La madre como una herida nacional

  • 23-07-2024

La tercera novela de la llamada “trilogía del desamparo” de Ernesto Garrat no decepciona. Siguiendo el tenor feroz de las dos entregas anteriores –Allegados el 2017 y Casa propia el 2019-, Educación Universitaria (2023) nos muestra al joven protagonista de la saga publicada por Hueders en el duro trance de enfrentar la muerte de su madre.

Portada de Allegados

Portada de Allegados

Cuando salió Allegados, habida cuenta del Premio Marta Brunet “a la mejor novela para jóvenes”, me permití una reflexión vaga en torno a la puerilidad de esa categoría llamada literatura juvenil, donde abundan sagas y vampiros. Me referí, por otro lado, al académico concepto de bildungsroman, las novelas de iniciación o de aprendizaje. Lo cierto es que la historia del vampiro Mihai y su creador, el niño-hombre protagonista, cumple etapas claras: en esa primera novela tienen alrededor de 14 años de edad; en Casa propia lo vemos llegar a los 18 años y encarar aquella hoy esperpéntica y fantasmagórica PAA (rasgo generacional que nos sitúa, junto a otros guiños, en la traición, perdón, transición a la “demos gracias”); y en Educación Universitaria hay un ingreso tácito al estatus del mundo adulto, al mundo real, en una cumbre que simbólicamente se alcanza, ballena a la que se da caza, en la tópica muerte de la madre.

Bautizado como “el Fatiga” por sus compañeros de la Escuela de Periodismo de la Chile, nuestro antihéroe, al término de los tres libros, cumple con lo que el arquetipo mandata: el viaje iniciático llega a su fin. El niño se hace hombre. El amor platónico se supera pisoteado. El vampiro desaparece, hay un hablante que se despide. Hay un umbral que se cruza. Una suerte de modo de razonar, o una dimensión espiritual, moral incluso. El infinito amor hacia su madre y el odio a quienes le infringen daño a otras como ella, lo sostienen. Pero necesita la fuerza del odio para resistir, porque ha dejado de ser invisible y anda desnudo, con todas las vulnerabilidades a la vista, en un país y un mundo hostil y cruel para los no privilegiados, los desamparados.

Es imposible en ese sentido no recordar al Silvio Astier de El juguete rabioso, del argentino Roberto Arlt. Nos referimos a una estilística, una forma de describir, a cierta poesía del resentimiento en la que se reconocen los antihéroes que abrazan la abyección, el hosco marginal de ego intelectual herido y el paria con delirios de sabio iluminado, el poeta maldito, el borracho callejero, todos los derrotados que aspiraron alguna vez a trascender en la equívoca valentía del suicidio. La trilogía que Garrat ha definido como “brutalismo mágico”, y en la que según sus propios términos ha intentado “desnudar la crueldad del neoliberalismo chileno a través de una necesaria evasión de fantasía”, resulta, al menos para este humilde servidor, conmovedora.

Portada del Casa propia alta.

Portada del Casa propia alta.

Porque la que muere es una mamá soltera en un país discriminador, horrorosamente clasista y machista, y esa es una figura fundacional para esta patria de hijos huachos y padres abusadores, alcohólicos, ausentes, abandonadores. Esa mamá es el país entero. Porque si hay algo que se llame Chile y algo que se llame dignidad, es gracias a mamás como la que homenajea Garrat en su saga. Una madre sinécdoque de la gran herida nacional: el desamparo. Parafraseando y citando a don Manuel Rojas: una enorme herida en alguna parte de nuestro cuerpo, en alguna parte que no podemos ubicar exactamente, que duele y amenaza abrirse o se abre cuando la olvidamos y hacemos lo que no se debe. No nos quedan más que dos caminos: o renunciar a vivir así, haciendo a propósito lo que no se debe; o vivir así, evitando hacer lo que no debes.

Cuando elegimos el primer camino todo termina pronto: la herida puede más y cedemos. Y si elegimos el segundo camino y continuamos existiendo, “vivirás, como un sirviente, alrededor de tu herida, cuidando que no sangre, que no se abra, que no se descomponga, y esto, amigo mío, significará que tienes un enorme deseo de vivir y que, impedido de hacerlo como deseas, aceptas hacerlo como puedas, sin que ello deba llamarse, óyelo bien, cobardía, así como si elegiste el primer camino nada podrá hacer suponer que fuiste un héroe: resistir es tan cobarde o tan heroico como renunciar”.

Por Rodrigo Hidalgo Moscoso. Periodista y profesor de lenguaje y comunicación, diplomado en crítica cultural y en edición profesional, y magíster en comunicación social.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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