La senadora y víctima de la represión durante el Estallido Social, Fabiola Campillai, ha vuelto a ganar una batalla judicial que restituye su honra. A la victoria en Tribunales respecto a la diputada María Luisa Cordero, quien puso en duda su ceguera, se suma ahora la de una usuaria en redes sociales, quien la hostigó y amenazó. En la declaración emitida cuando ocurrieron estos hechos, en 2022, se señaló que “han difundido videos truculentos con contenidos falsos, dirigidos a desacreditar y deslegitimar tanto en su calidad de víctima de las graves lesiones que sufrió en noviembre de 2019, como en cuanto a su calidad de senadora de la República”.
Al aceptar un acuerdo cuyas principales puntos son el reconocimiento de la falta y las disculpas públicas, la Senadora afirmó que su principal propósito al entablar primero la demanda y aceptar luego las acciones de reparación por parte de la perpetradora, era poner un precedente respecto hasta dónde podemos llegar con “la denostación de las personas a través de redes”.
Aunque en principio parece éste un asunto personal y puntual, en realidad es crucial para las democracias contemporáneas, puesto que la política ha ido pasando gradualmente desde la plaza pública a los grandes medios de comunicación en principio, y hacia las redes sociales después. En un reciente libro, precisamente, sobre el impacto de las redes sociales en la democracia, el académico e investigador de la Universidad del Sur de California, Pablo Barberá, planteaba cómo es que las redes sociales pueden contribuir al incremento de la “polarización afectiva” -es decir, no solo la ideológica, basada en posiciones políticas– sino la que nos hace simplemente rechazar psicológicamente al “otro” por desconfianza o desagrado. Es decir, la deshumanización de la diferencia -que suele estar en el trasfondo de las guerras, los genocidios y los regímenes totalitarios- tiende a imperar en las redes sociales, y por eso debe ser enfrentada decididamente.
En su trabajo tristemente inspirado por el horror de la Segunda Guerra Mundial y por la persecución que ella misma padeció por parte del nacionalsocialismo alemán, Hannah Arendt planteaba cómo estas pulsiones no son solamente individuales, sino que los totalitarismos se basan en gestionar, manipular y articularlas políticamente. Hoy quienes promueven o pueden promover estas tendencias cuentan con terreno fértil en las redes sociales, por lo que se hace, en este tiempo, especialmente necesario pensar desde nuestras propias conductas hacia las tendencias de toda la sociedad sobre estas prácticas.
En estos tiempos, preservar y defender no solo la humanidad propia, sino la de los diferentes, ya sea en las acciones individuales y colectivas, es, además de un imperativo ético, uno profundamente político.