Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 16 de julio de 2024


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El fin del mundo y la crisis de las Naciones Unidas

Columna de opinión por Jorge Riquelme
Jueves 15 de febrero 2024 13:58 hrs.


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El 23 de enero de 2024 el llamado Reloj del Juicio Final, creado en 1947 por el Bulletin of Atomic Scientists, volvió a fijarse a 90 segundos de la media noche. Lo más cerca que ha estado de las 12:00 horas, que representa el momento en que la tierra será inhabitable debido a la actividad humana. La decisión de mantener el reloj en esta hora se explica por la Guerra entre Rusia y Ucrania, el conflicto entre Israel y Hamas, la posibilidad de una guerra nuclear, el aumento del gasto militar en el mundo y las cada vez más visibles consecuencias del cambio climático.

Ciertamente, el mundo vive uno de los momentos más convulsos de la historia y el esquema institucional que se ha dado la comunidad de naciones para regular la convivencia global está dando muestras severas de obsolescencia. La Guerra entre Ucrania y Rusia, iniciada en febrero de 2022, ha dejado en evidencia la inoperancia del Consejo de Seguridad para abordar eficazmente asuntos globales de relevancia, con una actuación rigurosamente condicionada por el poder de veto de los miembros permanentes, que han llevado su competencia geopolítica al seno de este órgano.

Asimismo, en repetidas ocasiones, desde el comienzo del ataque de Israel sobre Gaza, el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, ha pedido un alto al fuego en la zona y el establecimiento de un proceso de paz entre israelíes y palestinos, basado en la solución de dos Estados. Su llamado ha tenido pocos resultados, ante un Consejo de Seguridad que otra vez demuestra su ineficacia. Si bien la Asamblea General de Naciones Unidas, el órgano más democrático y representativo de la comunidad internacional, ha alcanzado una abrumadora mayoría en respaldo de un alto al fuego en Medio Oriente, esta decisión demuestra un apoyo político importante, pero no es vinculante ni contempla el uso de la fuerza para su cumplimiento, como sí es el caso en las decisiones del Consejo de Seguridad.

En los hechos, tales conflictos ilustran crudamente un sistema internacional que vive una notoria radicalización de los mismos, al tiempo que el Consejo de Seguridad, órgano principal de las Naciones Unidas encargado de la paz y seguridad internacionales, está demostrando una crónica inoperatividad e irrelevancia, en momentos en que la comunidad de naciones más requiere de su accionar. En la práctica, durante el pasado año 2023, el Consejo de Seguridad fue bloqueado en distintas ocasiones, por vetos de Estados Unidos (2), China (1) y Rusia (3). Habiendo sido establecido a mediados del siglo XX, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, urge actualizar este órgano a las nuevas realidades de la política internacional y otorgarle operatividad, procurando avanzar en una mayor representatividad en favor de los países en desarrollo, en tanto ni África ni América Latina poseen membresía permanente, y tampoco India, el país más poblado del mundo. Pese a lo anterior, la reforma del Consejo de Seguridad, no obstante las numerosas reuniones que se llevan a cabo en Nueva York sobre la materia, es un proceso virtualmente estancado.

También es necesario mencionar que las operaciones de paz, tal vez los instrumentos más visibles del accionar del Consejo de Seguridad, están siendo igualmente sometidas a una serie de críticas, respecto de su real efectividad para atenuar conflictos en pos de una paz duradera. Un ejemplo evidente es el caso de Haití, que tras el cierre de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas (MINUSTAH) en octubre de 2017, ha vuelto a entrar en un complejo espiral de violencia. Es necesario destacar, en el mismo sentido, que durante 2023 el Consejo de Seguridad autorizó el cierre de tres operaciones de paz, a saber: la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en Mali (MINUSMA), la Misión Integrada de Asistencia para la Transición de las Naciones Unidas en Sudán (UNITAMS) y la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo (MONUSCO).

La situación resulta especialmente compleja, si a lo antes señalado agregamos las graves consecuencias del cambio climático, que tiene al mundo sufriendo las más altas temperaturas de que se tenga registro. Según señala un esclarecido estudio del SIPRI del año 2022, Environment of Peace. Security in a new era of risk, se trata de las características propias de una nueva era, el Antropoceno, definido por el impacto de la actividad humana en el mundo y su secuela de pérdida de ecosistemas; contaminación de la tierra, aire y océanos; alza de las temperaturas; mayor recurrencia de desastres naturales; carencia de recursos; y radicalización de conflictos sociales.

En suma, se trata de un escenario global turbulento, que no cuenta con un esquema multilateral que pueda enfrentarlo eficazmente. Sin embargo, es justo señalar que la crisis de las Naciones Unidas suele asociarse con la inoperatividad del Consejo de Seguridad, aunque existe un trabajo de la organización valioso para el mundo en desarrollo, pero muchas veces con poca visibilidad. Lo cierto es que, más allá del Consejo de Seguridad, el sistema de Naciones Unidas comprende una serie de agencias, fondos y programas que cumplen un rol esencial, especialmente en el ámbito del desarrollo y la asistencia humanitaria, como es el caso  de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF); el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD); el Programa Mundial de Alimentos (PMA); entre muchos otros. Ciertamente este sistema tiene muchos obstáculos, pero sin él, el mundo estaría sumido en el más completo Estado de Naturaleza, descrito por Thomas Hobbes.

La próxima Cumbre del Futuro, a celebrarse en septiembre de 2024 en Nueva York, representará una oportunidad para que los líderes políticos concuerden un camino para estabilizar el mundo, de cara a los complejos desafíos que impone el siglo XXI, avanzando en la construcción de confianzas, en la percepción de objetivos comunes y, en suma, reconstruir un sentido de comunidad global, profundamente dañado en un escenario global marcado por los conflictos bélicos y los nacionalismos. Sin lugar a dudas, la reforma del Consejo de Seguridad, así como el cambio climático, ocuparán un lugar prominente de las conversaciones.

Además, la crisis de las Naciones Unidas, se da en un contexto global marcado por la carencia de un liderazgo estructurador de la gobernanza global. Esteban Actis y Nicolás Creus, en su interesante libro La disputa por el poder global. China contra Estados Unidos en la crisis de la pandemia (Buenos Aires: Capital Intelectual, 2020), señalan que las relaciones internacionales viven una aguda crisis, relacionada con la crisis del liderazgo global, en una era marcada por la incertidumbre. Según estos autores, el sistema internacional estaría determinado por procesos simultáneos de difusión y transición del poder, que evidenciarían una crisis de liderazgo donde ni Estados Unidos, ni Europa, China, Rusia o India, entre otras potencias, poseerían por sí mismos los recursos de poder necesarios para actuar como catalizadores de la gobernanza global. De este modo, asistiríamos a un mundo esencialmente entrópico, definido por el caos y el desorden, situación radicalizada por la competencia estratégica entre China y Estados Unidos, dos actores cuya conducta es fundamental para la estabilidad global.

Actualmente, la Política del Poder campea entre las grandes potencias, que prefieren relacionarse directamente, al margen de las Naciones Unidas, utilizando los argumentos jurídicos meramente para sus intereses nacionales, en desmedro de la gobernanza global. Desde el mundo en desarrollo, los llamados a construir un sistema internacional donde prime el multilateralismo tienen poco eco. Tal cual planteaba el primer Secretario General de la OEA, el colombiano Alberto Lleras Camargo, “la OEA será lo que sus Estados quieran que sea”, argumento que podría extrapolarse al multilateralismo como un todo. La crisis que atraviesa la Organización de las Naciones Unidas tiene su origen en sus mismos miembros y será responsabilidad de ellos, especialmente los más poderosos, revitalizarla y darle eficacia, a fin de atenuar las graves amenazas y riesgos que se ciernen sobre la humanidad. Sin ello, el Reloj del Juicio Final seguirá avanzando inexorablemente hacia la media noche.

Jorge Riquelme. Doctor en Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de La Plata.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.