En 1971 el escritor Hernán Valdés se preguntó: ¿prudencia o desorientación para formular las bases de una política cultural? Como actor y testigo privilegiado de las discusiones internas de la Unidad Popular en materia cultural, Valdés logró captar con lucidez la complejidad teórica y práctica de implementar un programa orientado a alcanzar un “nuevo destino cultural para el país”. Publicado como artículo en Cuadernos de la Realidad Nacional, esta interrogante permitió esbozar un primer diagnóstico crítico de cómo ciertas decisiones del gobierno de Allende podían llevar a un “inmovilismo revolucionario”: en sus ejemplos, menciona “poner en marcha de vez en cuando trenes de la cultura”, “llevar la cultura al pueblo” y comprender a los sectores populares como “consumidores de productos culturales”. En suma, Valdés abogaba por una política cultural que dejara los criterios paternalistas y pudiera desarrollar en las masas un pensamiento crítico en base a su propia expresión cultural. Su lectura de ese contexto nos sirve para leer la condición actual de nuestras políticas culturales.
En las últimas semanas se han dado a conocer noticias alentadoras para el ámbito en términos presupuestarios: para el año 2025, se espera un aumento de cerca del 50% con respecto al año anterior, alcanzando la cifra histórica de un 0,58% del gasto público. Este incremento está vinculado estrechamente con fortalecer el sistema de concursabilidad, financiar a organizaciones culturales de trayectoria, ajustar los horarios de espacios culturales e “innovar” con lógicas de acceso cultural con herramientas como el “Pase cultural”, entre otras medidas. En su conjunto, un listado de planes de ejecución expedita, pero con una justificación político-cultural pendiente.
En efecto, el aumento de recursos es, indudablemente, un paso sustantivo en la historia de las políticas culturales en Chile. Sin embargo, este importante avance requiere pensar ciertos retos urgentes. Por primera vez en la corta historia de nuestra institucionalidad cultural no existe una “Política Cultural” quinquenal explícita —y nacional— que oriente de aquí a los próximos años la estrategia del gobierno en materia cultural. En términos concretos, se debería pasar de una continuidad histórica 2023-2028 a un rango temporal nuevo: 2025-2030. Sumado a ello, hace poco se informó sorpresivamente que uno de los principales instrumentos de análisis contextual de la participación cultural en Chile, la hoy comprimida “Encuesta Nacional de Participación Cultural y Comportamiento Lector”, se implementará en estos meses, lo que significará disponer de un diagnóstico complejo en el último año del Gobierno del Presidente Boric. Además, si el Ministerio busca abrazar el concepto de “cultura como bien público global” utilizado internacional y laxamente por variadas sociedades, entonces las consideraciones de Hernán Valdés nos exigen pensar mucho más el horizonte de expectativas de las políticas culturales en el país.
Bajo este escenario, gran parte del discurso trazado en el último tiempo por la institucionalidad cultural ha pretendido reforzar la lógica de la democratización cultural. A través de un cuidado esquema estético y de recurrentes planos medios altamente personalizados, se reitera la idea de que la cultura es un bien que contribuye al desarrollo, el bienestar social, la paz y a cualquier cosa positiva posible. Al reforzar solo un lado de la distinción del concepto, este se transforma en un significante vacío. Las secuencias discursivas actuales prescinden de su vector de descentramiento simbólico y dimensión transgresora. Ciertamente, en el contexto neoliberal, a algunas/os les gusta y se sienten cómodos al vincular la cultura con un bien (tanto público como privado). Otras/os, en cambio, prefieren mantener la acción cultural y política como un propósito mayor. En ambos casos, y transfiriendo el esquema reflexivo de Valdés al presente, lo que se advierte es que la falta de una política cultural del gobierno parece un acto de prudencia: como queda poco tiempo, es mejor aumentar los recursos y dejar que el delivery cultural funcione. Pero, también, puede ser evidencia de una clara desorientación: al no saber qué hacer para el futuro, es mejor no discutir posiciones y adoptar planes rápidos. Para no caer en ello, es clave avanzar en la definición de una política cultural nacional en un contexto de alta complejidad democrática como el actual.
El aumento histórico del presupuesto en cultura no puede entonces sustentarse exclusivamente con lo ofrecido recientemente. Son medidas bien intencionadas, no hay duda, pero se carece de una arquitectura proyectiva que establezca un mínimo de novedad. La historia reciente de nuestra institucionalidad cultural nos demostró cómo, a inicios del siglo XXI, se realizaron seminarios, publicaciones y convenciones masivas donde no solo se discutía el “modelo a seguir”, sino también se tensionaban los intereses y miradas de la sociedad chilena. En esto, los primeros años del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes nos dio lecciones de sobra que no se han sabido aprovechar. Hoy la reflexión licitada del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio olvida ese entusiasmo general que solíamos ver reflejado, por ejemplo, en esa fértil alianza de la colección “Ciencias Humanas” entre el CNCA y LOM en la década del 2000.
En A partir del fin (Ediciones UC, 2021), Hernán Valdés retoma, por medio de un notable relato semidocumental, al problema de la política cultural en el gobierno de la Unidad Popular pero casi diez años después del Golpe. Combinando ironía y claridad, Valdés nos entrega una revisión sensible sobre la decepción y la emergencia de la derrota. Pero, sobre todo, nos enseña que no solo se puede insistir en la misma receta por democratizar, producir y distribuir “la cultura” masivamente y a bajo precio, sino también en un proyecto a largo plazo que permita sostener y fomentar tanto al ecosistema artístico como a las experiencias, creaciones y divergencias culturales de los comunes del presente-futuro. Los recursos, como nunca, están disponibles para convocar, pensar y diagramar un destino cultural distinto.
Por Tomás Peters, profesor de la Universidad de Chile