La arremetida de Javier Milei evidencia, de manera muy ejemplar, la manera de hacer política de la extrema derecha en este momento donde se habla de su auge: el insulto en vez del argumento, la pretensión de hacer confundir las opiniones propias con hechos de validez general, el irrespeto por las instituciones, el doble estándar que desdeña del Estado pero que lo usa para financiar actividades espurias, y así sucesivamente. No es casual que en el mismo acto donde Milei provocara un terremoto diplomático entre Argentina y España, José Antonio Kast arremetiera contra el presidente Boric, produciendo un rechazo transversal del sistema político local.
La muy peculiar personalidad de Milei considera que lo virtuoso es radicalizarlo todo, separar el mundo entre los iluminados y los oscuros, incluso cuando no hay necesidad, pero esa pulsión irrefrenable parece no advertir cómo su proceder está aislando a Argentina internacionalmente, mientras la situación interna en el país es la más grave en décadas, mucho más que durante el gobierno de Alberto Fernández que tanto denostó. Según las últimas mediciones, la pobreza ha alcanzado un 55 por ciento, mientras la indigencia un 18 por ciento, todo esto alimentado por una política impía con los sectores populares, que en nombre de un ajuste que sería necesario para sanear la economía ha eliminado una serie de subsidios y, al mismo tiempo, ha encarecido el costo de la vida hasta el punto de que se ha derrumbado el consumo interno.
¿Dónde quedó, entonces, la promesa de que la casta iba a pagar la crisis? En nada, porque para esta versión de la extrema derecha no es relevante la verdad ni hacer promesas que efectivamente se puedan cumplir.
En paralelo, la derecha tradicional, que lo apoyó a regañadientes luego de quedar fuera de la segunda vuelta y como única manera de sacar del gobierno al Kirchnerismo, que se había convertido para su análisis en el mal mayor, empieza a desmarcarse notoriamente, pues presiente que Argentina avanza hacia una catástrofe. Especialmente decidor es el giro editorial que ha tenido el Diario La Nación y sus medios asociados, que como se sabe es el periódico más de derecha de Argentina, y que en las últimas horas ha advertido a Milei que “está encima de un polvorín” y que no está dándose cuenta que los indicadores sociales son tan malos que equivalen a la última gran insurrección en el país, en 2001, que culminó con el presidente Fernando de la Rúa huyendo en helicóptero desde la Casa Rosada.
Como sea, Milei juega con fuego y no se puede negar que más de alguna vez le ha resultado. Hay una mezcla de irracionalidad personal y racionalidad política en su exabrupto en España. El mandatario sudamericano está obsesionado -lo dice frecuentemente, no es una interpretación- con convertirse en el gran líder de la extrema derecha a nivel mundial. Pero, al mismo tiempo, su acción busca radicalizar la campaña previa a las elecciones del Parlamento Europeo, donde la extrema derecha aspira a seguir creciendo.
Lo único que sí parece claro es que la promesa mágica de la extrema derecha es falaz. No ha resuelto problemas, al revés, los agrava, en Estados Unidos, en Brasil, en Argentina y por cierto no lo haría eventualmente en Chile. Mientras la pobreza infantil en Argentina alcanza el 60 por ciento, Milei dará hoy un concierto de rock en el Luna Park. Financiado con los recursos del Estado que tanto detesta, por cierto.