Podríamos ocupar el espacio de esta columna y de muchas más describiendo las excentricidades y exabruptos de Javier Milei, recién electo presidente de Argentina. Es además la posición más cómoda, periodística y políticamente, para analizar una situación que necesariamente implica preguntas incómodas. Pero, tal como en el caso de decisiones aparentemente incomprensibles que han tomado antes otros países, se debe esquivar la tentación facilista de acusar al pueblo o al mensajero y, en cambio, tratar de entender.
Tratar de entender por qué se tomó esta decisión, parecida a la de quien salta al vacío desde un edificio en llamas, en una circunstancia que llega a ser comprensible pero que en cualquiera otra no lo sería. Las franjas bien pensantes de la sociedad, el periodismo ilustrado, los sectores que adhieren -en buena hora- a los grandes valores de la democracia y la convivencia civilizada, han entendido que a pesar de la acuciante realidad concreta de la Argentina aquí había algo aun más importante: la encrucijada entre la democracia y el desmontaje de las instituciones, entre la preservación de los derechos y la acción cruelmente desregulada del mercado. Razón tienen y probablemente mucha, pero ¿cuánto pesa eso cuando la pobreza está disparada, cuando la inflación lleva a las familias a la desesperada situación de que ya no sepan cuánto están ganando y hasta qué punto se devaluará el sueldo antes de llegar a fin de mes?
Llama la atención que en muchos de los testimonios escuchados durante estos meses, provenientes de un pueblo al que se le tiene comparativamente por culto, se haya expresado plena conciencia de que Milei representa la incertidumbre absoluta. “Salto al vacío” es una frase que se ha acuñado para explicar el voto por el ahora presidente electo ¿Quién querría saltar al vacío, razonablemente? Nadie, salvo que se esté incendiando el edificio.
A muchos chilenos, especialmente a los que han padecido la privatización de la salud, la educación y la seguridad social impulsadas por la constitución vigente, les parece aberrante que se apoye a un candidato que ha señalado que terminará con todo eso. Claro, los argentinos no saben que la implementación de medidas como esas podría afectarles gravemente, porque no lo han vivido, pero sí saben que un Estado que los protege cotidianamente de múltiples formas es, sin embargo, el mismo que los ha empujado, a través de sus políticas, a la pobreza y a la desesperación.
No existen respuestas mágicas para lo que está viviendo Argentina. De hecho, ése es el principal problema de Milei en el punto de partida, tal como ocurre con otros líderes populistas: haber ofrecido soluciones milagrosas para problemas complejos. Dicho esto, al menos procede hacerse muchas preguntas y ojalá las preguntas correctas. Y no olvidar nunca, nunca, que el pueblo necesita comer y llegar a fin de mes antes de poder ocuparse de otros asuntos trascendentales como la defensa de la democracia y el fortalecimiento de las instituciones.