En los últimos meses el habitual filón anticomunista que explotan sin decoro la derecha y la ultraderecha chilenas ha sido por momentos opacado por una nueva y odiosa obsesión contra el Frente Amplio. Está claro: toda izquierda auténtica los perturba.
Los errores cometidos desde el gobierno han sido exagerados sin freno, las inexcusables deshonestidades se han subrayado con tonos de indignación hipócrita y afán de escándalo sin siquiera reparar que las de la derecha han sido siempre más frecuentes y de una magnitud muchísimo mayor. Nada justifica unas u otras, aunque la viga en el ojo propio debiese al menos atemperar a los acusadores acostumbrados a mirar la paja en el ojo ajeno. En fin, desde su inicio el gobierno del presidente Boric ha sido objeto de una colérica política comunicacional concebida, orquestada y ejecutada a través de los medios escritos, radiales, televisivos y de redes sociales que controla la derecha económica, y de un odioso bloqueo en el Congreso.
Han sido arrogantes, se dice del Frente Amplio, han sido despectivos. Juzgaron con excesiva aspereza a la centro izquierda que encabezó la transición y ahora deben pedir ayuda y reconocer las opiniones desmedidas que emitieron. Pero no, no es la arrogancia, que muchas veces caracteriza a la juventud, ni la perspectiva un tanto simplificada con que se evaluaron los gobiernos concertacionistas, los factores principales que motivan la ofensiva que pretende cubrir de desprestigio a quienes fundaron y fortalecieron el FA. En verdad, son los destellos de futuro y la potencialidad que exhibe el Frente Amplio, una fuerza de izquierda socialista, crítica y renovadora, dirigida por cuadros jóvenes de alta capacidad y proyección política, lo que atemoriza y desespera a sus adversarios.
El FA como coalición de movimientos y ahora el FA partido ha generado un vector de energía política creativa que, considerando fortalezas y debilidades, lo constituye hoy, potencialmente, en el lugar político-social-cultural en mejores condiciones para convocar a un nuevo proyecto de izquierda que atraiga a un amplio espectro favorable a las transformaciones radicales que requiere nuestro Chile.
Son muchos los desafíos que el Frente Amplio deberá enfrentar, desde ya cumplir con su responsabilidad de gobierno y, al mismo tiempo, consolidar el proceso de fusión en un solo partido, que apunta a acrisolar las mejores experiencias del movimiento popular del siglo pasado con los destacados aportes de las luchas sociales del primer cuarto del siglo XXI, en particular las estudiantiles, sindicales, por los derechos humanos, feministas, ecologistas y por el derecho a la vivienda.
Pero hay otros retos, de más larga perspectiva, que es indispensable afrontar desde el primer momento a fin de evitar que el nuevo FA sufra la domesticación política o la irrelevancia social que ha afectado a proyectos con rasgos similares en países de Europa.
Para el Frente Amplio no hay nada garantizado. La inscripción legal como partido es un paso positivo y necesario, en la medida que consagra la admisión en el aparato institucional formal. Pero obviamente no resuelve cómo debe ser y actuar una fuerza política que pretende transformar las instituciones económicas y políticas vigentes. ¿Cómo debe ser el partido de izquierda, popular y socialista, con radical voluntad transformadora, en las circunstancias sociales y culturales del mundo, el continente y el país de hoy y de los tiempos por venir? Los modelos teóricos de la izquierda del siglo pasado no parecen válidos para la lucha actual. Una política transformadora fundada en la realidad requiere no solo un diagnóstico certero, necesita también imaginación para inventar nuevos instrumentos y modos de luchar.
Otro desafío fundamental será crecer y hacerlo de una cierta forma, tal vez como una expansión organizada en el territorio, entendiendo por tal no solo los espacios barriales, comunales o regionales, sino también el heterogéneo universo de las organizaciones sociales ya existentes o que nazcan en el futuro, el enorme contingente de los desafectos de la política y el despliegue en el “territorio virtual” configurado por las redes sociales y sus instancias de comunicación. El crecimiento debiera ser cualitativo y no solo en el número de afiliados. Se trata, en fin, de reconstruir un nudo que enhebre una nueva sólida relación entre la izquierda política y la sociedad.
Por último, es ineludible el desafío de diferenciarse, identificarse, no asimilarse. No hay que olvidar que el nuevo FA podría seguir funcionando, al menos por un tiempo, aún si descuidase su identidad innovadora. Podría confundirse con las entidades políticas existentes, ser una más entre muchas, otro partido inscrito en el SERVEL… En este sentido, el FA debe concebir nuevas formulaciones para definir aspectos cruciales como la condición militante, la elección de dirigentes, la existencia de corrientes y la administración de la disciplina. El nuevo partido, para ser realmente nuevo, deberá definir una relación distinta con las organizaciones de base y movimientos sociales y las formas más apropiadas de proyectarse en la cultura.
No basta proclamarse de izquierda para llegar al universo de los trabajadores manuales e intelectuales del Chile de hoy, ni invocar solo títulos históricos. No es creíble a estas alturas la práctica de revolver una y otra vez las mismas cartas ajadas y corroídas y proclamar esa combinación como gran novedad. Es necesario aquello que el Frente Amplio puede ofrecer: identificación con las luchas populares anteriores, debate abierto, innovación política, y renovación del pensamiento y la acción, todos instrumentos privilegiados para construir el futuro de una izquierda que represente la esperanza, prefigurada y posible, de una vida digna y justa.