A propósito de las polémicas en que se pretende confrontar la libertad artística versus la regulación del cuidado del patrimonio, queremos situar una perspectiva disciplinar desde la Historia del Arte.
Plinio el viejo, referencial autor romano del siglo I d.C., relató que un verdadero artista es capaz de engañar al espectador y eventualmente a la misma naturaleza que se propone reproducir. Y que el mejor de todos será quien engañe a los propios artistas. Desde esas lejanas épocas queda instalado que el arte no trabaja con realidades, solo con ficciones. Y que cada una de esas ficciones lleva la propia verdad del artista que es su obra.
Muchas verdades han pasado durante estos dos mil años, solo si consideramos el arte occidental que tanto identifica a muchos. Si para levantar una ficción se realizan acciones consideradas impropias, desafiantes e incluso ilegales por la sociedad de turno y su manera de organizarse, el catálogo de lo que un día fue permitido y hoy nos parece inaceptable es larguísimo ¿cuántos esclavos fueron artistas? ¿cuántos artistas utilizaron en sus obras materiales robados? ¿cuántos mecenas financiaron sus obras con recursos provenientes del pillaje y la guerra? Y ¿cuántas veces las obras de arte fueron el objetivo principal de esos mismos robos?
De ahí que el descalce entre lo que se haga en nombre del arte y lo que se valora en nombre del patrimonio es una situación muy reciente en la historia, tanto que aún hay confusiones muy extendidas entre el sentido y la forma de cancelaciones iconoclastas y censuras, para las que urge establecer nuevas regulaciones y darle bordes informados a sus consecuencias, oportunidad más que evidente como para acelerar los procesos que permitan que el arte no se confronte con el patrimonio en un falso conflicto, pues no son lo mismo.
Sin embargo, algún día ciertas piezas de arte de seguro serán valoradas como patrimonio y en ese momento nos daremos cuenta de que necesitábamos saber más a partir de su investigación, transferir ese saber por medio de curadurías y expandir el acceso a las audiencias en espacios públicos, para que esa experiencia construya verdades compartidas y no reveladas.