Existe un amplio reconocimiento respecto al bloqueo en que se encuentra nuestra política, el diálogo entre gobierno y oposición no funciona como tal, determinando que el Presidente Boric, a dos años de iniciado su mandato, sin contar con mayoría en el Parlamento, no logre avanzar en las reformas sociales comprometidas.
Se trata de una parálisis política que reviste cierto dramatismo, en tanto se trata de cambios requeridos para resolver necesidades muy básicas, demandadas desde largo tiempo, que han sido parte del malestar social que nos afecta, y que constituyeron la base del estallido social. Una política estancada, que va produciendo un grave debilitamiento de la democracia y un profundo descredito y rechazo ciudadano hacia los políticos y las instituciones.
Aunque cuentan con el manejo de los grandes medios de comunicación masivos, la derecha no logra ocultar ser el causante de una política que se ha hecho estéril, sin respuesta para la realidad vivida por la mayoría ciudadana. Porque es imposible desconocer que la actitud obstructiva de la oposición opera desde los inicios del gobierno, y sus parlamentarios, junto a los grandes grupos económicos constituidos en activos opinantes y jueces, utilizan un diseño comunicacional dirigido a denigrar al Presidente y su gobierno, con el que golpean diariamente, especialmente en la TV, de la que son dueños.
Es así que nos encontramos ante un muro de hierro que impide realizar los cambios legislativos indispensables, ciegos al peligro que esto reviste, la derecha política y económica no cede ni un centímetro del extremo poder que ha concentrado. Impasibles ante la precariedad de los salarios, no reconocen su importancia en la génesis del trabajo informal, y al parecer olvidaron la gravedad que alcanzó ese reclamo por pensiones dignas y mejor salud, que al no ser escuchado por largo tiempo explotó en la grave crisis social del 18 de octubre de 2019. Se trata de una elite económica y política que considera que nada debe ser cambiado, y por lo tanto, habla de diálogo y acuerdos al mismo tiempo que en la práctica los niega, porque solo están dispuestos a aprobar lo que no cambie un ápice lo ya existente.
Y como salir del inmovilismo si a esa mayoría parlamentaria se le suma el inmenso poder económico de los grandes empresarios, los cuales, beneficiados por el sistema de la subsidiaridad y la desregulación del mercado, rechazan públicamente las reformas, no invierten en el país y solo esperan que termine Boric su mandato.
Digámoslo con toda claridad: nos encontramos entrampados, sin dar respuesta a las demandas sociales, por una oposición en extremo poderosa, que solo quiere imponer su ideología y sus intereses, sin reparar la gravedad que ello reviste en tiempos complejos marcados por la violencia delictual, tiempos que exigen cohesión social y autoridades que colaboran entre si y sean confiables.
Esta grave situación política exige abordar un problema que hemos soslayado a lo largo de la transición: se trata de mirar de frente nuestra democracia reconociendo sus debilidades y el papel que ellas juegan en el estancamiento político en que nos encontramos. Sin duda estamos lejos de la llamada democracia plena, en la que la alternancia en el poder es fruto de un verdadero debate, en el que participan no solo los poderes del estado y quienes disponen de medios de comunicación, sino la sociedad en su conjunto, buscando el máximo equilibrio posible en el debate entre las elites y el mundo social y popular. Necesitamos reconstruir una democracia activa, en movimiento, en la que los medios de comunicación constituyan espacios donde se encuentren y confronten en igualdad de condiciones las visiones contrapuestas sobre la sociedad y sus valores. Los efectos de una radical privatización de los medios de comunicación masivos, unido a la ausencia de apoyo a medios no ligados al gran capital, constituyen una asimetría y falta de pluralismo efectivo que necesariamente debe ser corregida.
Así mismo, el perfeccionamiento de la democracia exige también que los políticos que apoyan el gobierno y sus reformas corrijan errores y mejoren las prácticas, superando la política de las alturas y potenciando el diálogo permanente con la comunidad, los trabajadores y sus organizaciones. La parlamentarización de la política le da facilidades al sistema neoliberal, que requiere consumidores y no ciudadanos
Necesitamos una democracia que a la representación sume la participación, que esté conformada por un pueblo consciente, que se sienta integrado como verdaderos actores sociales. Un colectivo humano que, al confiar en las instituciones y las autoridades electas pueda entender y sobrellevar los nuevos problemas emergentes: la violencia delictual, la droga, la angustia del cambio climático. Una sociedad sustentada en la concepción de los derechos humanos y en la que la dignidad y respeto a todos y todas vaya unido estrechamente al marco valórico del bien común. Porque la paz social tiene solidez cuando se ha logrado la cohesión social.
Salir del atascamiento legislativo y la ineficacia política es hoy la mayor de las urgencias. Por ello, junto con exigir a todos quienes se definen como demócratas coherencia, y verdadera búsqueda de acuerdos, resulta necesario impulsar el despliegue de la participación social, en el ejercicio del derecho que todo ciudadano tiene para manifestarse, uniendo voluntades para ser escuchado.
Se trata de defender la democracia corrigiendo la peligrosa parálisis, manteniendo un alerta para impedir fórmulas autoritarias, al mismo tiempo que poner voluntad política para avanzar en su indispensable perfeccionamiento.