido que se extendió por unos dos mil kilómetros, caminando gran parte del tiempo, a ratos en un camión, algunos tramos en ferrocarril, hasta alcanzar al otro lado de los montes Urales, donde los soviéticos trasladaron gran parte de su industria bélica. Allí permanecieron hasta el término de la guerra.
De los dos hermanos, uno se alistó en el Ejército Rojo muriendo en combate muy pronto. El otro, casado con dos pequeños hijos, rehusó evacuar. Le manifestó a sus hermanas: “los alemanes no son tan malos. Ahora podremos hacer buenos gishef” (En lengua yddish: negocio).
En Ucrania, los nazis no necesitaron hacer uno de las Einsatzgruppen, unidad de la policía especializada en la detención de familias judías y su traslado a los campos de exterminio. Esta labor la cumplieron a plena satisfacción agrupaciones ucranianas de corte fascista, donde el antisemitismo y el anticomunismo era y sigue siendo tan arraigado como su sentimiento antiruso.
Fueron ellos quienes denunciaron a nuestros familiares en cuanto arribaron las tropas de ocupación nazis. Mi tío, su mujer y sus dos hijos, fueron trasladados a los campos de exterminio, sufriendo el mismo destino que los 6 millones de judíos gaseados e incinerados por el nazismo durante el curso de la Segunda Guerra Mundial.
Los fascistas ucranianos no se limitaron a la cacería de judíos en su propia patria, sino que organizaron un cuerpo de ejército que se unió a las tropas nazis en la guerra contra la Unión Soviética, donde destacaron por su ferocidad en el combate. Uno de los principales organizadores de este destacamento de mercenarios y traidores a su patria, fue Piotr Krassnoff, líder de los cosacos que se había exiliado una vez que los bolcheviques asumieron el poder en Ucrania y retornó para servir al ejército alemán. Este Piotr, es abuelo del coronel(r) Miguel Krassnoff, condenado por los tribunales chilenos a causa de su participación en la tortura y desaparición de numerosos compatriotas.
El abogado Gabriel Zaliasnik, presidente hasta hace poco de la colectividad judía en Chile, reveló que «con el advenimiento de Hitler al poder, y particularmente con ocasión de la invasión nazi a la ex Unión Soviética, Piotr Krasnow, acordó la incorporación de unidades cosacas al bando alemán. Entre dichos soldados se encontraba precisamente el padre del coronel (R) Miguel Krassnoff, Semeon Krassnoff. Tanto el abuelo como el padre del coronel (R) Krassnoff fueron enjuiciados por crímenes de guerra, traición a la patria y colaboración con el enemigo, siendo condenados por el Tribunal Supremo de la URSS a la pena de muerte y ejecutados en definitiva por fusilamiento en el patio de la Cárcel de Lefortovo en enero del 1947» y no en la Plaza Roja por combatir el comunismo, como dijo en «un diario vespertino» el «ex ministro del régimen militar Alfonso Márquez de la Plata».
Al término de la guerra, las dos hermanas de mi madre emprendieron el retorno, caminando nuevamente gran parte de la ruta. Durante el trayecto, falleció la hermana mayor dejando a una pequeña hija de nombre Bella, nacida de su matrimonio con Motia, persona también de origen judío, quién se había alistado en el ejército rojo concluyendo la guerra con el grado de coronel. La única hermana de mi madre sobreviviente: mi tía Brane, junto a su cuñado Motia y su sobrina, arribaron en 1946 al mismo hogar en la ciudad de Kamenetz-Podolsk, que habían abandonado al iniciarse la invasión del ejército alemán.
Al término de la guerra, mi madre escribió una tras otra numerosas cartas hasta lograr restablecer el contacto con su hermana Brane el año 1962. Sólo entonces pudimos restablecer el intercambio epistolar y enterarnos de la dramática suerte corrida por nuestros familiares. En 1971 invitamos a la tía Brane a viajar a Chile, permaneciendo 3 meses junto a nosotros, por lo cual pudimos conocer más detalles de los sufrimientos indecibles experimentados durante la guerra.
Transcurrieron 70 años desde la incorporación de Ucrania a la Unión Soviética en 1922 hasta su derrumbe en 1991. Salvo los años de la ocupación nazi, durante todo ese período Ucrania se desarrolló sin conflictos étnicos o raciales, pero bastó el fin del poder soviético para desatar nuevamente el chauvinismo y la persecución contra las familias de origen judío, a tal extremo que la propia Alemania resolvió ir en su auxilio.
Como forma de reparación por tantos crímenes y daños cometidos contra los judíos, el gobierno alemán organizó un importante programa de refugio, rescatando a miles de familias víctimas del antisemitismo desatado nuevamente en Ucrania y las estableció en su propio territorio brindándoles toda suerte de apoyo financiero y social. Mi tía Brane, su cuñado Motia, su sobrina Bella y Román hijo de esta con 15 años de edad, arribaron en 1994 a la ciudad de Mulheim, próxima a Dortmund, donde pudieron establecerse, estudiar y trabajar sin inconvenientes. Allí falleció mi tía Brane el año 1997. Aprovechando un viaje a Europa un año antes, pasamos a verlos encontrando a la tía enferma recluida en un hospital donde falleció poco después.
Desde el derrumbe del mundo socialista, Ucrania, al igual que el resto de las repúblicas que siguieron ese camino, ha experimentado una brutal restauración del capitalismo. Se desmontaron todas las conquistas en materia de educación, salud, previsión social y desarrollo urbano, todo esto acompañado de una gigantesca campaña anticomunista en los medios de comunicación, destinada a bloquear la memoria histórica de sus pueblos.
La globalización ha exacerbado la cultura del consumismo, la competitividad y la violencia, trayendo consigo el espejismo de un presunto bienestar para un núcleo reducido de la sociedad y golpeando las conquistas sociales y el bolsillo de las grandes mayorías.
Un puñado de ex funcionarios del régimen se adueñaron de todas las empresas estatizadas, generando fortunas multimillonarias que avergüenzan, entre ellos, la anterior primer ministra de Ucrania, Yulia Timoshenko liberada ahora de la cárcel donde permanecía hace ya 3 años Ella, así como el recién destituido primer ministro Yanukóvich representan a dos grupos de la actual oligarquía corrupta, en disputa por el poder. Sus fortunas provienen de la privatización de las empresas públicas, materia en la cual algunos empresarios chilenos han resultado notables discípulos.
La crisis iniciada en Estados Unidos el año 2008, ha traído consigo un agudo deterioro económico en la mayoría de las naciones europeas. Grecia, Portugal, Irlanda, España, y ahora también Italia experimentan tasas de cesantía cercanas o superiores al 20%. Millones de ciudadanos indignados recorren calles o se instalan en las plazas de muchas ciudades europeas, reclamando por el abrupto deterioro de sus vidas, en especial la juventud, que avizora un negro porvenir.
Ucrania no es la excepción. Sin embargo, el legítimo descontento popular fue rápidamente monopolizado por los fascistas de hoy, que se adueñaron de las protestas efectuadas en la Plaza de la Independencia de Kiev, blandiendo armas y levantando barricadas. Por el lugar se apresuraron a concurrir en su apoyo, los cancilleres de Alemania y Canadá, así como el senador republicano Mac Cain, arengando a sus muchachos “para luchar por la democracia hasta el fin”. Junto a las banderas de Ucrania, se han alzado las de los secesionistas chechenos, y la del más radical de los grupos islámicos que combate hoy en Siria.
La desesperación del pueblo ucraniano ha sido astutamente aprovechada por los fascistas ucranianos militantes del partido Svoboda (Libertad), agrupación de un nacionalismo fanático cuyo lema es Ucrania sobre todo, que no difiere nada del lema de los nazis: Deutschland uber alles (Alemania sobre todo). Ilustrativo del fanático afán nacionalista que los inspira, es el hecho que una de sus primeras medidas ha sido forzar en el parlamento un acuerdo declarando el ucraniano como única lengua oficial, en circunstancias que casi el 40 % de la población es de origen ruso y prácticamente no hablan otro idioma.
El Partido Comunista de Ucrania acaba de emitir un comunicado en el cual señala lo siguiente: “La actuación de los grupos ultraderechistas, encabezados por fuerzas abiertamente neonazis, surgidas al calor del régimen de Yanukóvich, y herederas ideológicas de los ocupantes hitlerianos, van acompañados por un nuevo y extremadamente peligroso resurgimiento de la histeria anticomunista, que se manifiesta en la destrucción generalizada de los monumentos a Lenin, a los héroes de la Gran Guerra Patria, por asaltos criminales a las sedes de nuestro partido, en Kiev y en otras ciudades del país, por el terror moral y físico contra los comunistas y en las exigencias de prohibir la actividad del Partido Comunista”.
El cuadro que presenta Europa por estos días, comienza a parecerse demasiado al que se vivía en los años 30, antes del ascenso de Hitler al poder. En Francia, recientes sondeos confirman que el ultraderechista partido Frente Nacional, que dirige Marine Le Pen, aparece como la opción más votada con vistas a las elecciones del Parlamento europeo en mayo próximo.
En Grecia, la agrupación fascista Amanecer Dorado, que incluso utiliza el saludo nazi, entró por primera vez al parlamento. En Austria, Dinamarca, Hungría, Noruega y Serbia, organizaciones políticas ultraderechistas han logrado en los últimos años un importante apoyo popular (Italia tiene una presidente del Consiglio abiertamente nazi… y nadie dice nada. Nota del editor).
No hay caso,….. el empobrecimiento de los sectores populares y medios en Europa, los hace presa fácil del mensaje racista y nacionalista sobretodo si a esto se añade la debilidad de las organizaciones sociales y políticas de izquierda.
Ucrania es un caso especialmente agudo en este sentido, dado el arraigo de las raíces fascistas, que permanecieron sumergidas durante la existencia de la URSS, pero que hoy renacen fortalecidas por la naturaleza excluyente del modelo económico neoliberal. Con todo, me cuesta admitir que hayan desaparecido en esa tierra fértil, los valores humanistas y solidarios que conocimos ayer.
Dos libros que transcurren en Ucrania nos conmovieron en nuestra juventud. Uno es el Poema Pedagógico, de Antón Makarenko, que trata sobre la creación en Ucrania de una colonia para recuperar a jóvenes de ambos sexos, que deambulan por el territorio como vagos o delincuentes. Fue una situación generada a raíz de los desajustes familiares ocasionados por la revolución de 1917, también por la intervención posterior de las tres potencias y los ya mencionados pogroms.
El autor del libro, es un maestro de escuela a quién las autoridades soviéticas le encargan en la postrimería de los años 20, la dirección de dicha colonia que llevará el nombre de Máximo Gorky. Makarenko recurre a métodos a menudo discutibles, con tal de crear hábitos de convivencia, de estudios y de trabajo colectivo entre muchachos altamente indisciplinados, con quienes incluso se trenza en combates a puñetazo limpio. Resulta impactante enterarse de la reinserción social de estos auténticos casos perdidos.
El otro libro se titula El Comité Regional Clandestino actúa, de Aleksei Fiodorov, quién es el protagonista y autor de la obra. Fiodorov era el Secretario Regional del Partido Comunista en la región de Chernigov cuando sobreviene la invasión alemana y se resuelve que pase a la clandestinidad a fin de organizar la resistencia en la retaguardia contra la ocupación alemana, aprovechando la existencia de una extensa zona de bosques, propicia para esta operación.
Es una lucha guerrillera contra un enemigo feroz, fuertemente armado, que recibe diariamente golpes en el transporte de sus tropas y pertrechos. El heroísmo de estos combatientes clandestinos fue una gran contribución para la victoria del ejército rojo que terminará por expulsar al invasor. Fiodorov y sus camaradas ucranianos fueron honrados al término de la guerra como héroes de la Unión Soviética. Recuerdo con gran emoción la lectura de este libro que marcó una etapa importante de mi juventud.
No puede ser que hayan desaparecido los Makarenko y los Fiodorov. Pecaré de exceso de optimismo, pero no será Putin quién detenga al fascismo en Ucrania o en la Federación Rusa. Será el propio pueblo de esos territorios heroicos a quienes debemos el haber acabado con la barbarie hace ya casi 70 años.