Conversos

  • 09-01-2024

“Mientras iba de camino, ya cerca de Damasco, le envolvió de repente una luz que venía del cielo. Cayó al suelo y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? (…) y Saulo, al levantarse del suelo, no veía nada por más que abría los ojos. Lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco”. El fragmento corresponde al capítulo 9 de Hechos de los Apóstoles que relata como Saulo de Tarso –conocido más tarde como San Pablo- abrazó el cristianismo, estableciendo un modelo de quien ha adoptado una idea o fe religiosa que antes no profesaba; un cambio desde una posición original acérrimamente persecutoria a una ardiente apología del nuevo culto, traducida en la divulgación de su mensaje entre los no judíos, llamados bíblicamente gentiles.

El término ha tenido especial difusión en el universo cristiano y sus afluentes, aplicándosele en general a quienes, habiendo cultivado otras creencias religiosas, se terminaron “convirtiendo” al cristianismo. Así, históricamente en la península ibérica se habló de cristianos nuevos para designar a judíos y musulmanes –moriscos de Al-Ándalus- que se bautizaron en el cristianismo católico.

Desde luego si se aplica al mundo político nunca está demás decir que siempre es posible y legítimo cambiar de opinión, aunque más precisamente me refiero a una “conversión” absoluta a un nuevo credo, que ocupa el lugar del antiguo sin más, defendido acríticamente, bajo un renovado celo en búsqueda de nuevos “prosélitos”. Enseguida, en su traducción política hay que tener cuidado en no confundir “conversos” con oportunistas y “marranos” –otro concepto ibérico-.

El primero alude a quien se orienta a la búsqueda permanente del lado ganador, mediante una metamorfosis que sigue la dirección del viento, es decir con alto grado de maleabilidad de principios y convicciones sujetos al pragmatismo puro al servicio del poder y su preservación. Y aunque existen casos palmarios -como la fraternización totalitaria de Stalin, Molotov, Hitler y Ribbentrop de 1939- un epítome podría ser Talleyrand, sacerdote y obispo, político, diplomático y hombre de estado francés, de gran influencia entre finales del siglo XVIII y principios de XIX, cuando ostentó altas dignidades desde el Antiguo Régimen borbónico de Luis XVI, posteriormente durante la Revolución francesa, siguiendo por la época del Imperio Napoleónico y, finalmente, contribuyendo decisivamente a la restauración monárquica de Luis XVIII. Una carrera que bien podría haber usado el Uróboro como emblema.

El segundo caso, los “marranos”, refieren una fórmula despectiva de nominación de judeoconversos (judíos convertidos) de los reinos cristianos ibéricos de los siglos XV al XVII, que seguían practicando clandestinamente su fe y costumbres ancestral, un criptojudaísmo. Sus secretos cultores fueron justificados al determinarse rabínicamente que podían y debían fingir la conversión si su vida corría peligro, exonerándoles de cumplir prácticas que pudieran delatarles. Se trataba a todas luces de una falsa conversión, vigilada y castigada por la temida Inquisición hispana.

El concepto de converso en cambio es políticamente polifacético, ya que mientras para la comunidad original que se abandona se trata de apostasía, es decir que renegaría de una fe ancestral, para el nuevo grupo que le recibe aparece como un neófito con un especial conocimiento del “error” anterior, así como las “debilidades” de sus antiguos “hermanos” o “camaradas”. Arthur Koestler solía espetarles a los anticomunistas anglosajones “[aun cuando] resienten de tenernos por aliados; pero, en fin, de cuentas, nosotros, los ex-comunistas, somos las únicas personas de su bando que saben de qué se trata [el comunismo]”.

En cualquier caso, la conversión entonces implica un proceso mucho más de fondo –radical si se quiere- que la mera puesta al día o actualización del tipo aggiornamento católico del Concilio Vaticano II o renovación socialista de fines de siglo XX, experiencias que preservaron núcleos de premisas e ideas primordiales combinándose con el descarte de creencias y ciertas prácticas complementarias que fueron suplantadas por otras.

La conversión que, como dije supera el mero cambio de opinión, supone el ardor exaltado por un nuevo camino y el rechazo completo del antiguo sendero que se transitó. Así, el llamado en otras latitudes “antiamericanismo” –la fobia a Estados Unidos-, por ejemplo, brinda algunos casos señeros de previos admiradores del sistema de Estados Unidos de dicho país –o de algunos de sus aspectos- que tras residir una temporada en el coloso hemisférico occidental terminaron por oponerse a algunas de sus más controvertidas facetas, interpretadas como imperialismo o excesivo individualismo materialista.

Como olvidar el “viví en el monstruo y le conozco las entrañas” de José Martí, postfacio a las columnas laudatorias con que el patriota revolucionario cubano celebró a su país anfitrión desde 1881. Afincado en Nueva York, muchas de sus crónicas periodísticas fueron dedicadas a Estados Unidos, destacando sus libertades –especialmente la de prensa- y la creatividad de sus ciudadanos en la resolución de sus problemas, afirmando eran verdaderos ejemplos para la América Hispana. Al mismo tiempo Martí alertaba tempranamente de una individualidad exagerada que olvidaba a la comunidad y desdeñaba la política. Así y todo, hacia 1889 aún afirmaba que “todas las repúblicas e Sudamérica miran a los Estados Unidos como una nación amiga y proverbialmente aluden este país como Madre de Repúblicas”. El capitalismo monopólico de los capitanes de la industria estadounidense, el menosprecio a las migraciones latinas, y sobretodo el avance del imperialismo de fines del siglo XIX sobre Cuba –preámbulo de la época de “Gran Garrote”- explican su giro hacia posiciones más cuestionadoras de la política hemisférica de Washington. Finalmente, en 1895 el adalid del anti-imperialismo y autor de “Nuestra América” desembarcó en su isla para unirse a la revolución emancipadora de España, y así prevenir la neocolonización de otra potencia, encontrando la muerte pocos meses después.

Aún más categórica fue la “conversión” de Sayyid Qutb, teórico crucial de la Hermandad Musulmana y del islamismo en general. Antes de pasar 2 años entre Washington D.C., Colorado y San Francisco, California, Qutb era un militante del Wafd, partido nacionalista liberal egipcio, con una carrera en el Ministerio de Instrucción Pública, además del ejercicio de un periodismo crítico con la monarquía pro-británica. Enviado en misión oficial a Estados Unidos, considero que era su oportunidad de conocer la república que había cortado lazos con la metrópoli y después había progresado aceleradamente. Al llegar, Qutb apreciaba los valores laicos republicanos occidentales, sin embargo, el contacto con el consumismo y la discriminación racial le condujeron a un islam más rigorista, como testimoniaron sus escritos “La Justicia social en el islam” (1949) y “La batalla entre el capitalismo el islam” (1951), inspiradores a su vez de toda una generación de islamistas radicales.

Algunos de los más notables ejemplos de “conversión” la proporcionan ex comunistas desplazados en ocasiones a posiciones centristas, cuando no al conservadurismo más categórico. Desde luego no me refiero a los cientos de atletas y artistas que desertaron desde 1948 en adelante de la Unión Soviética o sus satélites comunistas para radicarse en Occidente, en medio de citas olímpicas u otras instancias, sino a quienes profesaron un marxismo militante y cambiaron a una postura diametralmente opuesta, aunque igualmente comprometida que antes con sus nuevos horizontes.

El ensayo de 1950 firmado por Isaac Deutscher “La conciencia de los ex-comunistas” –originalmente incluida en la revista quincenal neoyorquina The Reporter como reseña al libro compilatorio “El Dios que cayó” que reunía 6 testimonios de quienes dejaron atrás el estalinismo- comienza así: “Ignazio Silone cuenta que una vez dijo jocosamente a Togliatti, el líder comunista italiano: “La lucha final será entre los comunistas y los ex-comunistas”.

Hay en esa broma una amarga gota de verdad. En las escaramuzas de propaganda contra la U.R.S.S. y el comunismo, los ex-comunistas o los ex-compañeros de viaje son los tiradores más activos”. El intelectual marxista polaco describía a sus ex correligionarios como enfants terribles de la política de su tiempo, emergiendo como una “legión”, aunque no en formación estrecha, sino que desperdigada (entre objetores de conciencia, desertores y merodeadores), y a menudo ruidosa. Citando a André Malraux (autor de “La condición humana”), así como los autores del referido volumen testimonial, los mencionados Koestler y Silone, más André Gide, Louis Fischer, Richard Wright y Stephen Spender, el referido ensayista evidenció una tendencia que proseguiría en la segunda mitad del siglo XX con una lista no menor de conversiones, incluidos premios nobel, prominentes figuras antaño simpatizantes o firmes partidarios del comunismo.

En tiempos de post Guerra Fría, cuando el anticomunismo ha mostrado ser una pasión profundamente arraigada en una parte no menor del adversariado a las izquierdas, ex partidarios del marxismo, conversos a otras ideas e ideologías con el mismo celo de antes, han esgrimido sus punzantes plumas contra sus antiguos compañeros de ruta, en ocasiones sin reproche alguno por sus nuevos domicilios políticos que antaño reprobaban. Algunos comunistas por su parte han devuelto el gesto con diversas prácticas, desde ignorar a quienes desprecian por la mudanza de morada política hasta invectivas del tipo “social fascistas”, con el que designaron a la izquierda socialdemócrata en la República de Weimar (hasta que se hicieron del poder los verdaderos fascistas).

En definitiva, las querellas de los conversos en ocasiones –no siempre- pueden tener más de un viso emocional, por lo que se debe respirar hondo antes de discernir si se trata simplemente del reemplazo de un fanatismo por otro, que avanza hacia la caza de brujas de estilo macarthista, o bien apunta a una transformación, que sin prescindir del análisis reposado sobre la historia personal y colectiva, expone una nueva conciencia, apartada de todo “puritanismo extremo”, rebelada sensatamente contra revueltas devenidas en el espectáculo de la guillotina (los actuales linchamientos) u opuestas al ascenso de nuevos y viejos despotismos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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