Recién aterrizando en Dubai, ya parecía ser parte de una historia surrealista asistir a la realización de una cumbre global destinada a resolver la grave y profunda crisis planetaria provocada por un sistema económico, productivo y comercial adicto al petróleo, precisamente en un petro-Estado monárquico, en una ciudad plagada de rascacielos y grandes hoteles destinados a grandes negocios, autopistas y autos de lujo, plantas de energía fósil, lagunas artificiales, campos de golf y hasta una pista de esquí sobre un enorme centro comercial, en un territorio naturalmente seco y desértico, todo gracias y girando en torno al petróleo.
Como era de esperarse, la 28ª Conferencia de las Partes (COP28) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambo Climático (CMNUCC) reproduce una vez más la historia de contradicciones y farsas que han caracterizado a más de 3 décadas de negociaciones internacionales, con la crisis climática real de fondo, que desde 1992 -cuando la CMNUCC se creó en Río de Janeiro- no ha hecho más que agravarse, con las concentraciones de gases de efecto invernadero (GEI) y temperaturas promedio en constante alza, y el consiguiente aumento en la intensidad e injusticia de sus impactos en los territorios.
Dirán que las organizaciones y movimientos de justicia climática nunca estamos satisfechos. Puede ser, y con razón, pues lo cierto es que, al igual que en anteriores COPs, lo que las élites políticas y económicas celebran como éxitos de la COP28 son declaraciones que apenas reconocen lo que la ciencia ya ha establecido hace años y acuerdos no vinculantes que no establecen responsabilidades ni compromisos claros.
Si hace 8 años en París teníamos que celebrar un acuerdo que plantea la meta de limitar el aumento de temperatura a los 1,5ºC (ya estamos en 1,4ºC), hoy en Dubai nuevamente tenemos que sentirnos satisfechos y celebrar el reconocimiento de algo tan obvio como urgente: la necesidad de “transitar fuera de los combustibles fósiles en los sistemas energéticos”, aunque evitando hablar de su eliminación.
Pero ese reconocimiento no es gratuito, menos en una cumbre presidida por un jeque petrolero -ya dejó claro que sus inversiones petrolíferas no se detendrán– y que incluyó entre sus asistentes a más de 2400 lobbistas de la industria de los combustibles fósiles. La “saga de las COPs” continúa con la incesante promoción de soluciones tecnológicas y financieras que, lejos de resolver la crisis, permiten -por un lado- continuar quemando combustibles fósiles y emitiendo CO2 masivamente y -por otro- seguir alimentando globalmente el sistema capitalista-extractivista que la ha provocado, y así desviar la atención de las verdaderas soluciones: la eliminación de los combustibles fósiles y transformaciones estructurales en los sistemas económicos, energéticos y agro-alimentarios a escala global, nacional y local.
Así, si bien los cuestionamientos de muchos gobiernos impidieron un consenso en torno a los nefastos mercados de carbono (artículos 6.2 y 6.4 del Acuerdo de París), el texto en torno al Balance Global suscrito con mayor o menor entusiasmo por los gobiernos presentes en Dubai urge en la aceleración de tecnologías riesgosas de dudosa eficiencia y efectividad, como la captura y almacenamiento de carbono o la producción de hidrógeno baja en carbono, y promueve también la energía nuclear.
Asimismo, el documento refuerza el fallido enfoque estructural de la carbono-neutralidad y el Cero-neto del Acuerdo de París, que sitúa toda la acción climática, principalmente la mitigación, sobre una base contable ambigua y especulativa, con escaso rigor científico y variables no medibles ni verificables, y muy propicia para las compensaciones y mercados de carbono.
La opacidad y la especulación alcanzaron un grado superlativo en la COP28 con el uso y abuso del concepto “unabated fossil fuel” o “unabated/coal” (no abatido o no mitigado), tanto en los espacios informales como en los textos oficiales, que permite dejar en la total ambigüedad el objetivo de eliminar e incluso reducir las emisiones provenientes de la quema de combustibles fósiles (que supuestamente podrían ser “abatidas” mediante alguna tecnología de captura o remoción).
Este acuerdo también incluye “Triplicar la capacidad de energía renovable a nivel mundial”. Desde el sentido común esta meta parece noble y acorde con el enfrentamiento del cambio climático, pero ¿lo es realmente?
Más allá de que no se establece quiénes (qué paises) deberían liderar o financiar este aumento, ni tampoco las medidas para asegurar que ocurra en condiciones de equidad y sustentabilidad, un aumento en la energía renovable disponible no genera por sí mismo una reducción de emisiones de GEI, a menos que este aumento se realice estrictamente en reemplazo de energía contaminante (fósil). Y esto no se expresa en el texto de Dubai.
Entonces, la meta de triplicar las energías renovables no habla necesariamente de mitigar el cambio climático, sino sólo de un aumento absoluto de la energía generada o potencialmente generable en un ámbito tecnológico amplio y difuso, y que, dependiendo de quiénes son los actores (corporaciones privadas, el Estado o comunidades), cuál es la escala (individual, local, media o mega-generación) o cuál es su uso y encadenamiento con otras actividades productivas (doméstico, economías locales, extractivismo, agroindustria, comercio internacional) pueden significar un deterioro tanto en el aspecto de las emisiones como de la adaptación y la resiliencia climática.
Cada COP de cambio climático trae nuevos desafíos y también nuevas amenazas para quienes abordamos la crisis planetaria desde una perspectiva de justicia y defensa de los derechos humanos y de la naturaleza. Cada proceso de debate y negociación entre gobiernos del Norte y el Sur global, entre el lobby empresarial, las manifestaciones y marchas de la sociedad civil, son también procesos de aprendizaje acerca de los intereses que están en juego y cómo se expresa y se impone el poder hegemónico en las negociaciones.
Sabemos que las transformaciones estructurales que exige la superación de la crisis no surgirán de estas conferencias, y requieren de procesos políticos y sociales protagonizados por nuestros pueblos en el nivel nacional y territorial, donde tenemos que poner la mayor parte de nuestros esfuerzos. Pero, a pesar de la frustración que suelen conllevar las COPs, las organizaciones sociales no debemos abandonar a merced de la captura corporativa estos espacios multilaterales indispensables para enfrentar el cambio climático global.
El “territorio internacional” de la COP28 (bajo jurisdicción de la ONU) fue también escenario de la solidaridad de los movimientos de justicia climática de todo el mundo con el pueblo palestino arrasado y asesinado en Gaza, que se expresó en innumerables manifestaciones, conferencias de prensa y también algunas intervenciones gubernamentales, exigiendo el cese del fuego y el término de la invasión israelí.
Para recordar que, al igual que las invasiones y las guerras, la crisis climática está vinculada a conflictos de intereses y geopolítica, y que no hay justicia climática sin respeto a los derechos humanos.
Eduardo Giesen, Coordinador regional para América Latina y el Caribe de la Campaña Global para exigir Justicia Climática.