El verano, ese tiempo de descanso tras un largo año de estudios y trabajo, representa una oportunidad para que los jóvenes reconecten con amigos, compañeros de colegio o universidad, y vivan experiencias fuera de la rutina. Sin embargo, esta temporada también puede convertirse en un periodo donde las conductas de riesgo se acentúan, poniendo a prueba no solo su seguridad, sino también su capacidad de tomar decisiones conscientes.
Uno de los mayores temores de los jóvenes es no sentirse aceptados por su grupo. Esta necesidad de pertenencia, crucial en la etapa de transición entre la niñez y la adultez, los lleva a evaluar constantemente su lugar en el colectivo, a medir fuerzas y, en ocasiones, a asumir riesgos innecesarios con tal de ser validados. Según estudios del psicólogo Albert Bandura, el comportamiento de los jóvenes está profundamente influido por la presión social, especialmente cuando buscan afirmarse dentro de un grupo (Bandura, 1977). Este contexto puede derivar en acciones temerarias como nadar en ríos peligrosos, lanzarse desde barrancos, conducir de manera imprudente, consumir alcohol o drogas, o involucrarse en relaciones sexuales sin protección.
La diferencia entre valentía y temeridad es una clave esencial para comprender este fenómeno. Mientras que la valentía implica asumir riesgos con un propósito claro y positivo, la temeridad responde a impulsos carentes de reflexión, motivados más por la presión externa que por la convicción personal. La Dra. Michele Borba, experta en desarrollo juvenil, destaca que la falta de autoestima y el miedo a la exclusión social son factores determinantes en la adopción de conductas riesgosas. “Los jóvenes necesitan aprender que decir no no los hace menos; los hace más fuertes y más conscientes de su valor”, afirma Borba (2021).
En este escenario, el rol de las familias es crucial. Los padres suelen advertir: “Cuídate, no tomes, no vayas a lugares peligrosos”, pero el verdadero desafío es preparar a los jóvenes para que, cuando enfrenten situaciones de riesgo, tengan las herramientas emocionales y cognitivas para decidir con criterio. El desarrollo del pensamiento crítico y una autoestima sana son los factores protectores más poderosos que las familias pueden fomentar.
Un espacio de conversación en casa puede marcar una diferencia significativa. Hablar abiertamente sobre los riesgos, reforzar la idea de que no necesitan probar nada para ser aceptados, y destacar el valor de amarse y respetarse a sí mismos, son mensajes fundamentales. Como bien señala la investigadora Brené Brown, “La pertenencia verdadera solo se encuentra cuando somos auténticos, no cuando intentamos encajar”, (Brown, 2017).
Este verano, los padres tienen la oportunidad de empoderar a sus hijos para que sean capaces de decir no. Un no firme puede ser el mayor acto de valentía y amor propio. Enseñarles que la vida vale más que cualquier demostración de fuerza o temeridad es un legado que los acompañará siempre.
“Decir que no, cuando todos esperan un sí, es el mayor acto de amor propio que un joven puede hacer”.
Por Arnaldo Canales Benítez, experto en educación y bienestar emocional en América Latina.