Sacar la voz, un acto feminista

  • 16-03-2024

Este texto es la introducción al libro “Cuestión de gustos. Entrevistas de Antonella Estévez sobre arte y política a escritoras chilenas” que será presentado este martes 19 a las 19.30 en Sala Master de Radio Universidad de Chile.

Que una mujer escriba es un acto feminista. Si vamos a la definición básica de feminismo que lo describe como un movimiento político y social que pide para la mujer el reconocimiento de las mismas capacidades y derechos que para el hombre, el hecho de que una mujer escriba es un gesto hacia ese destino de equidad. Por siglos a las mujeres se les negó la posibilidad de estudiar y acceder a las letras. De hecho, aun –y según cifras de Unesco- más de dos tercios de la población analfabeta son mujeres, lo que significa que en nuestro mundo son cerca de quinientos millones de niñas y mujeres que no tienen acceso a la palabra escrita.

Una de las trampas del patriarcado es normalizar esta situación y naturalizar la idea de la distancia entre mujeres y letras. Esto se ha hecho también a través del canon de la literatura, canon organizado históricamente por hombres y que ha puesto la producción literaria de mujeres como un género menor, vinculandolo a las características en que la ideología de género ha situado “lo femenino”. A pesar del mal uso que los grupos conservadores han hecho del concepto de ideología de género, recordemos que ésta es, por definición, la mayor herramienta del orden patriarcal ya que se define como el sistema de representación que instala y perpetúa la idea de la diferencia y complementariedad entre lo masculino y lo femenino, subordinado lo femenino a lo masculino. Mediante la instalación de discursos culturales la ideología de género define, normaliza y sanciona el performance de lo masculino y lo femenino. En ese sentido la ideología de género ha construido una imagen de lo masculino como lo activo, lo fuerte, lo poderoso, lo asertivo, lo racional mandatado a los hombres a conquistar, dominar y controlar tanto lo público como lo privado, mientras mandata a las mujeres a la subordinación y el cuidado, y reviste de características femeninas todas aquellas vinculadas con esas labores: la sensibilidad, la ternura, la empatía, el sacrificio, la generosidad, etc. Es interesante leer desde estas categorías como se ha caracterizado el trabajo literario de hombres y mujeres y reconocer en las lecturas de los últimos tres siglos como los adjetivos que definen ideológicamente el género también se aplican a la producción literaria dependiendo de si ésta está escrita por un hombre o una mujer. No es casual que de las grandes escritoras del siglo XIX y XX – las pocas que en su momento lograron ser reconocidas- se dijeran cosas como “escribe tan bien como un hombre” y que se haya querido instalar por décadas la idea de que literaturas diversas y poderosas como la de Gabriela Mistral o Marta Brunet, se reducen a lo infantil, además como si escribir para las infancias fuera un género menor. Asociar la producción literaria de mujeres con los mandatos de género ha sido una estrategia eficiente de parte del canon para limitar el quehacer intelectual de las mujeres y ningunear el discurso de estas autoras calificándolo despectivamente de suave, intimista, romántico o infantil.

Otro mito que se ha querido instalar respecto a la escritura de mujeres es que las escritoras son unas recién llegadas a la literatura. El discurso histórico también es uno que ha sido tradicionalmente dominado por la mirada patriarcal y no es de extrañar que en él el trabajo de las mujeres creadoras haya sido poco valorado. Gracias a los movimientos de mujeres en las últimas décadas ha existido de manera potente un revisionismo de lo que sabemos respecto al pasado y se ha podido cuestionar –incluso considerando que las huellas de muchas mujeres artistas han sido borradas por el tiempo y la desidia del canon- la idea de que las mujeres han estado mayormente ausentes del ejercicio creativo. Con los datos que tenemos hoy, podemos decir que el primer autor literario de la historia de la humanidad fue una ella: Enheduanna (c. 2300 a. C.) su obra “Exaltación de Inanna” es el primer texto firmado que se conoce. Su obra, escrita en tablas cuneiformes, fue replicada en diversas copias, incluso después de su muerte, lo que nos informa de la gran influencia de esta mujer en su época y en las posteriores. Hoy sabemos también que la novela más antigua de la que tengamos referencias también fue escrita por una mujer Lady Murasaki Shibiku (978-1014), quien redactó un libro de cuatro mil doscientas páginas titulado “La novela de Genji”, considerada la obra clásica más importante de la literatura japonesa.

Una trampa del discurso patriarcal es instalar la idea de su naturalidad y de que siempre y en todo tiempo las comunidades humanas se han organizado subyugando a las mujeres a los hombres. Hay muchas evidencias de que las comunidades humanas nómades vivían en sociedades carentes de propiedad privada, relaciones monógamas e incluso del concepto de paternidad como lo pensamos hoy, ya que –al no estar definido el origen de cada bebe- todos los adultos de la comunidad cuidaban de las y los niños que eran parte de ésta. Numerosos autores y autoras que sitúan el inicio del orden patriarcal paralelamente a la revolución agrícola, pero antes de eso los humanos existieron durante varios cientos de miles de años conviviendo en organizaciones sociales muy distintas a las que conocemos. Tampoco es cierto que todas las comunidades que se asentaron a causa de la revolución agrícola se organizaron patriarcalmente, entre el 9.000 a.C e incluso hasta la actualidad existen evidencias de que han existido diversas formas de organización social y que no en todas ellas las mujeres han estado consideradas como un sujeto menor, por lo mismo –una vez que nos disponemos a buscar- no es tan difícil encontrar evidencias del trabajo creativo de mujeres en estas otras culturas. La capacidad de pensar, crear y comunicar es una inherente al ser humano, pero que ha estado moldeada por los límites impuestos en cada contexto histórico social. La voz de las mujeres ha estado limitada en los últimos siglos y eso tiene como consecuencia una pérdida de la belleza y la experiencia que la mitad de la población humana tiene por compartir. Gracias a los movimientos de mujeres – desde la revolución francesa en adelante, y con muchos antecedentes previos- se ha avanzado significativamente en la representación y participación de las mujeres en el espacio público y también en la literatura, pero aún la brecha de género sigue siendo significativa y desafiantes. Según los últimos datos entregados por la ONU este 2023, se calcula que si las cosas siguen su curso actual la equidad de género se logrará recién en 300 años más, ya que la pandemia y las crisis sociales actuales han hecho retroceder de manera impresionante los avances que se habían hecho en materia de equidad, en muchos territorios.  Por todo lo anterior, nos parece fundamental poder celebrar, conocer y difundir el trabajo de mujeres chilenas que están haciendo el ejercicio feminista de sacar la voz, y compartir su talento, pensamiento y mirada del mundo.

La serie de entrevistas que componen este libro fueron desarrolladas entre abril del 2020 y diciembre del 2021, realizadas para el programa “Cuestión de Gustos” que emite Radio Universidad de Chile, y son parte de un ciclo de entrevistas con escritoras chilenas que contó con el apoyo del Fondo del libro para difusión. Hay temas contextuales y de fondo que enmarcan estas conversaciones. La mayoría de ellas se desarrollaron en el contexto de la Pandemia del Covid 19 – de allí que fueran realizadas de manera virtual y utilizando la plataforma zoom- y estuvieron cruzadas por este evento que transformó nuestras maneras de habitar y comunicarnos, además de por los ecos de la revuelta de octubre del 2019 y el proceso constituyente que durante ese tiempo estaba comenzando a tomar forma. Estos tres temas – pandemia, revuelta, nueva constitución- aparecen una y otra vez en las conversaciones dando cuenta del vínculo profundo que este grupo de escritoras tienen con el momento que les tocó vivir.  En las conversaciones aparece una y otra vez la reflexión sobre la importancia de la escucha y el diálogo como base para la empatía y la construcción de un futuro en conjunto. Y acá pareciera aparecer un elemento que suele ser común a la producción cultural desarrollada por mujeres y que también caracteriza la metodología de las organizaciones feministas: la escucha. Podríamos teorizar que, por nuestro entrenamiento cultural patriarcal -que busca formar en las mujeres sujetos enfocados en el cuidado-, desarrollamos mayor capacidad para ver y entender al otro en su complejidad y que eso puede definir una manera de acercarse a la otredad, y de crearla y describirla cuando se trata de construir relatos. Quisiera acá hacer una pausa para instalar que, para mí, la lucha feminista profunda tiene que ver con la conquista de la complejidad de lo humano que ha sido cercenado en una lógica binominal instalada por la ideología de género que –como explicábamos al inicio- señala que frente a un tipo de genitalidad existen “naturalmente” características de personalidad humanas. En esa lógica, los sujetos con pene serían más poderosos, protectores, activos y competitivos, mientras que los sujetos con vagina seríamos más dulces, cuidadosos, sumisos y empáticos. Además de la reducción de toda la diversidad humana a este par de categorías, lo que hace la ideología de género es limitar las posibilidades de lo humano en cada unx de nosotrxs a través de la socialización de género. Quizá a estas alturas resulte una obviedad decirlo, pero desde acá, creemos que todos los seres humanos tenemos la potencia de ser poderosos y frágiles, activos y pasivos, sensibles y racionales y que no son éstas características que se oponen, sino que se develan y desarrollan en distintos momentos de la vida, e incluso del mismo día. Entonces, volviendo a la idea anterior, la capacidad de escucha y empatía no es una habilidad única de las mujeres, sino una que se ha potenciado culturalmente para entrenarnos en los roles de cuidado, pero es evidente que hombres y diversidades también poseen esa capacidad y que se puede, y requiere urgentemente, ser desarrollada culturalmente. Y ahí volvemos a la importancia de la diversidad de miradas e historias que llegan a ser contadas y que nos pueden ayudar en el desarrollo de estas habilidades tan urgentes para la convivencia social. Sabemos que, históricamente, los autores han tenido mayor posibilidad de escribir y ser publicados que las escritoras, y que aún hoy, cuando hay una efervescente producción literaria y mucho más acceso a libros escritos por mujeres, los lectores hombres siguen leyendo mayormente autores hombres, mientras que las lectoras mujeres solemos leer tanto a autoras como a autores. Frente a este escenario la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie ha señalado que, si más hombres leyeran autoras mujeres, mayores serían las posibilidades de entendimiento entre unos y otras. Esto porque sabemos que la literatura nos da un acceso privilegiado al mundo interior de los personajes y nos invita a un profundo ejercicio de empatía. Las historias que los libros representan pueden ayudarnos a entender experiencias que inicialmente nos resultan ajenas y ponernos en la piel de personas muy distintas a nosotras, considerando desde un lugar más íntimo sus posibilidades y decisiones. En un mundo con una crisis profunda debido a los radicalismos y el aumento de la desconfianza, poder contar con herramientas que nos acerquen a lxs otrxs desde lo personal de la experiencia es un elemento de profundo valor y una herramienta clave para el desarrollo de diálogos sociales que hoy aparecen como fundamentales.

Como hemos dicho más arriba el entrenamiento cultural y el orden social de género de los últimos siglos ha relegado a las mujeres a la esfera de lo privado y a las labores de cuidado, de ahí que desarrollar una voz propia y compartirla en el espacio de lo público ha sido un desafío histórico para las escritoras. Como periodista de cultura y entrevistadora de creadoras/es y artistas por más de dos décadas, nunca ha dejado de llamar mi atención el proceso mediante el cual se desarrolla una identidad creativa y una voz personal. Estoy segura que en teoría literaria existen muchas definiciones interesantes respecto a autoría, pero en este punto me apoyaré en la teoría de autor cinematográfica –que me resulta mucho más familiar- que señala que, frente a un cuerpo de obra, se puede reconocer a un/a autor/a la por su caligrafía cinematográfica y su recurrencia temática. Forma y fondo es lo que permite identificar a un/a creador/a a partir de un grupo de sus obras. Cuáles son los temas que le interesan y a los que retornan una y otra vez, y cuál es la manera particular que tienen de adentrarse en esos temas y desarrollarlos. Una pregunta que está presente en casi todas estas entrevistas es una que tiene que ver con el desarrollo de esa voz personal y una respuesta que se repitió de parte de varias de las entrevistadas tuvo que ver con la urgencia de encontrarse en las palabras. Es conmovedor atestiguar como en muchos de los casos que se comparten en este libro la literatura, primero como lectoras y luego como escritoras, fue considerada un lugar de existencia básica, un espacio para encontrarse consigo mismas y con lxs otrxs. Y es interesante ver como esa urgencia personal va permeando tanto las maneras como las temáticas presentes en los escritos de cada una de las mujeres acá entrevistadas.

Otro de los temas que aparecen una y otra vez en estas conversaciones tienen que ver con crear bajo el peso de la categoría “literatura femenina” una etiqueta con la que, como señalamos más arriba, aún se intenta domesticar la gran diversidad de producción literaria hecha por mujeres. Este mismo libro da cuenta de la riqueza y diversidad de este grupo de veinte autoras que escriben desde distintos lugares temáticos y estéticos y a las que es imposible catalogar como un género en sí mismas. En este libro hay entrevistas a poetas, escritoras de ficción, periodistas y dibujantes también para celebrar que esa diversidad no está solo en temas y maneras literarias, sino también en formatos. Como dijimos, hablar de literatura femenina es un gesto de domesticación por varias razones y busca replicar en las obras de mujeres los valores que el patriarcado ha definido que corresponden a quienes hemos nacido con vagina. Ahí el doble mandato de madre y esposa se asimila a características literarias que tienen que ver con el interés por las historias románticas, familiares, los relatos del mundo privado desde una estética sensiblera y rosa. El trabajo de las veinte autoras acá reunidas no tiene nada que ver con aquello, porque incluso quienes escogen hablar de los vínculos sexo afectivos o familiares, lo hacen con distancia crítica, casi como un ejercicio científico ante aquella realidad impuesta.

A pesar de todas las evidencias a favor del talento y la relevancia de las publicaciones hechas por mujeres, el reconocimiento del establishment sigue siendo escaso. No olvidemos que una de las entrevistadas de este libro, Diamela Eltit, se transformó –en 2018-  en la quinta ganadora del Premio Nacional de Literatura, desde la creación de esta distinción en 1942. Las anteriores fueron Gabriela Mistral (1951), Marta Brunet (1961), Marcela Paz (1982) e Isabel Allende (2010). Aún existe una brecha significativa en términos de libros de autoras y autores tanto en el currículo escolar como universitario y, sobre todo, siguen existiendo prejuicios tanto desde las y los lectores, en los medios de comunicación, incluso, en parte del mundo editorial, la crítica y la academia respecto a las posibilidades de la producción literaria de mujeres. Esta colección de entrevistas quisiera ser un aporte en los diálogos y experiencias que ayuden a contrarrestar esos prejuicios, a inspirarnos con los procesos creativos de este grupo de excepcionales mujeres y a darnos claves para acercarnos a su producción literaria.

Como lectora cada uno de los libros acá referidos han sido un lugar de placer y aprendizaje; como periodista ha sido un privilegio poder verter mi curiosidad en estas conversaciones y recibir de vuelta la generosidad de tiempo y palabra de cada una de las entrevistadas, y como editora de este texto me resulta una tremenda alegría poder compartir esos diálogos en este otro formato que, confiamos, podrá llegar a nuevas audiencias con su sabiduría y riqueza.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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