Ha partido Eduardo Contreras a los 84 años. Abogado corajudo y con mirada de largo plazo, en un momento donde la figura de Pinochet asediaba y asfixiaba la transición, tuvo la osadía de presentar la primera querella en su contra cuando era senador vitalicio, lo cual permitió con posterioridad su desafuero y detención.
Pero Eduardo Contreras tuvo una trayectoria mucho más larga donde, dejando por el momento de lado una también destacada trayectoria política, padeció como tantos otros miles la persecución y el exilio, años oscuros que luego, de vuelta a Chile, le hicieron volcarse a la búsqueda de justicia a las violaciones a los derechos humanos cometidos por la dictadura. La década del noventa fue especialmente dura y con pocos resultados, donde prácticamente solo la condena por el asesinato de Orlando Letelier llegó a término, hasta que la detención de Pinochet en Londres abrió una válvula donde, si bien décadas después estamos aún lejos de la justicia plena, al menos permitió que se avanzara en procesos judiciales y en condena a criminales de lesa humanidad.
Es por eso que el aporte de Eduardo Contreras no solo a los derechos humanos, sino al proceso democrático mismo, es inconmensurable en su significado literal, es decir, imposible de mensurar. Porque si bien no sabemos cómo hubiera sido la transición si Pinochet no hubiera sido detenido en octubre de 1998, sí sabemos que desde entonces el país entró en una catarsis luego de tantos años de impunidad en que, no exento de dificultades, se echó a andar un esfuerzo aún mayor por desprenderse del corsé del pinochetismo. Hay veces en la Historia en que no se sabe que un gesto puntual puede cambiar luego el curso de los acontecimientos. Y este gesto de Eduardo Contreras tuvo esa facultad.
Visto en términos más generales, en tiempos como los actuales, donde la intolerancia a la frustración empieza a convertirse en un rasgo cultural, refulge la persistencia, heroica si se quiere, de esa generación de abogados de derechos humanos que desde la dictadura no escatimó esfuerzos en dejar registro cotidiano de su recurrencia a la Justicia, aun cuando en esa época el Poder Judicial fuera vergonzosamente capturado. Es por eso que, junto a la figura de Eduardo Contreras, hay que nombrar a otros que ya partieron y que merecerían un reconocimiento mucho mayor de las siguientes generaciones, tales como Jaime Castillo Velasco, Fabiola Letelier, Roberto Garretón, Juan Bustos, Alfonso Inzunza y tantos otros. De todos ellos, algunos como Nelson Caucoto y Carmen Hertz encarnan todavía ese legado.
Por todas estas razones son más que merecidos los homenajes a Eduardo Contreras por su alma mater, la Universidad de Chile a través de su Facultad de Derecho, por el propio presidente de la República quien concurrió a su velatorio, por artistas por Inti-Illimani que dieron un pequeño concierto junto al féretro y por las organizaciones de derechos humanos que en su diversidad expresaron su pesar. Es un tributo a una persona, pero también a una gesta y a una generación de abogados corajudos y persistentes.