El Cónclave y los lobos al acecho

En estos días, en estas horas tan importantes para millones de creyentes católicos existe un grupo de hombres, purpurados, investidos de un poder terrenal con visos divinos, que detentan el poder real de una iglesia aún poderosa e influyente y que están decididos a reconquistar sus áreas de influencia, desde el sillón papal que dirige los destinos espirituales de una parte importante de la humanidad desde hace dos mil años a la fecha.

En estos días, en estas horas tan importantes para millones de creyentes católicos existe un grupo de hombres, purpurados, investidos de un poder terrenal con visos divinos, que detentan el poder real de una iglesia aún poderosa e influyente y que están decididos a reconquistar sus áreas de influencia, desde el sillón papal que dirige los destinos espirituales de una parte importante de la humanidad desde hace dos mil años a la fecha.

Finalizado ya los ecos por los carnavales  de febrero en gran parte de los países cristianos y que marcan el inicio de la cuaresma y enmarcado en la abdicación de Benedicto XVI como Sumo Pontífice de los 1.500 millones de católicos en el mundo, se ha dado comienzo este martes 12 de marzo al terrenal espectáculo de ancianos “príncipes de la Iglesia” definiendo el nombre del sucesor de Ratzinger.

Se ha intensificado así,  sotto voce, al amparo de los frescos de la capilla Sixtina,  las intrigas palaciegas, el tráfico de influencias, los sobornos y prebendas prometidas para que el candidato preferido por los sectores dominantes de la iglesia ocupe el sillón de Pedro. Tiempo atrás, exactamente un año atrás, expresé en un artículo sobre los afanes de poder de los cardenales de la iglesia que dicha conducta es expresión de las mismas conductas que personajes menos investidos de mantos sagrados realizan día a día en el vilipendiado mundo político.

Hoy, dicha conducta, expresada en el cónclave de 117 cardenales intramuros del vaticano,  refleja la pugna por el poder en el Estado más pequeño del mundo, manifiesta también los afanes protagónicos de aquellos cardenales – principalmente italianos – que han sentido que sus “derechos” a la silla de Pedro han sido postergados, primero por la elección de un papa Polaco y en los últimos siete años con la presencia de un cardenal Alemán,  que se encargó de favorecer una apertura considerada inapropiada en el seno del críptico núcleo de poder que rige los destinos religiosos, políticos y financieros y mueve sus hilos con destreza  en la denominada Santa Sede.

Apertura que se consideró necesaria pero insuficiente, con todos su bemoles, visto los escándalos por las acusaciones de abusos sexuales de centenares de sacerdotes, como también denuncias de corrupción, vínculos con la mafia  y lavado de dinero que hacen recordar el escándalo del Banco Ambrosiano en la década de los 80 y que tuvo su expresión cinematográfica en la taquillera película de Francis Ford Coppola: El Padrino”.

Ese cerrado círculo religioso, conformado, principalmente, por octogenarios cardenales que suelen dedicarse a las intrigas palaciegas – ha estado dirimiendo la lucha por el poder en forma “inédita y dolorosa” desde el momento mismo que Ratzinger asumió el pontificado, por vías que no solían utilizarse como son las páginas de medios de comunicación, filtración de cartas y denuncias de altos funcionarios del Vaticano, lo que reflejó que la pugna por suceder al anciano  Ratzinger estaba lanzada a tambor batiente. La Santa Sede ha vivido su propio Vatileaks, según palabras  del portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi.

Muerte en vida

Como pruebas de esta conducta se presentaron, primero, la divulgación de una carta del Arzobispo Carlo María Vignaro – actual Nuncio en Estados Unidos – donde denunciaba casos de corrupción en el seno del llamado Governatorato, departamento de licitaciones y compras del Vaticano. Segundo, trascendió y fue publicada en el diario Il Fatto Quotidiano, la misiva hecha llegar a Ratzinger por parte del cardenal colombiano Darío Castrillón Hoyos, donde este consignaba, que el actual Arzobispo de Palermo Paolo Romeo, en un viaje realizado a China habría comentado proféticamente “El Papa morirá en 12 meses” además de otras infidencias que daban a conocer la preferencia papal de ser sucedido por el Arzobispo de Milán, Cardenal Ángelo Scola. Los hechos posteriores demostraron que ese augurio no se refería a la física sino a aquella que exactamente un año después de esa confesión (hecha en febrero del año 2012) ha significado el retiro a sus cuarteles de Invierno de Benedicto XVI.

La cabeza de la iglesia en Palermo se encargó estos dos últimos años de promocionar su propia candidatura señalando que la pelea por suceder a Ratzinger estaba entre él y el número dos de El Vaticano, el secretario de Estado Tarcisio Bertone, quien no era santo de devoción del renunciado pontífice romano. El día viernes 24 de febrero de 2012 el Papa Benedicto XVI recibió en audiencia privada al siciliano, quien le habría expresado su “fidelidad” y habría desmentido las palabras que le atribuyeron. El tirón de orejas se habría sentido hasta en el Coliseo sin que ello haya significado que Romeo no haya continuado su coqueteo con el poder máximo al que pueden aspirar los terrenales representantes del dios católico.

Como sea, estas filtraciones, las declaraciones de altos cargos  eclesiásticos, la debilitada salud del ex Papa y las intrigas palaciegas demostraron que el cumpleaños número 85 de Ratzinger significó lo que auguraba tiempo atrás: la renuncia de éste al cargo que lo ha tenido a la cabeza de la Iglesia católica en los últimos siete años y por ello la jauría ambiciosa de poder ha estado tan activa. L´Osservatore Romano periódico oficial de la Santa Sede, tituló su reportaje sobre esta serie de escándalos que han sacudido los cimientos de El Vaticano: “Un pastor rodeado por lobos”.

Ratzinger fue criticado abiertamente, por permitir que temas tabús como los abusos sexuales y acciones de corrupción ligadas a los vínculos entre religiosos, banqueros y mafia  salieran a la luz pública, se discutieran y se lograra abrir caminos de depuración al interior de una institución que suele lavar sus “trapos sucios” entre cuatro paredes. Es tal la corrupción al interior de este sepulcro blanqueado en que se ha convertido la Curia Romana que Ratzinger lo resintió en su salud, con un deterioro progresivo a medida que las malas noticias se sucedían.

Pero, más que un punto positivo para Ratzinger, los porfiados hechos, la verdad que se resiste a ser ocultada ya más tiempo por más agua bendita que se le ponga, estalló como una bomba nuclear y en mil pedazos esa iglesia milenaria ha resentido el golpe, ha visto sacudir sus cimientos y ha observado como miles de ratas hambrientas, que escudaban en su faldas de pretes la lascivia pecadora que los envolvía pero que ocultaban tras los muros e sus templos, sus cuarteles de curas, obispos y cardenales salir a la luz pública. Pero ninguna de esas ratas se atrevió a denunciar a sus colegas, convirtiéndose en cómplices de sus delitos.

Fueron los civiles, los violentados, los violados, los sodomizados, a los que coartaron su niñez, los que vivieron bajo la espada y la cruz,  los que denunciaron estos delitos. Primero, tímidamente, para después lanzar sus dardos dignos contra aquellos que destrozaron parte de su vida. En Chile y en México, en Irlanda y en África, en Estados Unidos y Escocia, las denuncias se sucedieron y mostraron la peor  cara de esta iglesia, la cara sucia, mugrosa, pecadora, el rostro amargo de quienes aprovechándose  de su condición de poder abusaban de la confianza depositada.

Previendo el duro camino de intrigas, acuerdos bajo cuerda, alianzas cardenalicias previo a su posible dimisión,  Ratzinger comenzó su propia estrategia para generar una sucesión favorable a lo que él creía debía ser el próximo camino de la iglesia católica. El 18 de febrero de 2012, Benedicto XVI ordenó a 22 nuevos cardenales, dieciséis de ellos europeos entre los cuales la mitad son italianos – debilitando la opción africana o latinoamericana a elegir un Papa que salga de los muros europeos. A la fecha de la fecha de la renuncia o la ya anunciada muerte de Ratzinger se pensaba que existirán 125 cardenales menores a los 80 años que podrían definir la sucesión papal contando en ello a dos papas que tuvieron que abandonar la contienda, uno por acusaciones de abusos sexuales y el otro ligado a corrupción financiera.

En pleno cónclave papal, mientras Ratzinger goza de un terrenal descanso en Castengandolfo, 117 purpurados se debaten en el trasfondo de la nueva intriga vaticana, en que los hechos más que parecer preocuparse con la elección del próximo Papa, se están dedicando a obstruir a aquel que no quieren en la Silla  de San Pedro después de Joseph Ratzinger.  Y en esas acciones, aquellos que suelen actuar en la sombra han criticado con fuerza  el que documentos de la curia, por ejemplo sobre el supuesto complot denunciado hace un año atrás donde se auguró la renuncia de Ratzinger, hayan trascendido “de manera desleal” a la prensa.

Son los mismos que han acallado a las voces críticas dentro de la iglesia, los que han expulsado a teólogos y fieles disidentes de la línea oficial, aquellos que se han negado a reconocer que la Iglesia Católica vive una crisis profunda y que ven en esta elección un instrumento mediático para tapar. Momentáneamente, el pozo séptico en que ha estado convertida una parte importante de la iglesia.

La preocupación final parece estar, tal como lo ha señalado el periódico milanés Il Corriere della Sera y como también lo expresaron varios  cardenales durante el último consistorio por la posibilidad que un “estilo de gobierno” débil en la curia romana pudiera repercutir negativamente sobre toda la Iglesia universal. Y en esa opinión se impone la nomenklatura religiosa italiana y el dominio que ejercen en las distintas congregaciones, tribunales, consejos pontificios, sínodos, oficinas vaticanas, academias pontificias  y en general todo el aparato de poder del Vaticano.

El padrino púrpura

Es en ese escenario donde el soborno, el ofrecimiento de prebendas, las ofertas que van y vienen en la capilla Sixtina son parte del imaginario pero que suelen ser reales en un cónclave de cardenales que están dispuestos a sacarse los ojos con tal de ver sentado en el trono de Pedro a uno de los suyos. El que después se bese el anillo papal en señal de devoción es otro cuento, tal como en las viejas ceremonias de la mafia donde a la caída del padrino se besaba el anillo del sucesor.

Los medios internacionales han dado a conocer los nombres con más probabilidades de suceder a Ratzinger, tomando en cuenta que entre los 117 cardenales – que representa el universo electoral – se han formado dos grandes partidos, surgidos de las distintas congregaciones. Uno de estos grupos que está integrado por los cardenales italianos y en general por los Europeos apoya al cardenal Italiano, Angelo Scola, Arzobispo de Milán. El otro grupo reúne a los miembros de la Curia (denominado el partido romano) y a los cardenales latinoamericanos que apoya al cardenal brasileño  Odilio Pedro Scherer. Otros nombres también aparecen como buenas alternativas: El cardenal canadiense  Marc Quellet, el Estadounidense  Timothi Dolan y el Mexicano  Francisco Robles, el Húngaro Péter Erdó y el austriaco Christoph Achorborn.

Lo más probable que tras el cónclave iniciado este martes 12 de marzo no salga la fumata blanca y sólo el jueves se pueda tener el nombre del sucesor de Ratzinger, tiempo de discusión y decisión que se enmarca en las reformas introducidas por el propio Benedicto XVI en materia de elección del papa. . Si en los cuatro primeros días no se llegara a elegir al Papa, en el quinto tendría lugar una pausa que prevé una plegaria, coloquios entre los electores y una exhortación a cargo del cardenal primero del Orden de los Diáconos, fórmula que se repetirá hasta la elección del Papa.

Si luego de probables 33 fallidos escrutinios, para elegir al Sumo Pontífice, no hay un nombre, se confrontarán los dos electores que “en la votación inmediatamente precedente hayan obtenido el mayor número de los sufragios”, pero para que uno de ellos sea elegido Papa, como señala el artículo 62 de la Carta Magna vaticana, deberá obtener “las dos terceras partes de los sufragios computados sobre la totalidad de los electores presentes”.

Si se da este hecho y se deba elegir entre dos nombres, los Cardenales están rezando para que no se produzca el fenómeno dado a conocer en una divertida película del actor y cineasta italiano Nanni Moretti cuando finalmente se elige al papa y este decide renunciar.  “Habemus Papa” es la película que cuenta la historia del ficticio Cardenal Melville,, que sufre un ataque de pánico cuando tiene que salir al balcón de la Plaza San Pedro tras su elección por parte del cónclave de cardenales. Luego, los cardenales contratan a un psicoanalista interpretado por Moretti para tratarle la depresión que lo aqueja por su falta de coraje pero finalmente decide no asumir. Decisión anticipada a esta etapa crítica de la Iglesia donde quien resulte electo tendrá que tener el coraje de llevar a la iglesia católica al Siglo XXI, purgar de sus seno a pederastas, delincuentes y corruptos. ¿Podrá hacerlo quien sea el nombre definitivo tras el humo blanco?

En estos días, en estas horas tan importantes para millones de creyentes católicos existe un grupo de hombres, purpurados, investidos de un poder terrenal con visos divinos, que detentan el poder real de una iglesia aún poderosa e influyente y que están decididos  a reconquistar sus áreas de influencia, desde el sillón papal que dirige los destinos espirituales de una parte importante de la humanidad desde hace dos mil años a la fecha. Alea jacta est en versión eclesiástica. El problema es que esos dados los está manejando una jauría de lobos.





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