Otro ángulo del Mundial

  • 15-07-2014

Termina el Mundial de Fútbol en Brasil y con ello, lejos de poner punto final a un certamen netamente deportivo, quedan subyacentes algunas aristas opinables o, cuando menos, manifestar algún parecer a su respecto. No lo haré en torno a la cuestión futbolística. De esto, ¡no sé nada! Sólo sé que ganó, utilizando una expresión muy nuestra “ el más mejol…” .

No puedo, sin embargo, pasar por alto algunas reacciones, que seguramente incrementarán el anecdotario histórico-deportivo descrito por algunos de nuestra dirigencia “sudaca”.

La más reciente, la de Cristina Fernández, presidenta de una de las naciones finalistas, quien se restó de asistir al partido decisivo en el monumental Maracaná, pretextando la coincidencia con el cumpleaños de su nieto. Curiosamente, a este “compromiso” familiar, de menor entidad, si podía desplazarse desde Buenos Aires hasta Río Gallegos sin que le afectaran convalecencias de salud y sin reparar tampoco que su presencia en la final del campeonato era una cuestión de Estado. Así lo entendió Ángela Merkel. Ella, junto al presidente de su Gobierno, cruzaron “el charco” para estar junto a su equipo hasta las últimas consecuencias…; y no vamos a comparar el devenir y estado de ánimo de una Argentina con respecto al de Alemania y cuan necesario era este triunfo para una en relación con la otra. El resultado está a la vista. La Diosa Fortuna quiso estar, además, al lado de aquellos que se endilgan apoyo espiritual. La cosecha, por tanto, no se dejó esperar.

Pero de esta sicodelia o singulares anécdotas tampoco escapa nuestro criollo parecer. La Roja, famosa, no escaló ni un solo peldaño más allá del alcanzado en el anterior campeonato en Sudáfrica y, ni qué hablar de su desempeño… de fácil contraste con el del elenco del 62… Sin embargo, faltan calles y espacios públicos para bautizar o rebautizarlos con los nombres de alguno de los integrantes de la actual selección. Ni siquiera nuestro parco Ejército de Chile pudo sustraerse de tan pintoresco tributo al ungir a uno de los “crack” como un verdadero héroe de la patria….

No se trata de obviar merecidos reconocimientos ni de soslayar indispensables estímulos, pero también se aspira a una natural sobriedad y en que “la taza y la medida” sean el grado de consideración. En este orden y por curioso sarcasmo, no se sabe de la calle o avenida Escutti o Eyzaguirre, Eladio Rojas u Honorino Landa o Chita Cruz por nombrar algunos. Méritos y motivos, más aún, con el paso de los años, ya sobran. La realidad, sin embargo, es otra. Lo que exhiben ya algunas calles y caminos son los nombres de aquellos de reciente desempeño. Ojala, ninguno de ellos, que inscribieron su identidad en la vía pública, en la mucha existencia que les queda por delante, caigan en conductas impropias que termine afectando el orgullo nacional. De ahí la sana recomendación que el tributo ciudadano se concede cuando el homenajeado está extinto teniendo en cuenta aspectos de mérito y no meramente oportunistas y circunstanciales.

Es curioso, pero estos relatos me traen a la memoria al recordado historiador don Jaime Eyzaguirre cuando se inspiró en la realidad que nos rodeaba y dio vida a su celebre obra “La Hispanoamérica del dolor” y que, Gabriel García Márquez, mucho tiempo después, cuando fue galardonado con el Premio Nóbel de Literatura, abundó sobre el tema al pronunciar su discurso en la Academia de Suecia, y que tituló “La Soledad de América Latina”. Ambos, tal vez, con ejemplos, aunque estereotipados, recogen pasajes parecidos a los que aquí hemos intentado comentar en testimonio del aquilatado perfil del cono sur americano.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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