“Es el triunfo del sentido común”. Con estas palabras, José Antonio Kast resumió el triunfo del Partido Republicano, que se ha convertido porcentualmente en uno de los más votados de todas las elecciones que ha habido desde el fin de la dictadura. Por sí solo representa más de un tercio de los votos y, paradojas de la vida, terminará a cargo de un proceso que siempre rechazó con todas sus fuerzas, puesto que su leiv motiv ha sido la defensa del legado del régimen del General Pinochet.
El dilema que hoy enfrenta la fuerza política ganadora se asemeja al que enfrentó en su momento la UDI, partido con que el comparte la herencia de Jaime Guzmán. El ideólogo concebía un partido de minorías pero doctrinariamente sólido para defender la obra de la dictadura, lo cual duró hasta que el proyecto popular de Pablo Longueira hizo crecer a la UDI convirtiéndolo en el más grande de Chile. Ese paso implicó mayor laxitud con la doctrina, con lo cual empezaron las renuncias de dirigentes más integristas, entre ellos Kast. Ahora que el Partido Republicano no obtuvo los cinco consejeros que pretendía, sino 22 ¿Cuál será la posición que adoptará? ¿Bloquear el proceso o tratar de llevarlo a buen puerto? La respuesta es compleja porque a partir de ahora no se juegan solamente la Constitución, sino la posibilidad cierta de llegar a La Moneda en 2026.
Habiéndose conocido recién el resultado, surge la pregunta sobre si el 36 por ciento de los republicanos significa que ese porcentaje de la ciudadanía es de extrema derecha. Es precipitado suponerlo, primero porque el alto porcentaje de votos nulos debe al menos en parte ser atribuido a una expresión de rechazo desde el mundo progresista, y segundo porque, más que lo ideológico, pareciera ser que ante la impopularidad del Gobierno y el clima asfixiante creado en función del medio a la delincuencia y el rechazo a la migración, hay una predisposición mayoritariamente relativa a apoyar opciones autoritarias. Misma cosa podría ocurrir en las presidenciales de 2025.
En la vereda del frente, debe hacerse una reflexión muy profunda sobre uno de los peores resultados, sino el peor, para el mundo progresista de los últimos 33 años. Como es conocido, el resultado del plebiscito de septiembre de 2022 dio lugar a un vigoroso proceso de restauración conservadora. Estos sectores le han impuesto su agenda al actual gobierno y a los partidos que representa, frente lo cual la opción ha sido maniobrar frente una cancha rayada por el adversario, sin posibilidad o capacidad de ofrecer una alternativa o resistencia. El evidente cambio de timón del Ejecutivo, aunque éste lo niegue, no ha traído mejores resultados electorales que el 4 de septiembre de 2022. La pregunta entonces es qué de particular tiene este sector que ofrecerle a Chile, frente a la evidente hegemonía cultural del individualismo.
Adicionalmente, el resultado ratifica la situación probablemente terminal que afecta a tres tiendas que fueron constitutivas de la Concertación: la Democracia Cristiana, el Partido Radical y el PPD. El 9 por ciento que suman no es desdeñable en un contexto de dispersión, pero es pálido en comparación con lo que fueron otrora. La representación simbólica -y en el Gobierno en el caso del PPD- que estos tres partidos han tenido hasta hoy, se ha develado como una sobrerrepresentación. Por el contrario, el Partido Socialista ha tenido un mejor resultado uniéndose al ala izquierda en el oficialismo, pero no al punto de disimular la diferencia de tamaño entre las llamadas dos almas: Apruebo Dignidad es hoy mucho más grande que el Socialismo Democrático, pese a lo cual no tiene ninguno de los ministerios más importantes, salvo la vocería de gobierno. A partir de ahora veremos cómo se saldarán las cuentas al interior del oficialismo y cuáles serán los reacomodos que se le pedirán al Presidente.