El jueves 3 de septiembre de 1970, Luis Corvalán, Secretario General del PC, pronunció un discurso por cadenas de radioemisoras. Llevaba por título “Mañana debemos triunfar” y en él afirmó: “El momento que vivimos es favorable al triunfo y al éxito… El día de mañana es decisivo. De la movilización masiva y a primera hora hacia las urnas, de la vigilancia de los apoderados en cada mesa, del control de los cómputos, del desbaratamiento de toda martingala, de la actitud de cada uno de nosotros puede depender, en último término, el resultado que arrojan las urnas… “En manos del pueblo está su futuro. El Partido Comunista lo llama a emplearse a fondo en la batalla de mañana, a elegir a Salvador Allende Presidente de la república y a seguir caminando unido en pos de sus nuevos destinos.” (Publicado por “El Siglo”, del 4 de septiembre de 1970)
Viernes 4 de septiembre de 1970. Desde las 7,30 comenzaron a llegar los vocales y apoderados de las mesas en los diversos lugares de votación. Había nerviosismo, tensión, expectación en el ambiente. A las 8, empezaron a desfilar los ciudadanos. Emitían su voto, algunos después de hacer cola durante horas. La gente, como era costumbre, se viste con su traje dominguero. Las elecciones eran para los chilenos un día de fiesta. Las radios y la televisión hacían reportajes, entrevistas, adelantaban vaticinios.
Las mesas que habían iniciado su funcionamiento a las 8, cerraron la votación a las 16. Las otras debían seguir recibiendo electores hasta cumplir las 8 horas establecidas por la Ley de Elecciones. Comenzaron los escrutinios. En cada mesa se repetían las mismas escenas: alegría en los rostros de los partidarios del candidato, cuyo nombre leía el presidente de la mesa en la Cédula Única, inquietud en otros.
Los medios de comunicación de masas entregaron los primeros cómputos, muy parciales aún. Chile quedó de pronto desierto. Ni un alma en las calles. Toda la gente junto al televisor o la radio. La mayoría, en sus casas. Los dirigentes en los locales de las candidaturas.
A las 20 horas, según escribe Ignacio Gayango en “Chile: el largo camino político al golpe”, página 8: “El Ministro del Interior, Patricio Rojas, avisaba telefónicamente a Jorge Alessandri que su candidatura iba triunfando; al mismo tiempo, el Subsecretario retardaba por varias horas la entrega de cómputos.”
Los resultados parciales daban leve ventaja a Salvador Allende, que no votó en esa ocasión por estar inscrito en Punta Arenas. Los periodistas de radio y televisión contribuian a crear confusión, algunos repetían una y otra vez que Allende lleva la delantera, pero que falta la mayor parte de los resultados de las mesas de mujeres.
En verdad, a esas horas nadie estaba seguro de nada. Según afirma Joan Garcés en “Chile, el camino político hacia el socialismo” (citado por revista Ercilla Nº 1935, del 16 al 22 de agosto de 1972, página 9):
“Muchos y destacados dirigentes de la izquierda comprometida en la campaña electoral se resistían a creer, hasta el término mismo de los escrutinios, que la vía electoral pudiera llevarlos a otro resultado que a una nueva frustración.”
A las 22 horas tanques del Ejército aparecieron en el centro de Santiago. Procedieron a rodear La Moneda. Cerca de la medianoche, Chile estalló en gritos, abrazos, lágrimas de alegría y banderas. Faltando cinco minutos para las 24 horas, el general Camilo Valenzuela, comandante general de la Guarnición de Santiago, comunicó a Salvador Allende, en nombre del ministro del Interior y de las Fuerzas Armadas, que había obtenido la primera mayoría relativa y que el Gobierno autorizaba la celebración de un mitin de sus partidarios a las 0 horas y 30 minutos.
Jóvenes democratacristianos salieron a la calle y se abrazaban con los de la Unidad Popular. El candidato de su partido fue el primero en reconocer el triunfo de Allende. En un gesto generoso y de hidalguía envió a éste un telegrama en que le dice:
“Salvador, felicitaciones por la victoria. Más honrosa mientras más dura y difícil. Ella le pertenece al pueblo, pero también es tuya. Radomiro Tomic.” (Citado por José Lavretski en “Salvador Allende”, página 118)
Pero la derecha del PDC no tuvo igual actitud. Por el contrario.
Por su parte, la reacción -asustada con su propia propaganda del miedo- se escondió en sus casas y palacetes. Cerraron a machote puertas y ventanas. Algunos prepararon las maletas para salir del país. Otros, comenzaron a conspirar para cerrarle el camino hacia La Moneda al pueblo. Esa misma noche crearon el grupo fascista “Patria y Libertad”.
La gente allendista salió a la calle, entusiasta, eufórica, pero serena y disciplinadamente. No hubo nada parecido al caos, a la invasión de los barrios de los ricos, que anunciaba la campaña del terror.
El acto del 4 se inició al empezar el 5 de septiembre. Fue en la Alameda, frente a la sede de la Federación de Estudiantes de Chile, FECH. Desde uno de sus balcones habló Allende al país. Ante una multitud enfervorizada, combativa, llena de felicidad. Agradeció el apoyo recibido. Recordó que esa victoria era fruto de una larga y difícil lucha. Evocó a quienes la hicieron posible. Llamó a la responsabilidad y a estar vigilantes para impedir que se escamotee un triunfo tan limpiamente conseguido.
Esa madrugada, Allende contrajo un compromiso: “Para los que están en la pampa o la estepa, para los que me escuchan en el litoral, para los que laboran en la precordillera, para la simple dueña de casa, para el catedrático universitario, para el joven estudiante, el pequeño comerciante o industrial, para el hombre y la mujer de Chile, para el joven de la tierra nuestra, para todos ellos, el compromiso que yo contraigo ante mi conciencia y ante el pueblo -actor fundamental de esta victoria- es ser auténticamente leal en la gran tarea común y colectiva. Lo he dicho: mi único anhelo es ser para ustedes el Compañero Presidente.”
Más adelante, emocionado, señaló: “¡Cómo siento en lo íntimo de mi fibra de hombre, cómo siento en las profundidades humanas de mi condición de luchador, lo que cada uno de ustedes me entrega! Esto que hoy germina es una larga jornada. Yo sólo tomo en mis manos la antorcha que encendieron los que antes que nosotros lucharon junto al pueblo y por el pueblo. Este triunfo debemos tributarlo en homenaje a los que cayeron en las luchas sociales y regaron con su sangre la fértil semilla de la Revolución Chilena que vamos a realizar.”
Y finalizó categórico: “A la lealtad de ustedes, responderé con la lealtad de un gobernante del pueblo; con la lealtad del Compañero Presidente.” (Editora Quimantú: “Allende. Su Pensamiento Político”, páginas 10, 12 y 13)
Horas después, se conocen los cómputos oficiales. Concurren a las urnas 2.954.799 electores. Allende obtiene 1.070.334 votos, un 36,22% del total; Alessandri, 1.031.159 votos, un 34,9% y Tomic, 821.801, un 27,81%. Votos nulos y en blanco, 31.505.
“El triunfo de la Unidad Popular – afirma el general Carlos Prats – causa gran desconcierto y conmoción en las esferas de Gobierno y de la derecha política y económica.” (Carlos Prats González: “Memorias”, página 161)
“Esto que hoy culmina es una larga jornada” –dijo el candidato triunfante, cuando amanecía el 5 de septiembre- “Yo sólo tomo en mis manos la antorcha que encendieron los que antes que nosotros lucharon junto al pueblo y por el pueblo”.
Tenía razón, una vez más, Allende. Ese 4 de septiembre no fue algo espontáneo. Era el resultado de un largo proceso de unidad y de luchas. Un camino iniciado, en los albores del siglo XX, por un obrero tipógrafo llamado Luis Emilio Recabarren.
El triunfo del 4 de septiembre de 1970 abrió el camino para conquistar el Gobierno Popular, encabezado por Salvador Allende, el más progresista y patriota de la historia de Chile.