Y el lobo no llegó, tal como esperaban quienes creían imposible que Estados Unidos cayera en una cesación de pagos, de consecuencias tan vastas para el mundo como la para la propia gran potencia. Sin embargo, el proceso que acaba de terminar con un acuerdo entre la Casa Blanca y el Capitolio preanunció una guerra más larga entre conservadores y progresistas, en medio de la cual se situaron elementos moderados de los partidos Demócrata y Republicano y los ultras del Tea Party, que se guarecen en el seno de este último.
Los futuros bombardeos en la arena política estadounidense van a afectar el crecimiento económico del país y la situación social de empleados, deudores habitacionales, usuarios de servicios de salud y consumidores, una situación que de ser anémica pondrá en entredicho la prosperidad nacional, causando incertidumbre en los mercados mundiales, como se ha visto en los últimos días con las caídas de las bolsas y del dólar.
Lo que revivió es el viejo debate entre un Estado chico y uno dispendioso en el gasto fiscal, que obtiene sus recursos a través de impuestos que llegan ser intolerables para los individuos que se sienten generadores de riqueza. Los ultristas del Tea Party llevaron la incertidumbre hasta el borde del abismo del default, arrastrando a los republicanos en su conjunto hasta el instante mismo de dar el último paso.
Se consintió, al final, en aumentar transitoriamente el techo de la capacidad de endeudamiento de la Nación, pero a cambio de un paquete de recortes presupuestarios a definir el próximo año por una comisión bipartidista, cuyas conclusiones no podrán ser objeto de veto y adoptarán el carácter de una enmienda.
Desde este punto de vista fue una victoria de los ultra, como fue una derrota para el presidente Obama. Pero con vistas a la aspiración de éste de ser reelecto el resultado no puede cantarse ahora. Es cierto que, en esta prueba de fuego para sus planes sociales, el Mandatario no estuvo a la altura de las inmensas expectativas que creó con su elección. Alguna frase repetida sobre la necesidad de gravar las grandes fortunas sonó ahora débil, mientras negociaba pacientemente con sus adversarios. También es cierto que él nunca prometió reformas estructurales, porque su personalidad es conciliadora y su corazón guarda un profundo agradecimiento por el sistema que le permitió crecer. Pero su imagen de dinamismo y su verba inspiradora despertaron la imaginación de las nuevas generaciones, que dejaron la apatía para movilizarse virtual y realmente para votar por él.
En la campaña que viene Barak Obama ya no contará con esa adhesión ni con la de los liberal progresistas, que no lo vieron jugarse por las reformas sociales que prometió. Pero los del Tea Party no cosecharán necesariamente en este campo despoblado. Sus posturas son demasiado radicales y sus varios líderes poco aglutinantes, aunque expresen sentimientos recónditos del self made man. Aquéllos arrastraron a un partido Republicano sin cohesión, que no está convencido de esta aventura. Tal vez la gente del Té no sea sino un sueño que se disipe. Pero alcanzó a desprestigiar ante la ciudadanía a ambos partidos y al Congreso, sumidos en un cabildeo interminable, en vez de atender los problemas urgentes de sus representados. Al menos así le pareció al 72 por ciento de los encuestados por el Pew Research Center.
Tal vez el lobo se aproxime nuevamente el 4 de noviembre de 2012, pero quienes lo esperarán con temor ese día de elección serán los dirigentes políticos. La mayoría de los ciudadanos se quedará tranquilamente en su casa, volviendo a los altos índices tradicionales de abstención en el voto.