“Me defino como un ser espurio”, declaró Mauricio Wacquez en una entrevista con el diario La Época en 1987. Escritor, traductor, editor y profesor de filosofía, su nombre ha vuelto a resonar en las conversaciones del mundo literario, revelando un poco de la naturaleza transgresora y esquiva que siempre caracterizó su obra.
Se le considera un autor “de culto” porque sus libros son menos accesibles que los de sus contemporáneos como José Donoso o Antonio Skármeta. Esta escasez tiene su origen en un conflicto por los derechos de su obra, que hoy enfrenta a sus herederos con la editorial Tajamar, la cual posee el contrato para su publicación.
Recientemente, Tajamar anunció la publicación de dos tomos con las obras completas de Wacquez, una noticia esperada desde hace 10 años, cuando la editorial se adjudicó un Fondo del Libro para poner en circulación sus escritos, que incluyen toda su narrativa, artículos y ensayos. En tanto, la familia acusa a la editorial de incumplimiento de contrato, señalando que nunca se publicó nada ni se permitió a otros editores hacerlo, lo que ha imposibilitado la difusión de la creación de Wacquez.
Lo cierto es que, incluso en vida, la publicación de su obra fue compleja. Wacquez no se reconocía como chileno, ni como francés —el país de origen de su padre— ni como español, donde vivió hasta su muerte. Su literatura también se movía en una zona indeterminada, fuera de la tradición literaria convencional. Fue pionero en abordar la sexualidad en la literatura, y fue criticado por escribir sobre temas que escapaban a las preocupaciones sociales contingentes, o que resultaban directamente incómodos. Por este motivo, parte importante de su obra fue publicada fuera de Chile y fue excluido de instancias académicas.
A casi 25 años de su muerte, reaparece el recuerdo de este autor espurio, de quien se puede hablar pero no leer, y nos enfrenta de nuevo a la pregunta: ¿qué ocurre con la obra de un autor después de su muerte?
La historia de la literatura local muestra que la suerte de un artista póstumo puede seguir diferentes caminos. En un extremo está el caso de Roberto Bolaño, cuya obra póstuma es tan voluminosa que casi iguala lo publicado en vida. Por otro lado, está el caso de la obra de Lemebel, que, debido a problemas entre sus herederas, actualmente se encuentra entrampada y sin posibilidad de reimpresión.
Hoy, tanto el mundo editorial como los lectores y críticos persiguen la sombra de Wacquez y su literatura esquiva, cuyo caso vuelve a poner el foco sobre los conflictos que se producen con la obra de un autor después de su muerte.
Esta columna fue parte del Boletín DiCREA. Inscríbete aquí para recibirla cada viernes.