Vestidos de blanco, con guirnaldas de flores naturales y cintas de sedas se engalanaba a los niños y niñas que morían a temprana edad durante el siglo XVIII y XX, sobre todo en las zonas rurales de Chile.
Esta costumbre llamada velorio de un angelito se realizaba desde las pampas salitreras hasta la Isla grande de Chiloé, según describe el recién publicado disco y libro sobre el tema, llamado “No es permitido de dios que esa flor permaneciera”.
La obra realizada por los antropólogos de la Universidad de Chile, Danilo Petrovich y Daniel González con el apoyo del Fondo de Fomento para la Música Nacional, investigó los versos a lo divino y grabó a los cantores en sus hogares para luego producir un álbum doble con 22 cultores, entre cantores y guitarristas, de distintas zonas de la cuarta, quinta y región metropolitana.
Esta es la primera parte de una investigación que se realiza hace 4 años, con un registro sonoro que se llevó a cabo de abril a julio de 2011, con la intención “de rescatar este arte que se está perdiendo, a pesar que es parte de nuestro patrimonio cultural y que sigue vigente”, dice Petrovich.
Los ritos fúnebres son una instancia importante de las relaciones de la comunidad, “ya que siempre ha existido el culto a la muerte”, de hecho en el texto se explica que en estas oportunidades se festeja “la transformación de la vida en muerte y de la muerte en vida”.
“Lo particular del rito del angelito a diferencia de las demás instancias que construyen el calendario festivo de un pueblo, como por ejemplo la cosecha o la siembra, son ritos esperados y que administran el tiempo festivo y social de una comunidad. Sin embargo, el del angelito es esperado, pero no se sabe cuándo ocurrirá, por lo tanto desordena todo este calendario cristiano que usamos”, explica el antropólogo.
Décimas y bailes
Adiós madre ya me voy/ Adiós cuna donde dormía/ Adiós claridad del día/ A mí me lleva el Señor/Adiós mundo engañador/Que engañai los inocentes/Adiós a todita la gente/Les agradezco infinito/Adiós a mis hermanitos/ Que aquí los tengo presentes.
En este tipo de velorios se sienta o acuesta al niño fallecido en mesas altas para rendirles tributo con canciones escritas en décimas e interpretadas con guitarras traspuestas, como se le denomina a la afinación del instrumento que no responde a la relación interválica entre las cuerdas.
Incluso en el valle de Quilimarí en la IV región, y otros sectores aledaños, se realizaban lanchas o lanzas (danzas) que eran unos bailes hechos por los mismos asistentes de manera intermitente cada 3 o 4 ruedas de canto. “Es uno de los momentos más festivos dentro de la letanía del ritual”, asegura el estudioso, quien agregó que esta tradición proviene de Europa y se desarrolla en distintos países de América Latina “al igual que el canto y la poesía en décimas”.
“Son varios aspectos que uno puede desglosar desde este rito y extrapolarlo a la realidad de la región, es decir uno tiene fotografías mortuorias y velorios de niños parecidos a los que hay acá, en: México, Venezuela, Centro América, etc.”, dice.
Actualidad
“Para mantenerles los ojos abiertos, les pone un grano de trigo en cada uno de ellos. Pone en sus manitos una rosa de carey. El altar lo adorna con ramas de avellano y flores de la época. En la pared, como formando un centro de este altar, cuelga una imagen de la Virgen del Carmen, rodeada de golondrinas de carey, figuras de papel plateado y flores de papeles de color” (Extraído del Archivo de Música Tradicional de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile)
“En el país todavía se hacen este tipo de tradiciones, pero ya cada vez menos. Nosotros fuimos invitados a uno en La Florida, pero no fuimos”, comenta Petrovic. Y asegura que se han dejado de realizar desde las intensas políticas de salud que se hicieron a partir de la década del ’40 para mejorar las condiciones de vida, lo que permitió disminuir los índices de muerte de los recién nacidos.