Palabras de Rodolfo

  • 15-11-2012

Un lector (me) escribe “no sirve resistir”. Previo a esta frase lapidaria, también escribe otras cosas que me parecen pertinentes y a partir de las cuales quisiera reflexionar hoy. “Yo pienso que la única forma de resistir por sobre un mayor nivel de complicidad es ver en qué uno es bueno con y para otros”. Así dice Rodolfo, el lector. Lo dice bien. Lo dice exacto.

La frase me lleva a una vieja sala de clases donde veinte años atrás se enseñaba ciencias políticas. La carrera de ciencias políticas tal como estaba estructurada en ese entonces partía con una serie de advertencias. Desde la primera lección tenía que quedar claro todo lo que no eran las ciencias políticas. “Las ciencias políticas consisten en el estudio de la política tal como es. No en el estudio de lo que debería ser”. Con gran gentileza los profesores solían indicar que el estudiante que se interesara más por lo segundo tenía la opción de dirigirse a la facultad de filosofía. Algunos lo hicieron. Otros no. Entre los que no se cambiaron de carrera, hubo gente obtusa a la que se le dio por pensar pero bajito –para no reprobar– que las ciencias políticas tendrían que ocuparse muy precisamente de lo que la política debiera ser. Por ejemplo, de trabajar con y para otros. Algo sencillo, desde luego, algo que no precisa de ciencias políticas ni ocultas. Es probable que la carrera no haya cambiado en su esencia. Si hubiera cambiado, lo sabríamos.

Recuerdo también un intercambio entre una politóloga chilena y su abuelita, No es broma. Las politólogas también tienen abuelitas y conversan con ellas. La buena mujer quería saber qué significaba esa palabra que sonaba “tan feo” y casi a “grosería”. La respuesta fue más o menos la siguiente: “politólogo/a es una persona que se dedica a estudiar los grandes problemas de la sociedad, los entiende, los clasifica, diserta sobre ellos, pero no puede resolver ninguno”. Ni hablar de resistir.

Y sin embargo… no me conformo con la primera afirmación del lector. Entre otras cosas porque sus reflexiones se vinculan, más allá del alcance de nombre, con las de otro Rodolfo. Las de Rodolfo Walsh. Periodista y escritor, nacido en Argentina en 1927, detenido el 25 de marzo de 1977, hoy desaparecido. Su obra más conocida es “Operación Masacre”, novela de no ficción centrada en los fusilamientos de José León Suárez, acontecidos en junio de 1956. Estos hechos se relacionan con el derrocamiento del gobierno de Juan Domingo Perón en 1955 y con la resistencia peronista organizada desde entonces. La investigación que realiza Walsh, apenas unos meses después, parte del relato de los sobrevivientes y recorre un doble camino. El de los hechos narrados. Y un camino interno, el de la investigación misma, que modifica lo que eran hasta entonces su visión y su posición política. Quizás no sea erróneo o exagerado decir que Rodolfo Walsh nace a la vida pública con “Operación Masacre”, y nace a partir de lo que él sabe hacer: investigar, escribir… con y para otros.

Respecto a esto último, resulta especialmente importante leer no sólo el libro, el relato de los hechos, sino también las introducciones y los epílogos de las diversas ediciones publicadas mientras Walsh estaba vivo (documentos hoy reunidos en un solo volumen de “Operación Masacre”, editado por Ediciones dela Flor). Distingo en especial el epílogo a la segunda edición que tiene fecha de 1964. Aquí un fragmento:

“Ahora quiero decir lo que he conseguido con este libro, pero principalmente lo que no he conseguido. Quiero nombrar lo que de alguna manera fue una victoria, y lo que fue una derrota; lo que he ganado y lo que he perdido. Fue una victoria llegar al esclarecimiento de unos hechos que inicialmente se presentaban confusos, perturbadores, hasta inverosímiles (…). En lo demás perdí. Pretendía que el gobierno, el de Aramburu, el de Frondizi, el de Guido, cualquier gobierno, por boca del más distraído, del más inocente de sus funcionarios, reconociera que esa noche del 10 de junio de 1956, en nombre dela RepúblicaArgentina, se cometió una atrocidad. Pretendía que, a esos hombres que murieron, cualquier gobierno de este país les reconociera que la justicia de este país los mató por error, por estupidez, por ceguera, por lo que sea. Yo sé que a ellos no les importa, a los muertos. Pero había una cuestión de decencia, no sé cómo decirlo”.

Y tras enumerar los fracasos, Rodolfo Walsh concluye:

“Entonces me pregunté si valía la pena, si lo que yo perseguía no era una quimera, si la sociedad en que uno vive necesita realmente enterarse de cosas como éstas. Aún no tengo una respuesta. Se comprenderá, de todas maneras, que haya perdido algunas ilusiones, la ilusión en la justicia, en la reparación, en la democracia, en todas esas palabras, y finalmente en lo que una vez fue mi oficio, y ya no lo es. Releo la historia que ustedes han leído. Hay frases enteras que me molestan, pienso con fastidio que ahora la escribiría mejor. ¿La escribiría?”

No sirve resistir, decía el lector… Discrepo. Y hasta diría que, a lo mejor, lo único que está al alcance nuestro es resistir. Pero no se trata, efectivamente, de palabras, sino de ubicar el espacio donde eso sigue siendo posible. Y elegir el modo… La manera. Ya sin modelos. Sin esquemas. Sin manual. Como auténticos creadores. Es cierto que habría que desarrollar esta idea –esbozada en la última columna– porque es algo más que una metáfora. Por lo pronto quisiera replantearla en los términos siguientes.

Todo este tiempo, de alguna manera, se ha pensado en la política como en ese ámbito que está “más allá” y en el que algunos “elegidos” toman las decisiones importantes. La política ha tendido a ser ese “más allá”, al que podíamos acercarnos, nosotros, los no decidores, como dicen los politólogos, de muy diversas maneras; entre ellas la militancia política, pero también otras diversas formas de acción social. Ocurre que el 90% por ciento de nuestros días se desarrolla en un “más acá” donde sí tenemos poder de decisión directo… El más acá de nuestra casa, por ejemplo. Pero sobre todo, el más acá de nuestros oficios.

Para realizar nuestras respectivas actividades profesionales, en muchos casos hemos recibido una preparación o hemos aprendido como autodidactas. Uno es periodista, otro es sociólogo, profesor, abogado, músico, agricultor, panadero. ¿Y si ese “más acá” fuera el espacio privilegiado donde ejercer la resistencia, pero sobre todo, la capacidad creadora? Y si, como lo dice Rodolfo, el lector, hubiera que empezar por preguntarse “¿en qué somos buenos?”.

La pregunta cobra especial relevancia en el caso de los ciudadanos sin escuela, ciudadanos autodidactas que se obstinan en pensar que la política no puede seguir siendo lo que es y que, desde los más variados lugares, promueven algo bastante digno de atención. ¿Una micropolítica del cambio?

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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