“Todas y todos tenemos derecho a ser respetados. Todas y todos tenemos derechos a estar informados”, cantan tres actores en el improvisado escenario de una sala de clases, mientras las y los estudiantes de séptimo año básico (12 años) acompañan con las palmas. Se trata de la Intervención cultural multimedia, Soy joven tengo derechos, realizada por el programa radial Foro Ciudadano, en la comuna de San Bernardo la que busca sensibilizar y dar a conocer sus derechos a jóvenes adolescentes y simultáneamente tomar conciencia sobre la problemática de DD HH en la actualidad.
El colegio está casi completamente enrejado en su interior: puertas y ventanas de las salas de clase, subida de escalas, corredores, del mismo modo que lo está todo umbral o puerta que conduzca de un espacio a otro. “Es por los robos” dice el profesor que nos recibe, dando cuenta de la cotidianidad temerosa en que ahí se trabaja y se estudia. No es solo aquí, dice, muchos otros colegios viven la misma situación, la comunidad escolar trabaja y estudia entre rejas, encerrados sin estar prisioneros, pero cautivos del miedo y del temor al afuera. La semana anterior, en un colegio público de la comuna de Cerro Navia, no había rejas, pero la precariedad de la infraestructura escolar, como la pobreza del barrio hizo explicita una realidad, con la que la que otros sectores de la Región Metropolitana nunca convive. Seguramente estos niños y niñas nunca van al teatro, comentó una actriz, pensando en la función programada y en las desigualdades que habitan la ciudad.
Después de 40 minutos de cuadros teatrales que representan escenas cotidianas, niños y niñas hablan: ¿Qué dicen de sus vidas, de sus barrios, de sus familias? ¿Qué piensan y saben de sus derechos? ¿Por qué llamar derechos humanos a lo que parecería la adecuada y justa forma de convivir en sociedad, sin violencia, sin miedo, sin discriminaciones, con seguridad y confianza en el futuro? ¿Cómo les toca lo que han visto representado? Sus opiniones quedarán registradas en un documental que Foro Ciudadano está realizando junto con un Pocast del programa radial en cada uno de los nueve liceos visitados.
¿Qué significa hablar de derechos humanos para un joven, una joven de sectores socio económicos bajos, crecidos y criados en ausencia de bienestar, en inseguridad y carencias? ¿Qué piensan de este concepto cuando su vida transcurre en medio de la pobreza, la violencia en las calles y en las familias? Quizás muchas y muchos de todos ellos abandonará la escuela para buscar dinero más rápido o más fácil que esperar años para lograr, tal vez lo mismo. Entonces nos preguntamos, si se puede hablar de derechos humanos en sectores sociales en que la mayoría de los padres están ausentes, que los jóvenes viven con abuelas o madres solas y estresadas por la falta de dinero y de tiempo para el descanso y el autocuidado, pero disponibles para cuidar a otros. ¿Cómo hablar de derechos en medio de la precariedad social y económica que impide la realización de un destino verdaderamente humano? nos preguntamos. Las y los jóvenes parecen vivir al margen de estas reflexiones que los obligarían a exigirlos.
La intervención Soy joven tengo derechos, apunta precisamente a desnaturalizar la aceptación de esta falta, a entregar información, a insistir en que deben denunciar cuando sus derechos son vulnerados, informándoles que los gobiernos deben garantizarlos. Los derechos de niñas, niños y adolescentes son compromisos internacionales y las instituciones públicas deben velar por su cumplimiento en una lucha constante. El cumplimiento de derechos no es solo responsabilidad de las y los adultos responsables de ellas y ellos. Porque al momento de escucharles hablar de sus experiencias, cuentan naturalizadamente que, “mi mamá me sacó un diente de un combo”, niña de 13 años, que ahora debe vivir con una tía, o el niño, también de 13 años, que explica que él no vive violencia en su casa porque “vivo solo con mi hermano, que él arrienda en otra casa una habitación para los dos”; otra niña; refieriéndose a la vida fuera de la casa , en el barrio, cuenta que tuvo que defender a su madre de quedar casi muerta a piedrazos porque unas personas la confundieron con una delincuente, “yo no sabía que hacer y empecé a devolver las piedras”, dice, sin desatender a un muchacho que con cara risueña dice, sin relato previo y sin dramatizar, “sí, a mi hermano lo apuñalaron”. En lo relativo a sexualidad, “no confío ni en mi mamá ni en mi papá. Nada”, dice otra niña, cuando se habla de menstruación, demandando su derecho a saber lo que le puede pasar.
No queremos hacer un anecdotario, ni menos un glosario de vulneraciones, tampoco de itemizar cuáles serían derechos humanos y cuáles no lo son. Se trata más bien de interrogar una sociedad en que la vida, al estar en un grado máximo de precariedad, parece ser solo una sobrevivencia sin otro sentido que escapar de destinos entregados al devenir de lo insoportable. Las sociedades latinoamericanas, lo sabemos, concentran altas densidades de violencia en muchas de sus ciudades, lo que ha vuelto la vida un encierro dentro de las viviendas, imposibilitando la construcción de comunidades confiadas en los espacios públicos en que la vida debiera ser amable. Las más tradicionales formas de sociabilidad, en plazas y centros barriales, quedan así imposibilitadas. La violencia mata lo recreativo y amigable del espacio público.
Es por esto que hablar de derechos humanos, en la actualidad, exige ampliar la significación original y el campo de acción política de este concepto, según las derivas que ha tenido desde que Naciones Unidas escribió y aprobó la primera Carta fundamental de declaración de derechos humanos en 1945 y 1948, cuando después de la Segunda Guerra Mundial la extrema desprotección de las y los refugiados y pueblos vencidos obligó a tomar medidas de protección. Entonces se volvió urgente el sentido de proteger la dignidad humana en situaciones de máxima vulnerabilidad. Pero la posterior evolución que los DD.HH. han tenido, abre un proyecto de cambio cultural que porta la voluntad de transformar las formas de convivencia social, legitimadas por la cultura patriarcal que ha dominado las sociedades occidentales. Los DD.HH. hoy se hacen cargo de situaciones nuevas que surgen de las valoraciones de las luchas de minorías y desplazados que quedan expuestos a arbitrariedades e injusticias sociales inaceptables. La necesidad de repensar todo aquello que emerge de cambios provocados por la economía global, las guerras, los desplazamientos, el cambio climático, es hoy materia de pensamiento y atención frente a cambios que exigen protección y compromisos de los gobiernos para garantizar estos derechos, a través de la firma de tratados internacionales.
“Los derechos humanos son inherentes a todos los seres humanos sin distinción alguna de raza, sexo, nacionalidad, origen étnico, lengua, religión o cualquier otra condición”, se declara en la primera Carta fundamental, lo que obliga a permanecer atenta y atento a la inclusión de nuevos derechos según necesidades urgentes, como la libertad de emigrar y no estar sometido ni a esclavitud ni a torturas: El derecho a la libre expresión y opinión, -entre otros-, configuran hoy un mapa amplio de conductas sociales que obliga a los gobiernos a abstenerse de emprender acciones contra las luchas legítimas en defensa de derechos , para proteger y promover las libertades de las personas y los grupos sociales.
Asumidos como un pacto internacional a niveles gubernamental, los DDHHs deben ser también asumidos social e individualmente. Soy joven tengo derechos busca contribuir al cambio cultural que emana de este compromiso. Su trabajo induce a comenzar en la producción cotidiana de hábitos y habilidades afectivas en las formas de hacer comunidad escolar, familia, de pareja, de barrio.
Una sociedad de respeto a las personas y sus derechos exigen una labor educativa temprana, en el tiempo, receptivo de experiencias emocionales en que niñas, niños y adolescentes conviven con otras y otros en situaciones en que los conflictos se tramitan afectivamente, aún sin prejuicios de género, raciales o socioeconómicos determinados por valoraciones externas a su convivir. Una cultura así pensada nos pone frente al otro/otra de manera empática, entendiendo y aceptando las diferencias como un don de lo distinto, como una vivencia que enriquece la propia existencia, como un hecho social de amplificación de mi propio yo hacia el otro o la otra, de manera legitima y afectuosa.
Es en este contexto que el programa radial Foro ciudadano ha iniciado la intervención multimedia, Soy joven tengo derechos, producción interactiva, orientada hacia niños, niñas y adolescentes. El trabajo teatral que pone en representación acciones cotidianas convoca a conversar entre ellos, ellas, para posteriormente, “in situ” en el podcast del espacio radial, expresarse sobre lo que les afectó y movilizó a expresarse. Un registro en video en cada establecimiento visitado (nueve en total) y un trabajo más íntimo, de reflexión posterior por medio de la escritura en una libreta diseñada especialmente para ellas y ellos, completa la multimedialidad de la intervención.
La adolescencia entendida como un tiempo de pasaje, hacia experiencias nuevas, de cruce existencial entre lo aprendido y lo desconocido, en que lo adquirido y lo soñado puede conjugarse y modificar expectativas de vida, puede significar un momento de apertura hacia otras prácticas, orientándolas hacia una nueva conciencia social de aceptación y convivencia en la multiplicidad de experiencias que conforman lo humano.
Soy joven tengo derechos trabaja con niños, niñas y adolescentes como sujetos de derechos, pero también como agentes de cambio en una sociedad aun precaria en su toma de conciencia de la necesidad de romper con ciertas verdades universales que han impedido entender y valorar lo múltiple y lo diverso de una cultura de DD.HH. que debiera iniciarse en el currículo de educación básica, como política pública y educativa obligada a todos los establecimientos.