El abogado fanfarrón y el desplome del pacto social

  • 25-09-2024

A fines de agosto y comienzos de septiembre de 2024 se produjo un gran revuelo noticioso de alcance nacional en Chile, saturando por un periodo de semanas los contenidos noticiosos. Un prestigioso abogado de la plaza ha estado expuesto en la gran vitrina pública de la televisión y las redes sociales que lo muestran siendo protagonista de una serie de acusaciones de delitos tributarios, soborno y lavado de activos, todo esto en el contexto de la formalización de cargos que se incubó por meses. Pensando que ese suceso pronto quedará en el olvido y las preocupaciones nacionales migrarán hacia los temas propios de la contingencia nacional me parece importante detenerse en él y observarlo como un acontecimiento y no solo como un simple hecho de la vida cotidiana y del transcurrir de una nación. Me parece que es necesario denominarlo de esta manera porque en él se cristalizan el resultado de una crisis profunda que afecta el tejido social en su conjunto.

Este “caso” como se lo denomina en jerga jurídica anuda una serie elementos que personalizan en una sola figura el fracaso de la transición chilena, la fractura del tejido social y es la muestra más evidente de la decepción de los procesos que apuntaban al establecimiento de un nuevo pacto social representado en una constitución que pudiera ser elaborada de manera participativa y adoptada democráticamente de manera universal por la ciudadanía de un país. Teniendo por referencia que este cambio del tejido y el lazo social es particularmente relevante en un país como Chile que conserva -ahora casi sin pudor alguno por parte de sectores probablemente mayoritarios de la sociedad- la constitución impuesta en dictadura, reformada en sucesivas ocasiones por los gobiernos que le sucedieron, quedando de manifiesto que su origen basado en un fraude de talla nacional es algo que puede ser sometido a un olvido colectivo interesado y deliberado.

¿Podemos ir tan lejos a partir de un solo caso? Me parece que sí, dado que su contenido tiene por virtud ser un vector en donde confluyen los fracasos del actual ordenamiento social. Es el signo más vivo de la descomposición del tejido social y de la proclividad de sus ciudadanos para ser seducidos por las nuevas formas del poder y sus deseos de influencia sobre los otros.

El que otrora fue un prestigioso abogado que representó casos emblemáticos de la izquierda chilena -como lo fue el de los degollados de uno de los crímenes más espantosos de la dictadura en Chile- pasó luego a ser representante de abusadores de la Iglesia, de políticos de derecha y de acaudalados empresarios que tenían groseros problemas tributarios.

Es evidente que un abogado puede representar a quien se lo solicite, pero sus labores dan muestra que existía un interés por vincularse con los nombres que estaban arropados en el poder eclesiástico, económico y político sin importar los delitos que se imputaran ni la ideología que portaran. Su propia vida muestra un giro que cuesta comprender si uno exigiera coherencia de la vida profesional y laboral. No muestra un su actuar un conflicto ideológico y eso llama profundamente la atención.

Este caso logra tener ribetes extraordinarios cuando se filtran grabaciones en donde muestran su claro interés por inclinar la balanza de la justicia y las decisiones de Estado por medio de sus contactos e influencias. Se le acusa de haber querido ganar juicios por medio de sobornos y por arreglos de compadrazgo, amistad y vínculos con el poder, para así alterar la composición de jurados, de las instituciones persecutoras y, de este modo, obtener ventajas maliciosamente establecidas para jugar con ventajas en las arenas judiciales y extrajudiciales en las cuales se suele o solía mover este abogado. Su nombre había ganado gran reputación de parte del mundo político, empresarial y mediático, se había rodeado de un aura de éxito. Las imágenes lo mostraban en los terrenos judiciales y también en desarregladas fiestas o pasatiempos que se llaman de lujo aun cuando sean decadentes.

El caso estalló a la luz pública con un audio filtrado a la prensa en donde se exhibía la mezcla del poder, con el comercio sexual y el uso del dinero para obtener ventajas ilegitimas.

¿Qué de nuevo tiene este caso respecto a de cientos de miles que se han dado en el mundo y en la historia y que lo más probablemente se seguirán dando en donde la corrupción, el abuso del poder y el tamaño de la justicia según el patrimonio de los perseguidos serán su pieza clave? Sin duda no tiene nada de nuevo. ¿Por qué nos sorprende entonces? Lo interesante es lo que canaliza y la catarsis que provoca en los distintos estamentos sociales. Para seguir la ruta de los delitos que se le atribuyen, así como la injerencia en asuntos de interés público se escribirán una cantidad casi ilimitada de notas que volverá casi inabordable, por los litros de tinta que se demarrarán.

¿Cuáles son los deseos que satisfacen las interminables notas y análisis que se repiten en bucle en los medios? ¿Qué abre y, al mismo tiempo qué obtura este caso?

El gran público tiene la oportunidad de satisfacer sus deseos de venganza y expiación sobre una figura que se presentaba como perteneciente a la elite de la sociedad. La escena una y mil veces repetida de cuando es esposado y conducido por los gendarmes quedará en la retina y tal vez en la memoria colectiva que ve que es posible que “los poderosos” también vayan a la cárcel. Un resoplido nacional de satisfacción pareció escucharse cuando se lo conducía públicamente al calabozo.

El hecho que se le haya decretado la prisión preventiva durante el tiempo que dure su proceso judicial permite a un gran sector de la sociedad saciar una sed voyerista y expiatoria, sobre todo de todos aquellos que han creído en la promesa del sistema que afirmaba que el trabajo, el esfuerzo y la observación minuciosa de las leyes está naturalmente acompañada por una recompensa representada en el progreso económico y la adquisición de estatus social. El abogado representa el típico personaje que en su día a día se salta la cola de la fila, el que adelanta con su auto (normalmente de lujo) de manera imprudente en las calles, el que maneja a exceso de velocidad en la carretera, pero que no es detectado por los radares de la policía, el que llega ilícitamente a los accesos prioritarios. Para este sector de la clase media y trabajadora el abogado representa el quiebre del pacto social que aseguraba que, de seguir las reglas y pagar los impuestos necesarios se podría tener los beneficios que la sociedad de mercado promete a todos aquellos que se guían por el ideal (o fantasma) de la meritocracia. De este modo, ver al abogado esposado y eventualmente mezclado con los criminales “comunes” sería suficientemente satisfactorio para reforzar la idea que los que se saltan la cola, que los que no trabajan con las propias herramientas del sistema, serán prontamente identificados y adecuadamente punidos. Es necesario decirlo aquí: toda esta imaginería solo alimenta el sistema que lo produce.

El caso también despertó alegre simpatía de parte del gobernante de turno, quien mirando las redes sociales e indagando posiblemente en lo que él cree legítimamente que es su propia bandera de lucha, hace alocuciones en la tribuna que le es reservada solo a él para decir que este caso demuestra que los que se creen poderosos también deben seguir las mismas reglas del sistema y que están expuestos a la observancia pública. La mayoría de los ciudadanos está de acuerdo con que el mismo presidente represente su opinión en este caso, pues con ello se vuelve intérprete de una ciudadanía que quisiera que la justicia y el orden social fuera igual para todos. Lo sorprendente es que es una persona que encarna el poder y que olvida que él mismo lo detenta. Con estos dichos, sin duda, se obtiene una ventaja transitoria respecto a sus rivales políticos pues de este modo puede señalar con el dedo al acusado desde su propio púlpito. En este juego el presidente desconoce que el mismo público que lo aplaude ahora, está ávido de su propio tropiezo.

Para la defensa del abogado todo se ha tratado como una “camotera” o “funa mediática”. Efectivamente es infrecuente ver hasta qué punto un conglomerado tan diverso celebra las medidas de privación de libertad de un formalizado. Su prisión preventiva es un gesto simbólico del sistema hacia la ciudadanía que le asegura que éste está bien pensado y que solo falta el coraje y de la integridad ética para que funcione correctamente. No es que el sistema esté mal, solo es necesario arreglarlo.

Para los connotados comentaristas del acontecer nacional el caso se transformó en la posibilidad de hacer un examen pseudo psicológico que muestra que en el origen de los delitos atribuidos se encuentra un “fanfarrón”, es decir, una persona que debe pagar por sus propios excesos y de sus propias formas de relación con el poder que lo condujeron a una seducción fatal en donde se mezcló el sexo, el poder y el dinero. Este análisis se aloja igualmente en la misma convicción liberal que el ser humano debe ser capaz de controlar sus pasiones y debe renunciar a su egoísmo y suscribir de manera libre a un sistema que debe conservarse y que solo debe corregirse de manera progresiva y gradual. Es su optimismo de base (o su ingenuidad simulada) que alimenta está ilusión.

A la razón liberal le es suficiente con confirmar que fue la gula, el orgullo, la lujuria, la sobreestima de sí, la que llevaron a este abogado a abandonar los consejos de la sabia razón. Para este tipo de análisis, lo que muestra el caso, son los riesgos de ser víctimas de las pulsiones y transformarse de este modo en el horror del liberal: ser un niño que es víctima de sus impulsos, sus intereses desmedidos, del caos de deseos que están siempre a la vuelta de la esquina. El liberal necesita del supuesto de la razón individual que se salva a sí misma por el adecuado cálculo de las ventajas y desventadas.

Para los comentaristas menos ambiciosos respecto a su rol público, la posibilidad de hacer un recuento pormenorizado de los abusos de poder es suficiente para mostrar que toda una clase política está infectada de este “mal de poder” y por lo tanto debemos tener a todos y cada una de las figuras del poder bajo el escrutinio del periodismo que observará cada falta, por pequeña que sea. Para este tipo de visión social la labor de la vigilancia pública será garantía necesaria para que el sistema funcione correctamente. La sociedad de la vigilancia, es decir, del voyerismo “de la sociedad de la transparencia” y el exhibicionismo serían la garantía del adecuado ejercicio del poder que encarnan sus figuras de paso. La intimidad, en este registro, será mirada con desconfianza y los volverá sujetos de sospecha. El sistema, para su adecuado funcionamiento exige la declaración total de sus intereses.

Para los representantes del ejercicio del poder judicial exagerarán las faltas y alimentaran todas las fuentes de sospecha de aquellos que pueden sucumbir a las presiones del dinero, el poder y el sexo. En este caso, el papel más penoso es el de los fiscales quienes tienen que exacerbar las faltas para congraciarse con la sed de venganza de una ciudanía vehemente que quisiera un castigo fuera de la racionalidad de la justicia. El ente persecutor encarna el sistema mismo y favorece su obediencia como principio fundamental, no existe el singular ni la discrecionalidad en su acción. Obedecen.

De este modo podemos volver a nuestra tesis de un inicio para señalar que el caso del abogado representa una fisura profunda de la sociedad que ya no tiene códigos para establecer el pacto social. Un abogado que encarnó la transición misma al defender, primero, a aquellos que fueron brutalmente asesinados por la dictadura de derecha, para luego pasar a defender a religiosos y a la oligarquía chilena que pudo haber justificado la violación de los derechos fundamentales durante el mismo periodo. Todo esto se sucedió en un solo hombre. En dicho tránsito comenzó a coquetear con el poder económico que lo llevo a cultivar las ambiciones de los ricos actuales. El deseo de estar tras bambalina en la cima del poder económico y político es algo que deja en claro su situación: su ambición desmedida lo llevó incurrir en los escándalos mediáticos que lo llevaron a convertirse en el ícono del poderoso tramposo.

El paso de la izquierda a la derecha es el paso de un país que progresivamente se vuelve más inclinado en aceptar los ideales de un sistema económico que no se cuestiona ni se confronta. El abogado representa la aceptación social de las reglas que el actual sistema político y económico ha impuesto como la manera natural y única de organizar las relaciones sociales. El abogado representa, hoy en día, el deseo de tener el poder para gozar de los otros gracias a la posibilidad de comprar la conciencia de cualquiera, tanto su cuerpo, como de su relación con las instituciones que debiese salvaguardar. El abogado representa la desafección total respecto a la necesidad de establecer un nuevo pacto social expresado a través de la falta de búsqueda por establecer los fundamentos que vinculen a unos y otros. El abogado representa a los nuevos chilenos que, de tener la oportunidad, tomarán los atajos que proporciona el poder y el dinero.

Si bien es cierto que existe aún personas que creen en la meritocracia como el modelo más perfecto de sociedad, esta voluntad puede ser fácilmente corrompida cuando se constata que se puede llegar de una manera más fácil y rápida a los beneficios que da el dinero. La sociedad entera está observante de que estos atajos no se puedan hacer, introduciendo al sistema un conjunto de instituciones abocadas en detectar a todos aquellos ciudadanos que quisieran saltarse algún paso del esfuerzo y la virtud exclusivamente individual.

En esta línea queda claro que estos hechos se sucederán una y otra vez, porque en nuestro actual sistema de valores prevalece el interés por el poder económico por sobre la comprensión profunda del lazo social y sus fundamentos. En el actual ordenamiento solo queda garantizar su adecuado progreso por medio de instituciones que solo alimentan la desconfianza y que refuerzan la persecución del desviado. Es un sistema que fomenta lo individual por sobre lo colectivo, su lema es el que repiten una y otra vez “tus ahorros (tu dinero) son tuyos”.

Curiosamente el sistema actual permite comprar los privilegios, y esto es la paradoja de sí mismo. Puedes pasar a la sala VIP de cualquier evento, compra o estación si muestras que tienes una identificación que deje traslucir tu propia agencia económica.

El abogado y sus casos proliferarán probablemente con mayor frecuencia si ni siquiera existe el interés de establecer un pacto social consensuado y debidamente debatido para llegar a otra forma de relación con el otro

Lo grave, por tanto, de este caso, no está representado en el abogado que ha cometido o no sus propias fechorías a partir de sus fanfarronadas, lo grave es la lectura transversal de todos los sectores de la sociedad que ven al abogado como una anomalía del sistema y no como el resultado mismo de un sistema que produce y reproduce este tipo de ambiciones, esta forma de saltarse la fila, esta forma de salir más rápido del avión, este modo de tener acceso primero a cualquier evento.

Lo que nos debe llamar la atención es el amplio consenso inconsciente y sin ninguna capacidad de autoobservación de reproche hacia el abogado. También esa incapacidad para observar que las pulsiones, deseos, perversiones habita en nosotros mismos, no porque estemos hecho de la misma naturaleza (tirana y egoísta), sino porque el ordenamiento social y político prescribe y lo proscribe al mismo tiempo y con la misma fuerza. El sistema todo el tiempo está tentando al ciudadano para saltarse la fila de manera más o menos legal, pero también ilegal.

El caso nos debe alertar a todos que, si esto es posible, es porque se ha dejado de pensar en lo que sostiene el lazo ético con el otro. Y a cambio de ello se ha dejado arrastrar por una lógica de un sistema que no tiene memoria y que no tiene conciencia de sí.

Solo queda abrigar esperanzas que todavía exista una inquietud latente por pensar el lazo social de otro modo que lo que está dado. Ese coraje de pensar de otro modo y en base a una relación radicalmente distinta con respecto al otro es una tarea que no debemos dejar de perseguir, sino, tarde o temprano, todos seremos ese abogado en una fiesta VIP.

Por Matías Marchant, académico del Departamento de Psicología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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