Señor Director:
El afán de la derecha por encontrar un discurso épico capaz de enfervorizar a la ciudadanía tuvo una primera expresión en la advertencia de Pablo Longueira, a un año de iniciado el gobierno de Piñera, cuando apuntaba a la necesidad de contar con una expresión popular de propósitos, es decir, un “relato”. Cuando las encuestas de la época revelaban solo un 36% de apoyo a su gobierno y un 56% de rechazo, el líder de la UDI añadía que la búsqueda de un relato debería llevarse a la práctica “entendiendo que los gobiernos tienen que transmitirle al país qué sociedad quieren construir”.
La búsqueda se ha apresurado -luego de la derrota en la carrera presidencial y parlamentaria del año pasado-, y las dificultades de la tarea han apuntado al aparente desinterés intelectual de la derecha para llevarla a cabo. José Francisco García expresaba, a comienzos del año, que el traspié político estaba llevando a la derecha a valorar la posición de los intelectuales, a la vez que a formar “una cierta convicción de que la dura derrota electoral sufrida, es una también cultural, y reflejo de una cuestión profunda sobre la legitimidad de las ideas que defiende la derecha”. Roberto Ampuero, por su parte, confirmaría “la ausencia de un relato inspirador de la centro derecha”, agregando que no se había sabido “transmitir la relevancia del triunfo mundial de las ideas de libertad, mercado, democracia y emprendimiento privado”. A cuatro años de los Diálogos Bicentenario, que presuntamente servirían para fortalecer el pensamiento y las ideas de la era Piñera y de la centro-derecha, es preciso revisar los magros resultados confesos, toda vez que debemos presumir que las dificultades no residen en la capacidad intelectual de sus líderes –o en lo que alguien llamó “la deteriorada inquietud conceptual” de la Alianza-, sino en la naturaleza de su derrota: si el “relato” al que aludía el líder del gremialismo es la convocatoria al país sobre cuál es la sociedad que se quiere construir, es imposible imaginarlo sin referencia a un “modelo” capaz de sustentarlo, y fue el modelo que Chile quería, no el relato, lo que definió la victoria y la derrota de diciembre pasado.
En auxilio para resolver este sino intelectual –en el cual modelo y relato se confunden-, Luis Larraín, Director de Libertad y Desarrollo expresó, durante las manifestaciones estudiantiles de 2011, que nadie había inventado el modelo, ya que “éste no es otra cosa que un espejo de los hombres, con sus grandezas y miserias”; en consecuencia, si la naturaleza humana es inamovible e inmanente su expresión social, poco se puede hacer para construir un relato, salvo que éste consista –como sucedió durante el gobierno de la Alianza,- en la sola administración de las cosas, como son y serán siempre, y en convocar a los tecnócratas para hacerlo, presuntamente con eficiencia. Apoyados en esta convicción los conservadores siempre han tenido un “modelo”, fundado en la certeza de que existe una desigualdad natural la que, a veces, es preciso proteger cuando ciertos efectos adversos e involuntarios del libre mercado, como la indigencia, el hambre y la enfermedad amenazan aquel orden inmutable con las quejas de quienes las sufren. Tan injusto y egoísta es este “espejo de los hombres” y el relato que lo acompaña que la derecha no puede eludir confesar, como lo hizo el Director de LyD al presentar su libro El Regreso del Modelo, que “en la centro-derecha no somos insensibles al dolor, la pobreza o la inseguridad”.
En el escenario eterno de este modelo conservador, como en un deja-vu, ciertos relatos que le acompañan se repiten hasta ahora . Hace casi cien años en el Congreso se debatía el proyecto de ley de Instrucción Primaria Obligatoria, y los términos de dicho debate revelaban que para los parlamentarios conservadores de la época siempre existiría ignorancia en el mundo y que tratar de erradicarla, mediante un proceso legislativo, era alterar la balanza natural de la vida. El proyecto era acusado, además, de entrometer al Estado en el ámbito privativo de los padres para educar a sus hijos y, con ello, de atentar contra la libertad individual. El senador Walker Martínez añadía que “un error gravísimo en que incurren los amparadores del proyecto de la instrucción obligatoria es el de negar la iniciativa particular”. “La propuesta de escuela obligatoria -decía el senador Errázuriz Urmeneta-, hiere los derechos naturales de la familia estableciendo delitos donde no existen; otorga al Estado atribuciones exajeradas i despóticas que no están justificadas ni por la ciencia ni por la conveniencia, i vulnera además disposiciones de nuestra Constitución”. El senador Blanco agregaba que “el hecho mismo de que la lei entre a decidir sobre la suerte futura de los hijos, imponiendo la obligación de…adquirir cierto mínimum de conocimientos, importa forzosamente la creación de un derecho injustificado e irracional a favor del Estado”. Demás está decir que la Ley Nº 3.654 de Instrucción Primaria Obligatoria fue finalmente aprobada, en 1920, luego de una larga tramitación en el Congreso, abriendo las puertas para un histórico avance de la educación chilena.
Es necesario recordar lo sucedido hace un siglo cuando se debate ahora un nuevo orden tributario, un cambio cualitativo en la educación y una constitución democrática. Es la derrota del modelo lo que aflige a la derecha y la priva de un relato, y la construcción de un nuevo modelo lo que preocupa a la Nueva Mayoría: el relato que lo exprese contribuirá a convencer sobre el país que queremos.
Hernán Ampuero Villagrán
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