Cuando hacia 1872 el artista John Gast pintó su célebre cuadro “Progreso americano” escogió al ícono femenino de los Estados Unidos –Columbia- portando una luz y desplazándose en sentido este-oeste, mientras caravanas de colonos, tren y telégrafo, presionaban sobre aborígenes que abandonaban sus tierras ancestrales y búfalos en estampida. Se trata de una alegoría que combinaba dos ideas fuerzas: modernidad y avance hacia el oeste, sintetizado en el concepto utopía del “Destino Manifiesto”, acuñado en 1845 por el periodista John O’Sullivan para plasmar el propósito estadounidense de ocupar el territorio entre el Atlántico y el Pacífico. Así, las Trece colonias atlánticas originales que nacieron en el siglo XVII, y que se independizaron en el siglo XVIII formando una república independiente, estaban “destinadas” a apropiarse de la tierra hasta “el otro Océano”, cuestión que lograrían mediante el tratado Guadalupe Hidalgo, después de la Guerra contra México y la organización e incorporación del territorio de Oregón (1848) y la compra de Alaska a Rusia (1867). Sin embargo, el impuso no se detuvo ahí y se proyectó al predominio marítimo Pacífico Norte (alcanzado en 1898). Este popular “Destino manifiesto” reflejó el excepcionalismo –auto-atribuido a la Providencia en tanto conciencia de “pueblo elegido”-, un etnocentrismo romántico decimonónico.
Para realizar ese tipo de designio la sociedad del coloso septentrional ha confiado a menudo en figuras percibidas como heroicas, y sobre todo en sus líderes, representadas por las Jefaturas de Estado. Por eso este martes 5 de noviembre no es cualquier día: esa noche o -más probablemente- al amanecer de la siguiente jornada sabremos si el multimillonario que ya una vez gobernó entre enero de 2017 a enero 2021, o es la hija de inmigrantes india y jamaiquino quien ocupará la presidencia número 47 de Estados Unidos de América.
Quedará para la historia una campaña marcada por las sorpresas, comenzando por el veredicto de mayo que declaró culpable a Trump de falsificar registros comerciales para encubrir un escándalo sexual que comprometía su campaña presidencial de 2016. Después vino el debate del 27 de junio entre Trump y Biden, que activó las presiones de la tienda demócrata para “bajar” al Presidente incumbente, quien terminó renunciando a su candidatura el 22 de julio y fue reemplazado inmediatamente por su vicepresidenta. Antes hubo un televisado intento de magnicidio al candidato republicano, a los que se sumaron más tarde otros desbaratados. Las convenciones de proclamación expusieron la polaridad doméstica que derivó en campañas electorales pletóricas en consignas xenofóbicas y racistas –como el bulo acerca de ingesta de mascota por parte de inmigrantes haitianos o la más reciente “broma” de un humorista que se refirió a la isla de Puerto Rico como basura flotante- y también descalificaciones políticas a un adversario asimilado al fascismo. Contrasta con aquello, la escasez de contiendas cara a cara -apenas dos pactadas- que decantaron en apenas entre competidores definitivos. Dicha tendencia fue jalada por el republicano concentrado en el monólogo de redes sociales, la esfera mediática de baño de masas, y una Kamala que sorprendentemente evitó el contacto diario con la prensa.
Podríamos hablar de los temas de campaña predilectos que a menudo versaron de fortalezas propias y debilidades del oponente: Trump explotó la inseguridad ciudadana vinculando migración y criminalidad, aderezado por el temor a la inflación. Kamala en cambio ondeo la bandera de los derechos reproductivos de la mujer. Claro que al final las encuestas terminaron por hacer converger los libretos, con un republicano afirmando que respetaría la legislación estadual en materia de aborto y Harris prometiendo mano dura con la migración irregular.
En este recuento podríamos explorar el subconsciente popular para saber como la épica nacional de Estados Unidos conecta con los lemas de campañas de cada aspirante y avizorar como el perfil biográfico representa el ideal de excepcionalismo estadounidense.
Comenzando por el emblema “hacer grande América otra vez”, que para la filósofa política Chiara Bottici (2007) alude al mito de la regeneración nacional resumido en “grandeza-declinación-renacimiento” (Chiara Bottici, 2007), lo que facilita apuntar a los enemigos merecedores del repudio. También es una consigna de tradición aislacionista inaugurada por la doctrina Monroe “América para los americanos” (1823), a su vez considerada la matriz o marco teórico sobre el cual el impulso expansivo del Destino Manifiesto se ejecutaría (McDougall, 1997). Mucho más decidora puede ser la frase “América Primero”, recurrente en los umbrales de la Primera y Segunda Guerra Mundial y que postulaba el no intervencionismo en los conflictos europeos. Su mayor expresión fue el grupo de presión homónimo «America First Committee» que operó entre septiembre de 1940 y el ataque de Pearl Harbour de diciembre del año siguiente, del cual formaron parte el industrial automotriz Henry Ford y el aviador Charles Lindbergh, conspicuos judeofóbicos y filo-fascistas.
La idea política sería recuperada en 2000 por el conservador aspirante presidencial del Partido de la Reforma, Pat Buchanan, que elogió al Comité, y 15 años más tarde por Donald Trump, proponiéndola como definición principal de su administración. Designó un nacionalismo anti-intervencionista, no por un espíritu contrario al belicismo, sino por la ausencia de ganancias concretas. Una vez en la Casa Blanca la imprevisibilidad de la política exterior Trumpista, un óbice en el proceso de adaptación de otros actores internacionales, tuvo en el lema uno de sus pocos cabos. Trump también abrevó del período de Andrew Jackson (1829-1837), voluntarioso e impulsivo, afecto a los mensajes directos sin rodeos, quien firmó la ley de Traslado Forzoso de los indígenas de sus tierras ancestrales en el sur y Atlántico medio para confinarlos en Oklahoma.
De la vida personal de Trump hay pocas cosas compartidas entre el magnate inmobiliario y presentador de la telerrealidad y la gente común, sin olvidar su lenguaje políticamente incorrecto decodificado por partidarios y simpatizantes como la coherencia de “quien dice lo que piensa”. El reciente libro de Bob Woodward “Guerra” (2024) entrega algunas pistas de sus convicciones al rescatar una vieja entrevista de 1989 cuando aun no cumplía los 43 años. Para el joven empresario ya era claro que lo más relevante era “seguir los instintos apropiados” cualidad según él que poca gente tendría, aseverando que “La vida es tanto como el boxeo o cualquier otra cosa, un ir de golpes”.
Dos años antes, en 1987, Pat Nixon, esposa del ex-Presidente del Watergate, predijo que el estilo televisivo de Trump auguraba que llegaría a ganar la Presidencia del país. Si lo logra replicará la hazaña del mandatario demócrata Grover Cleveland, único con dos mandatos no consecutivos (1885-1889 y 1893-1897).
En tanto, Kamala Harris se decantó tempranamente por la canción “Freedom” (libertad) de Beyoncé como eslogan, aunque al final de la convención demócrata se adoptó “cuando luchamos, ganamos”, de resonancia habitual entre movimientos sociales con el que Harris solía culminar algunas de sus alocuciones como Vicepresidenta. Eran días de esperanzas, cuando la plataforma de la candidata parecía empinarla a varios puntos de diferencia de su competidor en la intención de voto. De alguna manera su consigna enfatizó el ethos colectivo de algunas candidaturas demócratas pretéritas: el “Si, podemos” de Obama –que Harris replicó con un “Si, lo haremos”-, pasando al “Más fuertes juntos” de Hillary Clinton en 2016.
La biografía de Kamala Harris recrea el sueño americano que en simple refiere a la oportunidad de toda persona para prosperar y escalar socialmente. Es la primera mujer y la primera afroamericana con ascendencia india que asume la vicepresidencia, la funcionaria electa de más alto rango en Estados Unidos después de la Presidencia. Desde ahí desplegó una carrera como abogada, luego fue fiscal general de California (2011-2017) y más tarde al cargo de senadora por el mismo estado (2017-2021). Dicho registro podría ser superado si llega al Salón Oval. La hija de padre jamaiquino y madre india tamil, creció en Berkeley, en un barrio de clase media.
Pero el sueño americano apunta también a los principios de la democracia, derechos humanos y libertad. Estos también vinculan a diversas tradiciones de política exterior, como el internacionalismo wilsoniano con que la potencia ingresó a la Primera Guerra Mundial bajo el argumento «El mundo debe hacerse seguro para la democracia» (1917) o la doctrina Truman por el que Estados Unidos se auto-designó a la cabeza de los “pueblos libres”, asignándose la tarea de ayudar a las sociedades que sufrieran insurrecciones internas o agresiones externas –una contención al comunismo-. Proclive al multilateralismo, la alianza privilegiada con Europa y la intervención bajo distintas justificaciones basadas en principios, como por ejemplo “la responsabilidad de proteger”, ofrece mayor certidumbre a los asuntos internacionales.
En cualquier caso, queda poco para saber la decisión de unos de los comicios más multitudinarios -tras el indio y el bloque europeo- con 248 millones aproximados de sufragantes aunque por el sistema de colegio electoral será el número que aporten los siete estados bisagras (Pensilvania, Wisconsin, Michigan, Carolina del Norte, Georgia, Arizona y Nevada) los que dirimirán probablemente el destino de dos proyectos en las antípodas.